Memorias calientes
domingo, 16 de junio de 2013
Amor fugaz
Había llegado a Vicenza, ciudad cercana a Venecia, para visitar a mi amigo Paolo. El plan posterior era hacer desde allí un viaje a Croacia. Paolo disponía de una moto de gran cilindrada que iba a dejarme para realizar el viaje, pero el día antes de partir, por mi propia seguridad, pensó que era mejor que me llevara su coche, un lujoso todoterreno. La aventura de la moto me excitaba, pero reconocí que entre mi poca experiencia de conducir motos grandes y viajando a un país extranjero, era más seguro hacer el viaje en coche.
Estábamos en junio y el tiempo era espléndido, partí tomando la autopista directo a Trieste, justo en frontera con Eslovenia. Pasé la frontera sin ningún trámite, Eslovenia es parte de la Comunidad Europea y yo conducía un coche italiano. Me dirigía a la península de Istria, así que no tardé mucho en llegar a la frontera croata. La atravesé sin el menor problema, al pasar bajé la ventanilla del coche y mostré mi documento de identidad al policía que estaba allí, creo que ni lo miró, seguramente al ver que el vehículo era italiano se limitó a hacerme gestos de que continuara. Había dejado de circular en territorio de la Comunidad Europea, pero a los efectos parecía ser lo mismo. Desde que entré en Eslovenia había observado que casi todos los vehículos íbamos en la misma dirección y todos tenían matrícula alemana o austriaca. Parecía pues que los turistas alemanes y austriacos se dirigían también a la península de Istria.
Previamente y desde España, ya había reservado un hotel en la costa junto a la localidad de Porec, de modo que fui directo hasta allí. El hotel se encontraba junto al mar, a unos tres o cuatro kilómetros del pueblo en un entorno precioso, de mucha vegetación pero sin playa para bañarse. Sin duda la playa que salía en las fotos cuando reservé el hotel, debía estar en otro lugar.
Aparqué el todoterreno y me dirigí a la recepción. Delante de mi estaban dos turistas, dos chicas realmente llamativas desde el primer instante en que las vi por la espalda, gestionando su registro en el hotel. Cuando las ví de frente, la playa dejó de importarme. Aproveché para saludarlas y conocerlas. Eran rusas, de la ciudad de Irkutsk, junto al lago Baikal, allá en la lejana Siberia.
Después de tomar posesión de mi habitación salí a dar una vuelta por el hotel y sus alrededores, el paisaje era bello pero abrupto, imposible encontrar un lugar con playa para bañarse. De todos modos el agua estaba demasiado fría. Regresé al hotel y fui a ver la piscina, allí encontré a las dos rusas tumbadas al sol.
Me acerqué y las saludé de nuevo. Las rusas no suelen ser muy expresivas, la rubia y más bajita no me hizo mucho caso, continuó absorbiendo los rayos de sol sin que mi presencia la inmutara, pero la más alta y de cabello castaño se incorporó para devolverme el saludo. Viéndolas ahí, tendidas sobre las hamacas en bikini, sus cuerpos me parecieron más primorosos de lo que yo había imaginado al encontrarlas en la recepción. Acerqué una hamaca y me tumbé junto a ellas.
Me coloqué al lado de la más alta, Yulia, que me parecía más hermosa, con mejor cuerpo y más receptiva a mi existencia. Había algo en su rostro, quizá su mirada de ojos azules y misteriosos, que me fascinaba.
Volvimos a encontrarnos en el restaurante del hotel para la cena. Era una cena buffet, de modo que cada uno se servía a sí mismo. Después de escoger nuestros platos elegimos una mesa y nos sentamos juntos. La chica rubia tan apenas hablaba inglés, su escaso dominio de esta lengua hacía entendible su limitada conversación, pero la otra lo hablaba bastante bien, que era además quien más me interesaba. Había pocos clientes en el hotel, de manera que el ambiente resultaba tranquilo, aunque algo frío.
¿Qué podíamos hacer después de la cena?. Nos dijeron que había una discoteca, pero con la escasez de clientes en el hotel ocurrió lo que cabía esperar, se encontraba vacía.
La rubia, que tan apenas entraba en la conversación, se aburría. Antes de las diez de la noche se fue a dormir. Me quedé a solas con la otra, con la que me gustaba. ¡Perfecto!.
Salimos a caminar por los solitarios jardines del hotel, aquel paseo bajo las estrellas y entre las sombras de los árboles, resultaba emocionante. Me sentía encantado caminando a solas con ella. Nos estábamos conociendo, hablábamos de nuestras cosas, buscando una afinidad que, salvando las distancias y nuestras diferentes culturas, aparentaba estar bastante cercana. Parecía que nos caíamos bien, aunque con una rusa nunca se sabe, no es fácil sacar de la cabeza lo que tienen en ella. Lo que había en la mía era el incipiente deseo de acostarme con ella, creo que lo que hubiera deseado cualquier otro en mi lugar.
Meditando mi estrategia, pensé que antes de pasar a la ofensiva quizá era mejor calentar un poco el ánimo, pues aquel recinto estaba tan silencioso como un cementerio, y la invité a tomar algo en el bar. Entramos dentro y, aparte del camarero, sólo encontramos cuatro personas, dos parejas. Al llegar, el hombre de una de las dos parejas me saludó en inglés y me preguntó de donde era.
El tipo que se dirigió a mi era ruso, de mediana edad, y, por su locuacidad, no parecía que fuese el primer vodka que se estaba tomando. Sólo fue decirle que era español para que agrandara los ojos en forma de sorpresa y mostrarse amigablemente conmigo. Me preguntó qué queríamos tomar. Le agradecí la invitación, pero rehusé, sin embargo él no hizo el menor caso, llamó al camarero y le dijo que nos sirviera lo que deseáramos.
Me contó que tenía una casa en Marbella y que su mujer y su hija vivían allí. Miré a la chica que parecía ser su pareja, pensando si esa debía ser su mujer, de modo que adivinando mis pensamientos me dijo que esa era su mujer de Moscú. Él seguía viviendo en Moscú atendiendo sus negocios y sólo iba a Marbella para ver a su mujer y su hija unas tres o cuatro veces al año. Así que el tipo se estaba pasando unas vacaciones en Croacia con su amante.
Aquel encuentro fue muy perjudicial para mis intereses, pretendía algo de intimidad para estar con Yulia y aquel ruso la anuló por completo. Estaba medio borracho y no me dejó tranquilo un solo momento. Cuando Yulia terminó su bebida me dijo que se iba a dormir.
Me quedé sólo y frustrado.
Cuando me fui a despedir del ruso para irme yo también a dormir, el tipo me agarró del brazo para que me quedara y le ordenó al camarero que volviera a ponerme otra copa. Mezclaba el ruso, el inglés y el alcohol sin parar, para ser ruso parecía un tipo amistoso y simpático, aunque a mi me había fastidiado la noche.
Volví a encontrarme con Yulia y su amiga a la hora del desayuno. Era el momento de hacer planes para el día.
Estar en aquel hotel sin coche y sin transporte público suponía una condena al encierro y aburrimiento, afortunadamente yo tenía un buen coche aparcado fuera del hotel, una suerte, porque coches y lujo, resultan un atractivo irresistible para las mujeres rusas.
Ellas estaban encantadas de venirse conmigo en el coche, y yo, no voy a negarlo, de poder llevarlas. El coche de mi amigo Paolo me iba a ayudar en mis relaciones con las rusas.
Nos fuimos a hacer un reconocimiento a Porec, el pueblo que nos quedaba más cerca. El pueblo estaba bien, era bonito, tranquilo, de casas y edificios antiguos bien conservados, pero no había mucho que ver, prácticamente se concentraba todo en el paseo frente al mar con sus terrazas, y en una calle central con una pequeña plaza, donde se distribuían, tiendas, restaurantes y turistas.
Después de nuestro paseo por Porec decidimos ir a Pula, al sur y la mayor ciudad de la península. La ciudad no era muy grande, pero era la más interesante y turística. Tenía un coliseo romano y otras antiguas ruinas de gran valor histórico. Paseamos por la ciudad, recorrimos el paseo marítimo y terminamos en una pequeña pero acogedora playa junto a la ciudad. Lamentablemente no nos habíamos llevado los bañadores.
Después regresamos a la ciudad y buscamos un restaurante para comer.
A primera hora de la tarde regresamos al hotel. Hacía un día de sol espléndido y las chicas querían aprovechar para tumbarse al sol en la piscina.
Cenamos a la hora rusa, es decir, pronto. El restaurante del hotel estaba tan escaso de clientes como el día anterior. Después nos fuimos a Porec. Allí si que vimos unos cuantos turistas, resultaba muy agradable pasear en la noche junto al puerto, la parte antigua del pueblo o tomarse algo en una terraza.
Después de habernos tomado algo en una terraza del centro del pueblo, nos apetecía ir a una discoteca, sobre todo a las chicas. Había una en Porec y otra cercana a la zona de hoteles, entre el pueblo y nuestro hotel. Ya que estábamos allí, decidimos ir a la del pueblo. El turismo que había allí era más bien de tipo familiar o de jubilados alemanes, de modo que la discoteca se encontraba casi vacía. Ni siquiera nos quedamos más de dos minutos. Decidimos probar en la otra, pero sucedió lo mismo, tan apenas habría unas cuatro personas. Fue una decepción. Decidimos regresar al hotel.
Nada más llegar y con una breve despedida, la amiga de Yulia se fue directa a su habitación. Me quedé a solas con mi preferida.
El hecho de que Yulia no tomara la misma decisión que su amiga, me animó. Hablamos sobre qué podíamos hacer, para mis adentros, pensé, cualquier cosa antes que ir al bar del hotel, no fuera a ser que estuviera allí el ruso de la noche anterior.
Decidimos caminar un poco por los jardines del hotel, que se mezclaban con la frondosa naturaleza adyacente. Caminar bajo la capa estrellada del cielo, hacerlo entre setos, flores y árboles, traspasando el silencio con nuestros susurros, y, sobre todo, con una compañía tan extraordinaria, convertía aquel paseo en un momento excepcionalmente romántico. Sin duda ayudaba mucho lo bella y seductora que estaba esa noche Yulia, con un vestido ajustado y corto que dejaba percibir los fabulosos contornos de su cuerpo. Estaba deslumbrante.
Cuidadosamente, arranqué una bonita flor de las que había a nuestro paso y se la dí.
Yulia aceptó la flor con una mirada cómplice, dejando escapar una sonrisa de la comisura de sus labios. Observando la sutil aquiescencia de su gesto, me dio valor para lanzarle una flor, esta vez en forma de piropo.
-Comparada contigo, la belleza de esta flor parece insignificante –le dije.
Las mujeres rusas son en apariencia frías y distantes, sin embargo en la intimidad son extraordinariamente románticas y apasionadas. Las flores y los halagos las seducen enormemente.
Mi iniciativa tuvo éxito, Yulia me sonrió y acercándose a mí me regaló un beso en la mejilla.
Vi que había tomado el camino adecuado, Yulia era una mujer elegante, con clase, romántica, que sabía apreciar la seducción de los gestos y las palabras. Ahora debía profundizar con sutileza en el delicado espacio de la sensibilidad femenina, depositando en sus oídos bellas palabras y algún gesto ocurrente que, más que a sus ojos, le llegara al corazón.
Nos sentamos en un banco de madera bajo las ramas de un árbol. Dejamos de hablar de cosas convencionales para entrar en un terreno más personal, mezclamos nuestra filosofía de la vida con la doctrina del amor, los deseos lícitos para obtener felicidad y los esfuerzos que se necesitaban para conservarla, los objetivos conseguidos y los que nos quedaban por alcanzar. Pese a que ninguno de los dos hablaba su propia lengua, cada vez nos entendíamos mejor.
Casi sin darnos cuenta, nos encontramos yo sentado y Yulia acostada en el banco con la cabeza sobre mis piernas.
Seguimos hablando, mientras yo le recogía su cabello hacia atrás o le hacía alguna caricia recorriendo su rostro con el dorso de mis dedos. Yulia era una mujer reservada, de mirada profunda, moderada en sus reacciones, comprendí que me estaba aceptando cuando nuestras manos se entrelazaron. Viéndola allí tendida apoyada sobre mis piernas, con su ajustado vestido alzándose por encima de sus rodillas y la eminencia de sus bellos senos saliendo del escote, me resultaba muy difícil tener las manos alejadas de su cuerpo y los labios apartados de los suyos.
Llegó el momento en que hablamos de ir a dormir, al incorporarnos, en un acto espontáneo como de mutuo agradecimiento por el hermoso tiempo que habíamos pasado juntos, nos abrazamos. Entonces fue inevitable, nuestras bocas chocaron, primero con suavidad, pero en seguida con apasionada vehemencia.
Regresamos al hotel cogidos por la cintura, de camino le pregunté si deseaba dormir esa noche conmigo. No me dio una respuesta inmediata, primero me miró sonriéndome y después aceptó con un gesto de su cabeza. Aún en la oscuridad, sus preciosos ajos azules me enamoraban cuando me miraban así.
En el hotel todo estaba tranquilo y silencioso, seguramente éramos los únicos que aún permanecían fuera. Entramos en mi habitación. Era un cuarto acogedor, el hotel era antiguo pero renovado, el baño estaba completamente nuevo y moderno, pero la habitación conservaba algunos toques clásicos en su mobiliario y decoración. Encendí la lámpara de la mesilla y apagué la luz del techo, con esa tenue luz se creaba un ambiente más cálido y favorable.
Al entrar, Yulia se había quitado los zapatos, de manera que yo la imité quitándome los míos. La intimidad que nos daba la habitación nos permitía sentirnos libres y cómodos para hacer lo que quisiéramos. Y lo que deseábamos era estar juntos. Nos abrazamos, nos besamos, retorcimos nuestros cuerpos el uno contra el otro.
La temperatura de mi cuerpo ascendió vertiginosamente.
Cuando ya estaba dispuesto para llevarla a la cama, Yulia se separó de mí. Dijo que iba a tomar una ducha.
Acto seguido se metió al baño y yo me quedé de pie asintiendo en medio de la habitación, a solas con mi lívido cuando ya había empezado subirse por cada poro de mi piel.
Todas las mujeres rusas pasan por la ducha antes de acostarse a dormir, lo curioso es que no dejaban esta costumbre ni aún en los momentos de máxima excitación. Debe ser algo sagrado para ellas. Y esto les lleva el doble de tiempo de lo que le cuesta a una mujer normal. Mientras esperaba, pensé que quizá debería haberle propuesto ducharnos juntos, así habríamos podido adelantar algo.
Por suerte no tardó mucho, no llegó a los 20 minutos. Salió envuelta en el albornoz blanco del hotel, sonriéndome cálidamente. Naturalmente ella esperaría que yo hiciera lo mismo, de modo que a continuación también yo pasé al baño para ducharme.
Salí envuelto en la toalla, blanca también, después de la ducha.
Yulia estaba recostada en la cama envuelta en su albornoz. Se incorporó poniéndose de pie.
Estaba muy sexy, la imaginaba sin nada debajo del albornoz y eso insuflaba de poder mi capacidad para vencer las leyes de la gravedad, automáticamente emergió un bulto debajo de la toalla que llevaba anudada a la cintura.
Estábamos listos para dormir, o, mejor dicho, para ir a la cama. Retiré la colcha con la manta y la sábana, en las noches refrescaba un poco, hasta dejarlas prácticamente al fondo de la cama. Pensé que de momento no las íbamos a necesitar.
Cogí a Yulia por ambas manos y la besé dulcemente en los labios. Su aparente timidez, o el hecho de dejar que yo tomara la iniciativa, me dotaba de cierta libertad para decidir los movimientos a seguir hasta llegar a la fusión de nuestros cuerpos.
Sin soltar sus manos, sin despegar mi caliente cuerpo del suyo, llevé mis labios rozando su mejilla hasta llegar al oído. Besé el lóbulo de su oreja y después, dejando que sintiera el aliento de mi respiración en su oído, le dije algo bonito en un suave susurro.
No podía ver su rostro en ese instante, pero sé que le gustó lo que le dije porque me oprimió las manos. Descendí con mis labios hasta su cuello y lo besé, intercalando los besos con palabras bonitas destinadas a sus oídos, le dije lo loco que me volvían sus hermosos ojos azules, la elevada seducción que propagaba en mí su cuerpo generoso, el irresistible deseo que tuve desde el primer momento de tenerla en mis brazos.
Estábamos de pie junto a un lateral de la cama, alcé mis manos y las llevé al cuello del albornoz para abrirlo suavemente. Yulia se quedó inmóvil, con los brazos caídos dejando que yo ejecutara la delicada operación de desvestir su cuerpo. Después de abrir la parte superior del albornoz, bajé las manos para desanudar el cinturón. Lo solté y el albornoz quedó ligeramente abierto. Separé ambos lados llevándolo hasta los hombros de Yulia, dejando que resbalara por sus brazos hasta el suelo.
Su cuerpo desnudo y fresco quedó enteramente visible a la admiración de mis ojos. Ya la había visto en bikini el primer día en la piscina, pero el hecho de que nada ocultara un solo centímetro de su piel, confirmaba plenamente dos cosas: una que tenía un cuerpo magnífico, y dos que su cuerpo ganaba más denudo que vestido, cosa de la que no todas las mujeres pueden presumir.
La cogí por las caderas y la hice retroceder un paso avanzando hacia ella. Yulia se topó con la cama y se dejó caer en ella. Su cuerpo quedó recostado sobre la sábana blanca mientras sus piernas colgaban por el lateral de la cama. Me quité la toalla que llevaba puesta y me incliné sobre ella. No tuve que inclinarme mucho para llegar a sus labios, pues la cama, que parecía de estilo antiguo, era mucho más elevada de lo normal.
Aunque inclinado sobre Yulia, yo seguía de pie frente a ella, tenía una magnífica visión de su rostro, de sus preciosos senos, de la perfección de su cuerpo. Posé mis manos en sus pechos, los friccioné con suavidad, los besé, los lamí, los chupé….sin dejar de mirarla. Ella tenía los ojos entrecerrados y de sus labios escapó algún leve gemido. Con mis labios fui descendiendo por el centro de su cuerpo hasta llegar justo a su sexo, impecablemente rasurado. Me coloqué en cuclillas y proseguí. Besé tenuemente sus labios vaginales, luego y con el vértice de mi lengua los entreabrí buscando su clítoris. Incidí en él lamiéndolo repetida y apresuradamente, frotándolo, removiéndolo con el extremo de mi lengua, sintiendo como se estremecía su cuerpo.
Sin dejar mi tarea, alzaba la vista hacia ella observando la superficie de su pubis, su estómago, sus pechos, su rostro, tirado hacia atrás con los ojos cerrados. Ligeras sacudidas me mostraban la excitación que la hacía sentir hurgando con mi lengua en su sexo, el cual intuí se encontraba caliente como el fuego.
No podía esperar más, me incorporé de nuevo colocándome de pie pegado a la cama, entre las piernas de Yulia. Aquella cama tan elevada dejaba su cuerpo tendido a la altura de mi pene, lo que posibilitaba una penetración tal como estábamos, ella tumbada y yo de pie.
La cogí por los tobillos y los alcé colocándolos sobre mis hombros, tiré un poco de su cuerpo para acomodarlo justo al borde de la cama, quedando perfectamente yuxtapuesto con mi entrepierna, en una posición ideal para una completa penetración.
Nos miramos a los ojos con la mirada cargada de deseo, miré a continuación su sexo e introduje la yema de mi dedo anular, primero acariciando su clítoris y luego palpando su interior. Se encontraba caliente y húmedo. Yo también estaba caliente, empalmado desde el primer momento que me había acercado a ella, de modo que el pene se introdujo con suavidad y firmeza dentro de su coño, hasta el fondo.
La tenía sujeta por las caderas mientras sus piernas levantadas hacia lo alto se apoyaban en mi cuerpo, empecé el movimiento de vaivén lentamente, como quien reconoce el terreno, aumentando el ritmo paulatinamente, era tan bueno que sólo temía no fuera a correrme demasiado pronto. El movimiento de empuje se hizo más vigoroso, violento incluso, frenético por momentos, aplastando mis ingles contra el nacimiento inferior de sus nalgas, introduciendo el pene hasta su base, una y otra vez, incansablemente.
La mesurada apariencia de Yulia se descompuso del placer que sentía, su casi inalterable rostro se deformaba apretando los dientes, aspirando profundo, gimiendo exaltada, retorciendo el gesto del placer que mis eléctricas embestidas le proporcionaban.
El éxtasis nos llegó a los dos, fue algo soberbio.
Pasamos la noche juntos hasta que después de las ocho de la mañana Yulia se fue a su habitación a reunirse con su amiga. Los seis días que pasamos juntos fueron enormemente deliciosos. Durante el día Yulia, su amiga y yo programábamos excursiones a distintos lugares, ciertamente tener el coche de mi amigo italiano fue un acierto pleno, mientras que las noches, después de regresar al hotel, eran feudo exclusivo de Yulia y mío, donde nos entregábamos al ardiente entusiasmo con el que nos había cubierto el amor fugaz en el inicio de aquel verano.
domingo, 22 de julio de 2012
Turquía
Delicia turca
Viajaba en un
vuelo de Estambul a Antalya, pretendía llegar hasta el complejo turístico de
Kemer, a unos 30 km. de la ciudad, donde tenía una cita con una amiga rusa que
llegaba igualmente a Turquía ese día, había comprado el vuelo un día antes y el
de Antalya justo después de llegar al aeropuerto de Estambul. Como se puede ver, no era un viaje previsto,
la razón obedecía a que cuatro días antes mi amiga rusa me había escrito un
mail diciéndome que se iba a Turquía de vacaciones y me invitaba a ir también y
vernos allí. Así que le envié un correo
de vuelta pidiéndole en nombre del lugar donde iba y en qué hotel se
hospedaba. Recibí la respuesta dos días
antes del viaje, por eso sólo pude comprar el vuelo el día anterior.
Ahora me
encontraba embarcado y preparado para darle una sorpresa a mi amiga, no le
había dicho que tuviera el billete de avión en mis manos y dudo que se le
hubiera pasado por la imaginación que podría llegar a Kemer el mismo día que
ella. El vuelo iba con pocos pasajeros,
pero tuve la suerte de que a mi lado se sentara una chica joven y atractiva.
Iniciamos el
vuelo y mi compañera, que iba el lado de la ventanilla, no dejaba de mirar hacia
ese lado, obviándome por completo. Creo
que no deseaba conversación y para evitar cualquier intento mío de aproximación
miraba continuamente para el otro lado.
Desde luego no podía dejar pasar esta oportunidad que me brindaba la
suerte y le hablé. Creo que simplemente fue un comentario, pero ella respondió
primero girándose hacia mí y después
contestándome amablemente. Seguramente
pensaba que era turco, pero al hablarle en inglés se dio cuenta de que era
extranjero y su actitud cambió notoriamente. Yo le dije que en principio
también tuve mis dudas si ella era turca, pues lucía una hermosa cabellera
rubia, cosa nada común en Turquía.
No tardamos
nada en romper el hielo.
El vuelo
duraba una hora, se podría decir que desde el momento en que empezamos a hablar
no paramos hasta que el vuelo tomó tierra.
También se podía decir que si Selín, que así se llamaba, me había
gustado en el momento de iniciar el vuelo, al aterrizar me gustaba mucho
más. Selín era una de las chicas más
dulces que nunca había conocido.
A su pregunta
de dónde pensaba ir, le tuve que explicar un poco lo que pensaba hacer, por
supuesto sin mencionar la cita con la amiga rusa en Kemer, únicamente le dije
que me proponía recorrer parte del litoral sur.
Me preguntó si pensaba llegar hasta Alanya, su ciudad, también en la
costa y a dos horas y media de Antalya en autobús. Al decirle que en principio no estaba en mis
planes, de hecho era la primera vez que escuchaba el nombre de la ciudad, ella
me animó a ir. Eso lo cambiaba todo,
desde ese instante sí que me interesaba.
Naturalmente no lo afirmé con rotundidad, dije que intentaría ir, aunque
si apostillé que ahora que la conocía a ella no podía dejar de visitar Alanya. Entonces lo que hizo Selín fue anotarme su
número de teléfono para que la llamara en cuanto llegara. Ella estudiaba en Estambul y justo acababa de
terminar el curso, regresaba de vacaciones a su ciudad, de modo que tendría
tiempo para enseñarme todos los lugares interesante que había allí.
En la recogida
de equipajes (abierta a los no pasajeros también) Selín me presentó a sus
padres que habían ido a recogerla.
Mientras esperábamos estuvimos hablando un poco, lo suficiente para
darme cuenta que sus padres eran igualmente encantadores. Al conocer que iba a pasar un tiempo de
vacaciones ellos mismos me invitaron también a ir a Alanya. Cada vez tenía más claro que no podía
perderme ese lugar.
Nos despedimos
fuera del aeropuerto, íbamos en direcciones opuestas, pero el padre de Selín se
tomó la molestia de buscar el minibús para llegar a Antalya y decirle al chofer
donde deseaba yo bajarme. La cita con la
rusa en la playa de Kemer, lugar que no conocía de nada, me ilusionaba mucho,
pero no niego que en algún momento antes de despedirme de Selín dudé en cambiar
de planes e irme directamente con ella hasta Alanya.
Mi estancia en
Kemer con la amiga rusa fue sensacional, pero ese es tema de otro
episodio. Después de ocho días ella
regresaba a su país y yo me quedaba solo de nuevo, en otras circunstancias
hubiera sentido cierta añoranza, pero en ese momento sólo sentí una nueva
ilusión activándose en mis sentidos. Dos
días antes hice una llamada a Selin, creo que no la esperaba, noté que la
sorprendí, además me confesó cuánto la alegraba mi llamada. Me preguntó si pensaba ir a Alanya, le dije
que estaba cerca de Antalya, que llegaría en un par de días y que en cuanto
llegara tomaría directamente un autobús para Alanya. Volvió a repetirme que la llamara en cuanto
llegara.
Nada más dejar
a mi amiga en el autobús que la llevaba al aeropuerto regresé a mi habitación,
cogí el equipaje y partí también. Un
autobús me llevó hasta la estación de autobuses de Antalya y allí tomé otro que
salía poco después para Alanya.
Llegué a la
ciudad poco después del mediodía. Nada
más poner los pies en tierra busqué una cabina telefónica y llamé a Selín, ella
no ocultó la alegría al verificar que había llegado. Alanya era una ciudad tipo Salou, vivía del
turismo de verano, por lo tanto estaba llena de hoteles y turistas, alemanes en
su mayoría. Le pregunté dónde podía
quedarme, Selín me sugirió que si no me parecía mal, podía quedarme en el hotel
de su padre, tenía un hotel cerca de la playa donde se alojaban los turistas de
viajes organizados. Por supuesto le dije
que si, que me parecía estupendo, entonces me dio el nombre del hotel y la dirección
para que se lo diera al taxista. Quedamos en encontrarnos allí.
Fui el primero
en llegar, así que antes de tomar habitación esperé a Selín en la recepción,
luego los dos manifestamos una sincera alegría al encontrarnos de nuevo. No podía decirse que Selín fuera una chica
despampanante, era guapa, con más aspecto de escandinava que de turca, pero sus
dos grandes atractivos eran su encanto y la exquisita dulzura de su carácter,
suficiente para entusiasmar a cualquiera, más aún teniendo en cuenta la
maravillosa juventud de sus 19 años.
Fuimos juntos
hasta el mostrador de la recepción, el hotel era de tres estrellas, uno más de
tantos en la playa. Me registré sin
preguntar el precio, sólo después de haber escrito mis datos le pregunté al
recepcionista cuánto costaba por noche.
Él me miró un par de segundos antes de decirme que lo había llamado el
jefe para decirle que me hacía un precio especial de 20 € por día, donde además
de la habitación iban incluidos desayuno y cena buffet. ¡Wow, qué suerte!, pensé. El precio era una ganga, el padre de Selín
empezó a caerme muy bien. La miré a ella sorprendido y agradecido por el
detalle de su padre.
¿Cómo sabía tu
padre que estaba aquí?, le pregunté.
Cuando
llamaste –respondió- estábamos en casa y le dije que acababas de llegar,
también le dije que te ibas a hospedar en el hotel y que habíamos quedado aquí.
Allí mismo en
la recepción empezamos a hacer los primeros planes, serían sobre las tres de la
tarde y Selín comprendió que debería estar cansado del viaje y necesitaba
descansar, dormir un poco, de modo que quedamos a última hora de la tarde. Ella
pasaría a recogerme por el hotel.
Salimos en la
noche a la zona de ambiente, bares y discotecas, cercana al paseo marítimo. Al
ser el mes de julio había muchos turistas, con lo cual tanto en el paseo
marítimo como en los locales había bastante gente, primero tomamos un trago en
uno de los bares, después subimos a bordo de una de las goletas amarradas al
puerto utilizadas como bar, y por último fuimos a la discoteca, una disco
enorme a cielo abierto y que parecía ser el lugar de moda.
Fue una noche
muy agradable, Selín me presentó a sus amigos, seguramente todos “hijos de
papá” por el dinero que manejaban, pero al igual que la mayoría de los turcos,
gente amable y sociable. Al final de la
noche nos despedimos de sus amigos y después de un corto paseo tomamos un taxi
al hotel. Durante toda la noche había
estado deseando besar a Selín, intuía que yo le gustaba, pero el hecho de estar
en un país musulmán me impedía dar muestras públicas de mis deseos, ni siquiera
de una aproximación o un roce de su cuerpo, todo cuanto me aventuré fue a
colocar mi mano en su cintura de forma circunstancial. Turquía se había modernizado mucho desde mi
primera visita, en las ciudades grandes han adquirido costumbres europeas, pero
en el fondo seguían siendo musulmanes y había que guardar la compostura.
Al llegar a la
puerta del hotel Selín le dijo algo al taxista y éste paró el motor del coche. Selín se bajó conmigo para despedirse, nos
quedamos de pie en la parte trasera, solos, en silencio y rodeados de
oscuridad. Que se bajara del coche para
prolongar nuestra despedida era un signo bastante revelador, por lo que ya no
ví motivo para seguir conteniendo mis deseos, estábamos los dos tan cerca que
sólo tuve que inclinarme un poco para llegar a sus labios. Ella recibió el beso de la misma forma que yo
se lo había dado, en principio mesurado, pero de inmediato con entusiasmo y
fogosidad. Ese fue el límite, poco
después subió de nuevo al taxi y partió hacia su casa.
Quizá no pueda
decirse que la noche fue completa, pero entré al hotel con la emoción de haber
conseguido algo excepcional.
Habíamos
quedado que a la mañana siguiente Selín pasaría por el hotel para llevarme a la
playa, y a eso de las once allí estaba.
Llamó por teléfono desde la recepción en cuanto llegó y bajé preparado,
es decir, en bañador y con toalla.
La playa me
descubrió un lugar bastante agradable y bello con el mar azul, la arena blanca
y la vegetación de árboles y jardines detrás,
la playa también me descubrió otra emocionante visión: Selín en bikini.
Juntos allí, parecíamos dos turistas más, incluso ella, con su pelo rubio y
blanca piel, parecía más extranjera que yo.
Comimos en el
hotel, ella misma se encargó de ir a la cocina y pedirle al cocinero que nos
hiciera algo, que luego comimos en el salón donde habíamos estado jugando al
billar mientras esperábamos. Después
pasamos a la piscina y nos tumbamos a dormir un poco de siesta. El resto de la tarde la pasamos allí, tomando
el sol y jugando en la piscina. Al
atardecer regresó a su casa, quedamos que volvería para la cena, que cenaríamos
juntos en el hotel y después saldríamos por ahí.
A la hora
prevista llegó al hotel, pero no lo hizo sola, sino con sus padres. Ellos
también iban a cenar con nosotros.
Cenamos los
cuatro en una esquina de la terraza del restaurante, era nuestra primera cena,
pero la verdad que fue todo tan natural y distendido como si hubiera sido un
viejo conocido. Los padres de Selín eran
amables, familiares, encantadores. Muy
pocas veces había tenido la ocasión de cenar junto a los padres de una chica
después del primer día de haber salido con ella, pero aquí todo parecía lo más
natural del mundo, tenía que recordarme a mi mismo que estaba en Turquía para
dar más valor a lo que estaba viviendo. Y terminada la cena nos despedimos para
salir en la noche, deseándonos sus padres que lo pasáramos bien, tan
tranquilamente.
Verdaderamente
procuramos seguir el consejo de los padres desde el momento en que nos quedamos
solos, tomamos un taxi y Selin me llevó a una terraza idílica, se encontraba situada
en la parte alta de la ciudad a modo de balcón sobre el mar con una vista
panorámica del puerto y del paseo marítimo, que iluminado por la noche adquiría
una belleza especial. La terraza era un
pequeño parque de setos, jardines y árboles, entre los cuales había mesas
intercaladas, un lugar para la relajación observando bucólicas vistas o, como
era nuestro caso, el lugar perfecto para pasar inadvertidos del mundo.
Escogimos una mesa alejada de la entrada, oculta entre la oscuridad y los
setos, junto al muro desde el que se divisaba una preciosa vista de la bahía,
las únicas luces existentes eran las colocadas sobre el suelo para señalar el
camino, la llama de la vela en el centro de la mesa y las estrellas en el
cielo.
Aquí tuvimos
la segunda aproximación, juntamos nuestros sillones, después nuestros rostros, luego
nuestros labios… permanecimos muy juntos durante todo el tiempo, la noche y su
oscuridad fueron perfectas aliadas del cariño que deseábamos demostrarnos. Fue como volver a los 18 en la sala de cine,
en el parque, en la oscuridad de un rincón de la discoteca, tratando de
aprovechar cualquier recurso para sacar los sentimientos y la pasión en la que
iban envueltos.
De allí
regresamos a la zona de ambiente junto al paseo marítimo. Esta vez subimos a una goleta utilizada como
discoteca, aquí eran todo turistas extranjeros, de forma que nos mezclamos con
ellos como dos turistas más, con su misma libertad y despreocupación. Entramos cogidos de la mano y una vez dentro
bailamos, nos abrazamos y nos besamos como cualquiera de los demás turistas sin
que nadie nos tuviera en cuenta. Fue una noche feliz, si cabe un poco más que
la anterior, pues se había producido un notable progreso en nuestra relación.
A altas horas
de la madrugada tomamos un taxi al hotel.
Al llegar, de nuevo Selín le dijo
algo al taxista y éste paró el motor del coche.
Descendimos del taxi y nos quedamos de pie junto a la parte trasera,
mudos, pero con un brillo en la mirada que destacaba en la oscuridad. Nos cogimos de las manos, acercamos nuestros
cuerpos, nos miramos sin decir nada, sonriendo con cierta tristeza, pues había
llegado el momento que ninguno deseaba, la despedida. Selín soltó las manos para cogerse a mi
cintura y apoyar su rostro en mi pecho por unos instantes, creo que fue su
forma de darme las gracias.
Cuando la vi
meterse en el taxi y partir hacia su casa, me quedó una sensación agridulce muy
intensa, por un lado me quedaba con la amargura de perder su compañía, pero por
otro con la felicidad de haber vivido los momentos de esa noche junto a ella.
Para el día
siguiente teníamos el mismo plan, Selín vendría a buscarme al hotel. Había bajado a desayunar, pero después
regresé a la habitación para seguir descansando un poco más. A las once de la mañana me levanté, me duché
y me dispuse a esperar la llamada de Selín.
Tardaba un poco en llegar, aunque pensando en las horas en que nos
habíamos ido a dormir era lógico. Entretanto llamaron a la puerta. Imaginé que sería de nuevo la señora de la
limpieza de habitaciones, había pasado antes para preguntar si limpiaba la
habitación, le había dicho que no, quizá
quería volver a preguntarme. Para mi sorpresa no era la señora de la limpieza
quien estaba allí, sino Selín.
Esta vez, en
lugar de llamarme cuando llegó al hotel, subió directamente a mi
habitación. La hice pasar y una vez
dentro, a solas, le dí un beso de bienvenida.
Dejó el bolso sobre una silla y nos sentamos sobre el borde de la cama
para charlar. Hablamos de la noche
pasada, de cómo nos habíamos levantado por la mañana, en fin, de esas cosas que
se suelen hablar como preámbulo a lo verdaderamente interesante. Creo que al estar cerca el uno del otro los
dos volvimos a recuperar la sensación de la noche anterior en nuestra
despedida, yo notaba como un calorcillo agradable iba subiendo hasta mis
orejas, en realidad era la emoción quien ascendía por todo mi cuerpo. Estábamos tan cerca que los dos podíamos
percibir el calor del otro. Inevitablemente
nuestras bocas se unieron.
Después unir
las bocas ansiosas, a continuación fueron nuestros cuerpos quienes se pegaron
atraídos por una fuerza irresistible, la atraje hacia mí abrazándola y los dos
perdimos el equilibrio, cayendo sobre la cama.
Iniciamos lo
que podría haber parecido una lucha, pues rodamos en la cama, saltamos, nos
incorporamos y volvimos a caer, sin dejar de estar enredados en uno en el
otro. Fue como una explosión de
sentimientos y alegría al poder gozar libremente del placer que nos producía el
contacto de nuestra piel y el sabor dulce de nuestros besos. Obviamente, la temperatura subió a cotas muy altas.
Selín llevaba
puesto un vestido corto y debajo el bikini, con las vueltas y revueltas en la
cama acabó con el bikini solamente, mientras yo permanecía con el pantalón
corto que llevaba puesto cuando llegó, en
el cuál había surgido un persistente bulto en su parte delantera. Era evidente que los dos estábamos muy
calientes.
Decidí dar el
paso y traté de quitarle el bikini empezando por su parte de arriba. Selín no se sorprendió, pero reaccionó con
precaución, dijo que esperara un momento y me pidió que corriera las cortinas
del balcón. Me apresuré a obedecer sus
ordenes, corrí el visillo traslúcido y
luego la cortina que no dejaba pasar la luz, quedándonos en penumbra. Entonces llegó el momento de la acción.
Entre caricias
y besos le quité el bikini, al tiempo que ella hacía lo propio con mi
pantalón. Nos quedamos desnudos. Ya me había dado cuenta de su desinterés por
la religión, pero imaginaba que por las condiciones religiosas del país tendría
poca experiencia, o quizá ninguna, en
relaciones sexuales, aunque hasta ese momento estaba mostrando bastante
desenvoltura. Me había contado que había
tenido un novio en la universidad, pero lo habían dejado, y ella vivía en
Estambul en un apartamento, indicios que hacían sospechar que más de algún
encuentro a solas habrían tenido en su apartamento.
Selín se
hallaba tumbada en la cama boca arriba, en cuanto nos quedamos desnudos me
cogió para que montara sobre ella, ambos estábamos suficientemente excitados
como para no retrasar más el momento de la penetración, pero había que engrasar
un poco más el cauce donde debía actuar el mecanismo que impulsaba nuestros
deseos, de modo que antes de proceder a subirme sobre ella bajé la mano a su
sexo y lo acaricié. Lo acaricié
suavemente, repetidamente, introduje mi dedo, lo introduje varias veces
explorando con la sutil yema de mi dedo corazón aquél cálido refugio de placer,
podía percibir como Selín cerraba los ojos y suspiraba sintiendo el gozo
verdadero que mis hábiles dedos le avanzaban anunciándole la dicha que la
esperaba.
En el momento
de la penetración Selín me pidió que fuera despacio, con suavidad. Actué tal
como ella me había pedido, con toda la delicadeza posible, pensando que quizá
podía ser la primera vez para ella.
Después de los primeros instantes, una vez que penetré en su interior y
empecé a moverme, todo funcionó bien, su sexo se encontraba completamente
húmedo y cálido, de manera que mi pene serpenteaba gozoso sobre toda la profundidad
de su deliciosa hendidura.
De los nueve días
que estuve en Alanya no pasamos con Selín ninguna noche juntos en el hotel, el
deber de regresar a su casa la obligaba, sin embargo desde el primer día que
hicimos el amor no dejó de visitarme al menos una vez por día en mi habitación,
fuera en la mañana o en la tarde. Sólo
tomaba la pequeña precaución de subir directamente por el ascensor sin pasar
por la recepción y al bajar nunca lo hicimos juntos, ella lo hacía primero y al
cabo de un poco lo hacía yo. Lo más curioso
de todo es que tuve una excelente relación con sus padres, nos llevábamos muy
bien y me trataban con plena confianza, debían saber perfectamente que Selín y
yo estábamos teniendo una relación, prácticamente pasábamos el día y la noche
juntos, y además la propia Selín no ocultaba su afecto hacia mi delante se sus
padres cogiéndome de la mano, cogiéndonos a veces por la cintura o reclinándose
sobre mi pecho cuando estábamos sentados en algún sofá. Sus padres, lejos de oponerse a esta
relación, con su afectuosa actitud hacia mí parecían dar su completa
aprobación. Obviamente ignoraban mi
edad, no debían tener ni idea de que yo era seis años mayor que la propia madre
de Selín.
Selín debía ser la más ignorante sobre mi
edad, pues un día preguntando sobre ella me dió 30 años, nueve menos de los que
tenía su madre. Por supuesto, a riesgo
de perderla, de ver desaparecer aquella maravillosa aventura de verano, no pude
decirle la verdad.
martes, 3 de julio de 2012
Madagascar
La hija del comisario
Había llegado a Morondava, en Madagascar, a eso del mediodía. Después de comer estuve dando una vuelta para
inspeccionar la ciudad y finalmente terminé en la playa, una playa inmensa y
absolutamente solitaria. Cuando me cansé
regresé al hotel.
Estaba hospedado en el hotel Le Oasis, cercano a la playa, en la zona
donde las calles son de arena sombreadas por los altos árboles, con las casas
de madera y techo de palma. El hotel era
sencillo pero encantador, se encontraba en un recinto con mucha vegetación,
árboles, plantas y flores. Semiocultos en esa vegetación había varios bungalows
de madera, viejos y mal cuidados, elevados medio metro del suelo por las
lluvias, donde se oían crujir las tablas al pisar en el suelo, pero donde me sentía
muy confortable. Tenía un pequeño bar
donde en las tardes se podía tomar una cerveza o un ron, y una terraza
restaurante entre los árboles igualmente acogedora. Era mi primera vez en
Morondava y Le Oasis me parecía el lugar perfecto.
Después de regresar de la playa me tumbé sobre la cama y me quedé
descansando un rato, creo que me dormí.
Luego me di una ducha, me vestí y salí a la calle, era poco después de
las seis de la tarde, pero ya había oscurecido.
Se me había escapado la tarde.
Salí a la calle y me quedé pensando qué dirección tomar, si a la
izquierda o a la derecha, en realidad no tenía ni idea de donde podía ir o qué
podía hacer. Mientras estaba pensando
pasó un todoterreno por mi lado y paró unos metros después, el conductor sacó
la cabeza por la ventana y empezó a llamarme por mi nombre. Me quedé sorprendido. Desde que había llegado no había conocido a
nadie, prácticamente ni había hablado con nadie. Al ser de noche, estar oscuro y ser muy
moreno el conductor, no lo reconocí. Se
bajó del coche y vino hacia mi, entonces sí, lo reconocí: era Maheva.
Un par de años antes había conocido a un español que vivía en
Antananarivo, la capital, y ya era la segunda vez que me hospedaba en su
casa. Uno de sus dos negocios era el
alquiler de coches todoterreno con conductor para turistas y Maheva era uno de
sus conductores, a quien yo veía a diario cuando estaba en la casa. Esta vez tenía un viaje con dos turistas
franceses y había llegado el día anterior.
Me hizo subir al coche. Una vez dentro me presentó a la chica que iba
dentro, Maheva estaba casado, pero en Morondava tenía otra mujer, en realidad
creo que debía tener una mujer en cada ciudad donde iba con los turistas.
Arrancamos y me preguntó si estaba solo. Si, le respondí, acabo de
llegar.
Ohhhhh!, exclamó en tono de decepción.
¿Pero cómo es eso?, preguntó.
No, no, no, eso no puede ser,
vamos a buscarte una chica, me dijo Maheva, como si eso fuera algo
imprescindible. Yo no dije nada, sólo
sonreí por su disposición a solventar mi soledad.
Empezamos a dar vueltas por la ciudad, en realidad no había mucho donde
buscar, la ciudad tenía pocas calles, poca vida, aún la calle principal se
encontraba casi vacía, una vez que se iba el sol la gente regresaba a sus casas
y la vida se apagaba. Pero Maheva no
pensaba en desistir, al ver que no encontrábamos a nadie para mi, le preguntó a
su amante si conocía a alguna chica que fuera guapa, ella pensó durante unos
segundos y luego respondió: la hija del
comisario es muy bonita. ¿Tú sabes dónde
vive?, le preguntó él a continuación.
Ella afirmó. ¡Pues entonces vamos
allá!, exclamó Maheva.
Nos presentamos en la casa del comisario de Morondava. Al igual que las demás, era una casa de
madera de planta baja, aparcó el coche al otro lado de la calle y bajó del
vehículo para ser él mismo quien se dirigiera hasta la casa para hablar con la
chica, mientras yo me quedaba sentado en el coche observando. Llamó a la puerta y salió a abrir la madre,
Maheva preguntó por la hija y la madre fue a por ella, al poco apareció en la
puerta. Estaba oscura la calle, suerte
que encima de la puerta se encendió una bombilla y eso me permitía ver mejor y,
lo que estaba viendo, no me desagradaba nada.
Maheva empezó a explicarle por qué estábamos allí y qué era lo que
quería, desde luego no podía escucharlo y aunque lo hubiera escuchado no lo
hubiera entendido porque hablaban en malgache, pero sabía lo que le estaba
diciendo. Mientras le explicaba miró
donde yo estaba y señaló con el dedo, indicándole que yo era el “vazaha”
(blanco) con el que le estaba proponiendo salir esa noche juntos. Yo miré a Maheva y sonreí, era la contraseña
que teníamos, si la chica me gustaba tenía que sonreírle, así él mantendría la
invitación, si no sonreía era que no me gustaba, de esa manera anularía la
invitación con alguna excusa. También
miré a la chica sonriendo y la saludé con la mano, ella me devolvió el saludo y
al poco terminaron de hablar, se metió de nuevo en la casa y Maheva regresó al
coche.
Está hecho –dijo Maheva-, la chica ha dicho que si.
¿Se viene con nosotros?, pregunté un poco incrédulo.
Si, si, sólo ha dicho que le demos unos minutos para arreglarse.
Ciertamente cuando vi en la puerta de la casa a la hija del comisario
ya me pareció un bombón, pero después de arreglarse, llevando un vestido ceñido
al cuerpo marcando las perfiladas líneas de su cuerpo, pude constatar que no
hubo error en mi percepción: era un auténtico bombón. Soary, que así se llamaba, era guapa, de
rostro dulce, elegante con aquel vestido ceñido que a la vez le añadía su buena
dosis de sensualidad.
Subimos al coche y partimos.
Maheva me preguntó dónde quería ir, la verdad que a esa hora de la noche
no había muchas opciones para escoger, le dije que buscara un restaurante para
cenar. No fuimos lejos, allí cerca,
junto a la playa, había uno que según Maheva se cenaba bien y era económico: “étoile
de mer”. Encargamos la cena, yo pedí uno
de mis platos favoritos: pescado a la salsa de coco, y mientras nos preparaban
los platos pedimos un ron con coca cola como aperitivo. La cena tardó bastante, como suele ser
habitual en Madagascar, con lo cual tuvimos tiempo para conocernos con Soary,
si bien ella era una chica de pocas palabras, parecía tímida, por suerte tenía
una sonrisa bonita y sonreía a menudo.
Como es natural, yo pagué la cena de los cuatro, era el “vazaha” y es lo
que se esperaba. De allí y, dado que ya
eran más de las diez de la noche, nos fuimos directos a la discoteca, la única
alternativa nocturna si no queríamos ir a dormir, y a esas horas aún era
demasiado temprano.
Nos sentamos y pedimos unas bebidas, la gente fue llegando y para ser
un día de semana el ambiente era bastante aceptable, sobre todo después de ver
la ausencia total de vida en las calles.
Salimos también a la pista a bailar, aunque una hora después de haber
llegado Maheva y su pareja se marcharon, él había estado conduciendo durante
todo el día y estaba cansado, además tenía que madrugar. Nos quedamos Soary y yo. La verdad que ella hablaba poco, era yo quien
tenía que decirle o preguntarle cosas.
Después de las doce de la noche ya habíamos dicho todo lo que teníamos
que decir y bailado todo lo que teníamos que bailar, pensé que era momento de
regresar ya al hotel, no obstante le pregunté a Soary cuando quería que partiéramos
de allí. Ella, como en todo hasta ese
momento, dijo que cuando yo quisiera.
Madagascar debe ser uno de los pocos sitios donde las mujeres hacen lo
que uno quiere, y no al revés. Un placer
desconocido para los hombres.
Vista su disposición, le dije pues que nos íbamos a dormir. Ella se limitó a decir: ¡vamos!.
Ni siquiera le había preguntado si quería venir a dormir conmigo al
hotel, era una cuestión que sobraba, se sobreentendía que la invitación llevaba
incluida la noche completa, aunque por supuesto ella podía elegir irse a dormir
a su casa. Pero no lo hizo, decidió
permanecer conmigo.
El hotel quedaba a unos 500 metros por una calle de arena, pues estaba
cercana a la playa, de manera que fuimos caminando tranquilamente en la noche
bajo una oscuridad completa en la que casi nos resultaba difícil vernos a
nosotros mismos. Fue durante el camino
donde por primera vez la pude estrechar contra mí y besarla. Ella no sólo no se
opuso a mi abrazo, sino que se pegó a mí como si yo hubiera sido un imán. Tampoco pude resistirme a palpar su cuerpo
sobre su ceñido vestido, igual que lo hubiera hecho un ciego para reconocer
todas sus formas, aunque seguramente de manera menos delicada. Así llegamos al hotel, entre besos, abrazos,
risas y tropezones.
La puerta de entrada a la recepción del hotel se encontraba cerrada,
por lo que tuvimos que entrar por la puerta de la zona destinada a aparcamiento
cercada con una alta valla de madera.
Nada más traspasar la puerta observé la parte trasera de un coche aparcado,
un Renault 4L blanco, la que cayó de inmediato en la cuenta de qué coche se
trataba fue Soary.
-¡Ohh , mi padre! – exclamó.
Al avanzar unos metros y ver el coche en su parte lateral, pude leer
que ponía las letras: “police”. Entonces comprendí, era el coche de su padre,
lo cual significaba que estaba allí, esperándonos.
Al momento lo vimos aparecer con el vigilante del hotel, caminando
hacia nosotros.
La verdad que fue una sorpresa, me pregunté por qué estaba allí, si
había ido para llevarse a su hija a casa o quizá ponerme a mi en algún
problema. La señal de alarma se encendió
en mi cabeza.
Nos saludamos y nos estrechamos la mano como personas educadas. Sólo
quedaba esperar ver qué es lo que pasaba.
De inmediato me preguntó qué tal iba todo, le respondí que bien, luego
me preguntó dónde habíamos estado, le dije que estuvimos cenando en un
restaurante y luego fuimos a la discoteca, y un par de cuestiones más que
tenían más que ver con descubrir quién era yo que con cualquier recriminación,
su tono era riguroso pero sin dejar de ser correcto, lo cual me dio confianza
para pensar que no estaba allí como comisario de policía para ponerme en un
aprieto, sino como padre que se preocupa por su hija.
Era evidente que si nos había pillado entrando en el hotel era porque
íbamos a pasar la noche juntos, pero no hizo ningún comentario al respecto, ni
tampoco hubo reproches hacia su hija por estar allí conmigo, ni intención de
llevársela con él a casa, así que después de estar a la expectativa, tras la
breve charla le dije que estábamos cansados y deseábamos ir a dormir, a lo que
él respondió amablemente: si, si, de acuerdo. Entonces buenas noches. Nos estrechamos de nuevo las manos y continué
con su hija camino al bungalow.
Por un momento temí que esa noche iba a tener algún problema, pero
resultó que el comisario era un hombre comprensivo que sólo quería saber con
quién estaba su hija, al fin y al cabo sólo tenía 19 años y parecía lógica su
preocupación. Por si acaso, viendo que
su padre iba a tenerme vigilado, tendría que portarme bien.
Entramos al bungalow sintiendo la mirada del comisario sobre mis espaldas,
pero afortunadamente poco después escuché cómo se ponía en marcha el Renault 4l
y se marchaba de allí. Me quedé más
tranquilo, aunque seguí alucinado con la situación. El hecho es que el haber
tenido allí a su padre rebajó las prisas que traía por comerme mi bombón, me
parecía como si de repente, de alguna manera, acabara de formalizar mi relación
con Soary.
Nos desnudamos y nos metimos en la cama con la normalidad de si
hubiéramos sido una pareja corriente, una vez en la cama y al sentir en mi piel
su cuerpo desnudo, se me fue el fantasma del padre y pasé a la acción. Soary no opuso resistencia a ninguna de las acciones
que yo adoptaba, sino que más al contrario dejó dócilmente que yo tomara la
iniciativa inspirada en la sensación de lujuria que me provocaba su dulzura y
sumisión.
Al día siguiente por la mañana después del desayuno se marchó a su
casa, había sido una noche muy satisfactoria, y para completar el éxito me
quedaba libre de nuevo para hacer lo que yo quisiera, al menos durante la
mañana, pues quedamos que en la tarde se pasaría por el hotel y nos iríamos a
la playa. La verdad que por el día prefería estar solo, a mi aire.
A la hora convenida, las 3 de la
tarde, Soary pasó por mi hotel. Traía
puesto el bikini bajo la ropa, de manera que yo también me puse el bañador y
salimos dirección a la playa. El hecho de haber regresado para verme
significaba al mismo tiempo que seguíamos contando con el beneplácito de su
padre. Estuvimos un par de horas en la
playa, caminando en solitario hasta que nos sentamos en un lugar sobre la
arena. Estaba deseando acercarme a ella,
abrazarla, besarla….era el momento perfecto, solos en aquel lugar tan bello y
romántico junto a la orilla del mar.
Para mi sorpresa, Soary me dijo que allí no. Me explicó que si la gente nos veía iban a
hablar y criticar, de hecho imaginaba que todo el mundo que nos hubiera visto
la estarían criticando ya, pero al menos debía evitar darle a la gente motivos
para murmurar y que luego llegara a oídos de su padre. Lo entendí. De cara a la gente teníamos que portarnos
bien y no dar que hablar, la gente en Madagascar es muy cotilla y envidiosa, me
justificó Soary. El placer pues, debía
aplazarse hasta que llegáramos al hotel.
Después de las cinco de la tarde regresamos. Una vez solos en el bungalow podía dar rienda
suelta a mis deseos reprimidos fuera, de manera que no perdí ni un
segundo. La temperatura tardó muy poco
en subir nada más acercarme a ella y estrecharla contra mi. Yo ya solo pensaba en una cosa: quitarle la
ropa, tumbarla en la cama y hacerle el amor.
Ahora si que no opuso ninguna objeción, dejó que yo le quitara la ropa,
después el bikini y tirara hacia atrás la colcha de la cama para echarnos sobre
las sábanas blancas, yo ya estaba completamente encendido antes de caer en
ellas.
Ya había buscado la posición, estaba
a punto de penetrarla cuando de repente Soary se zafó de mi y de un salto salió
disparada de la cama sin decir nada, o mejor dicho, sólo dijo: “attente”,
espera.
No sabía qué era lo que pasaba, pero me había quedado con la polla
tiesa y sólo en la cama. Desde hacía
unos momentos se escuchaban voces en el exterior del bungalow, voces que
parecían discutir, pero en aquel instante yo no le presté atención, además como
no entendía el malgache no sabía lo que estaba sucediendo. Pero Soary si. Al parecer había dos tipos fuera que estaban
discutiendo, se habían enzarzado en una fuerte discusión con amenazas incluidas,
y Soary no pudo resistir la tentación de ir a ver qué pasaba dejándome solo y
desconcertado en la cama. Era la
curiosidad malgache. Al lado derecho de la puerta de entrada había una rendija
entre las tablas de madera de la pared, estaría a menos de un metro del suelo,
de modo que Soary se fue hasta allí y agachándose pegó el ojo a la rendija para
observar qué estaba sucediendo apoyándose con las manos en la pared.
Se estaba perdiendo la luz del día y con el bungalow bajo los árboles
ya no se veía mucho, pero lo suficiente para ver a Soary pegada a la pared
sacando su redondo trasero desnudo. Me
quedé hipnotizado con la visión. Lejos
de enfriarme, aquella circunstancia aumentó la calentura. Me levanté de la cama y fui donde estaba
Soary colocándome detrás de ella. Por
supuesto no pretendía ponerme a observar yo también, lo que hice fue retomar lo
que repentinamente se había suspendido.
Me pegué a su trasero completamente empalmado, le acaricié la espalda,
cogí sus senos colgando hacia el suelo, después posé mis manos en sus
deliciosas nalgas, descendiendo a continuación con mi mano derecha por la bella
sinuosidad de su trasero hasta llegar a su entrepierna, entonces la deslicé
hasta el coño, lo acaricié sutilmente, con la yema del dedo toqué en su
clítoris como si hubiera sido un pianista afinando una tecla de su piano, con
finura, presteza y habilidad, terminando por introducir el dedo en su interior como primera nota de
aviso de la melodía que venía después.
No esperé más, emboqué desde atrás y la ansiosa polla penetró hasta el
fondo, Soary parecía tan distraída con la fuerte discusión de fuera que tan
apenas se inmutó. Tenía que aprovechar,
ahora sólo esperaba que no terminara la discusión, follarla en aquellas
circunstancias era mucho más excitante.
Los movimientos iniciales de meter y sacar fueron más suaves, como
pretendiendo no molestarla del asunto que atraía su interés, pero en seguida me
percaté de que ella también empezó a recibir con agrado las visitas que estaba
recibiendo desde atrás, dejando escapar algún gemido ahogado a la vez que intentaba
no perderse lo que estaba pasando en el exterior. A medida que aumentó mi excitación, que dicha
la verdad debió sobrepasar cualquier magnitud anterior, las embestidas se
intensificaron en ritmo y fuerza sin parar hasta que sin tardar mucho llegó el
momento sublime de la eyaculación. Un
momento inolvidable.
Plenamente saciado y extasiado, regresé a la cama dejando que Soary
continuara en su labor de observación.
miércoles, 20 de junio de 2012
Filipinas
Descubriendo filipinas
Estaba sentado en el parque Rizal, justo
bajo la estatua del héroe nacional José Rizal, en Manila. Esperaba a tres chicas que no acudieron, en
esas encontré a Tom, un turista australiano, me contó que acababa de
divorciarse y para celebrarlo había decidido hacer un viaje a Filipinas. Nos fuimos juntos del parque y regresamos al
centro de Manila, pensando en buscar un restaurante para comer. Habíamos conectado bien. En la tarde
decidimos que al día siguiente nos iríamos a Banaue, al norte de Luzón en las
montañas, para ver las espectaculares terrazas de arroz y los extraordinarios
paisajes de la zona. Teníamos un plan de viaje.
En la noche salimos, probablemente
Manila es la ciudad de Asia con más vida nocturna y no podíamos perdérnoslo. El lugar indicado era el barrio de Ermita,
famoso por la gran cantidad de bares y clubs nocturnos donde las chicas
bailaban desnudas, abiertos 24 horas. El
escaparate era inmenso. Las calles
principales del barrio de Ermita se encontraban llenas de clubs, y los clubs
llenos de chicas que se movían en su interior en bragas y sujetador. Bailaban en la barra del bar o en pequeños
escenarios para el público, hombres anhelantes del exotismo femenino asiático,
hambrientos de sexo con chicas jóvenes, pues todas las bellas bailarinas no
sólo mostraban sus encantos, sino que los entregaban a quienes estuvieran
dispuestos a pagar por ellos. Hicimos
una ronda por varios de esos clubs, en alguno tomamos una cerveza mientras
observábamos a las chicas en sus eróticos bailes, o nos dejábamos seducir con
el poder de sus delicados encantos que mostraban sus cuerpos desnudos. En todos los clubs había una buena cantidad
de chicas, en la mayoría superando con mucha diferencia al número de clientes,
lo que irremediablemente significaba tener siempre al lado a una u otra
intentando promocionar sus servicios haciendo gala de sus mejores habilidades,
existía una gran competencia y obviamente todas trataban de conseguir su parte
del negocio. Por lo que pude ver, Ermita
era el mercado del sexo más grande del mundo, título que años más tarde le
arrebató Ángeles, ciudad cercana, cuando un alcalde de Manila se propuso
erradicar la prostitución cerrando este tipo de locales.
Al final todos los clubs eran lo mismo,
de modo que como ninguno de los dos pretendía ninguna de esas chicas terminamos
en un bar normal pero con buen ambiente, saciada la curiosidad sobre las chicas
de los clubs, este lugar resultó mucho más interesante, con una variada
clientela y una atmósfera auténticamente local.
Al día siguiente nos levantamos
relativamente temprano, desayunamos y fuimos cada uno a recoger nuestras
mochilas al hotel. De allí y antes de ir a la estación de autobuses, nos
dirigimos a una casa de cambio, los dos estábamos recién llegados, yo lo había
hecho hacía dos días y sólo había cambiado 50 dólares en el aeropuerto. Al ir a sacar el dinero de la barriguera que
llevaba por debajo del pantalón, observé que no se abría la cremallera. Me
entró un escalofrío. Miré a ver qué le
pasaba. Lo que ocurría es que alguien la había cosido. No me hizo falta ver nada para adivinar el
desastre. Tuve que cortar el hilo con la
navaja para poder abrir la cremallera, al meter la mano lo que saqué fue un
fajo de papeles blancos recortados a la medida de los cheques de viaje que
llevaba allí, nada menos que 8.000 dólares.
Las piernas me temblaban.
Dos días antes, es decir, el mismo día
de mi llegada, en Intramuros, la parte antigua de Manila, había conocido a dos
chicas, hicimos una pequeña amistad y me llevaron a su casa, donde vivía una
amiga más. Fue allí donde me robaron,
pero esta es otra historia.
El golpe fue duro, estaba haciendo una
vuelta al mundo y eso podía significar que mi viaje se terminaba allí. Afortunadamente me quedaban 150 dólares que
no me habían robado, más un cheque de viaje de 100 dólares que las ladronas
tuvieron a bien dejarme entre los papeles recortados. Después de todo, pensé cuando ya estaba más
calmado, no se podía decir que fueran unas ladronas despiadadas, habían dejado
algo para mí.
Era evidente que mi viaje a Banaue se
había abortado. Le dije a Tom, el australiano, que tendría que ir solo, pero él
renunció también y dijo que se quedaba hasta que se resolviera mi
problema. Lo primero fue ir a la policía
para denunciar el robo. Allí tuve una
buena discusión con el policía que me tomaba declaración, no quería firmarla si
no le daba dinero. Naturalmente le había dicho que me habían robado todo, aún
así me pedía dinero, justificando su actitud diciendo que gracias a él yo
podría recuperar mis cheques de viaje.
Tuve que plantarle cara, primero en tono amistoso, después, en un tono
con menos consideraciones, haciendo
valer mis derechos y la obligación en hacer su trabajo.
Con la denuncia hecha y firmada en la
policía, fui a los dos bancos emisores de los cheques de viaje, Banco de
América y City Bank, para notificar el robo y reclamar la reposición de los
cheques, 4.000 en cada banco. Dada la elevada cantidad no podían reponerme el
dinero en seguida, sino que debería esperar unos días, pues debían contar con
la autorización de la oficina central en América.
Tom me había acompañado durante toda la
mañana en estas gestiones, ahora sólo quedaba esperar, antes habíamos regresado
a su hotel para tomar allí dos habitaciones. El viaje había quedado pospuesto por tiempo
indefinido y aunque insistí para que Tom se fuese a Banaue, él decidió quedarse
conmigo en Manila.
Pasé el día abatido, en parte furioso
conmigo mismo por haberme dejado engañar por las chicas que me habían robado,
por suerte eran cheques de viaje y confiaba en poder recuperarlos, aún así me
costaba mantener el ánimo. Lo mejor para
elevarlo otra vez era salir por la noche, y eso hicimos, y dónde mejor que al
barrio de Ermita. Ya conocíamos los clubs de chicas y no nos interesaban, de
manera que fuimos directamente a la zona de los bares normales, con gente
normal y ambiente genuinamente local.
Para no ser un día de fin de semana
había un buen ambiente, bares con música y chicas normales, pronto me olvidé de
la amargura de la pérdida de los cheques de viaje. En uno de ellos conocimos a
dos chicas, muy jóvenes, tanto que debían tener la edad de los hijos de Tom,
les pedimos que se sentaran con nosotros y aceptaron. Desde el primer momento su compañía nos proporcionó
el ánimo que por lo menos a mi me había faltado durante el día, además de jóvenes, eran atractivas, delicadas,
encantadoras, sonreían con facilidad y, sobre todo, nos prestaban una atención
que jamás hubiéramos soñado en nuestros países de origen. Sin esperarlo, había encontrado el antídoto
perfecto para recuperarme.
Las invitamos a cenar y buscamos un
restaurante local de los que había por la zona.
Una de ellas se llamaba Isabhel, de las dos era la que más encanto
derrochaba y quien me cautivó desde su primera sonrisa. Mezclaba inocencia y atrevimiento a partes
iguales, irremediablemente me atraía y no hice nada por ocultarlo, más al
contrario, coqueteaba con ella mostrándole todo el entusiasmo que me hacía
sentir.
Terminada la cena salimos del restaurante
y nos metimos en un local donde se anunciaba para más tarde la actuación de una
banda de música, tomamos una de las pocas mesas que quedaban libres y entonces
ellas dos empezaron a hablar en tagalo, la lengua local. Algo ocurría. Le pregunté a Isabhel qué pasaba. Me dijo que
ya era tarde y que debían ir a casa. De
repente sentí el golpe de la desilusión. En realidad discutían porque la amiga
quería ir a casa e Isabhel deseaba quedarse. Yo le pedí a Isabhel que se
quedara, al menos un rato más.
Finalmente la amiga se marchó, salió a
la calle y tomó un jeep de los que hacían el transporte urbano en Manila, e
Isabhel se quedó con nosotros. Creo que para
ella aquel encuentro suponía una aventura de la que no estaba dispuesta a
renunciar.
Lo pasamos bien, aunque la alegría de tener
a Isabhel no dejó olvidar cierta preocupación cuando más tarde me dijo que no
iba a ir a casa, que se quedaba conmigo.
La convencí para que por lo menos llamara a sus padres para que ellos no
estuvieran preocupados y afortunadamente me hizo caso. Salimos a la calle para alejarnos del ruido y
buscamos un teléfono público en un lugar tranquilo, llamó a su casa y habló con
su madre, que hacía rato la estaba esperando.
Como excusa, le dijo que estaba en la casa de su amiga y que se quedaba
allí a dormir.
Tomamos un taxi hasta nuestro hotel, un
hotel pequeño de mala muerte. Era de
planta baja y de la recepción se accedía a una especie de patio interior al
descubierto donde quedaban distribuidas las habitaciones. Nos despedimos de Tom
y nos metimos a la habitación, en sintonía con la decrepitud del hotel. Desde
luego no era la clase de habitación que
uno hubiera deseado para culminar una noche tan especial.
Nada más quedarnos solos en la penumbra
de la habitación hice lo que estaba deseando desde mucho antes de llegar: la
cogí por la cintura y la estreché contra mí.
Isabhel no hizo ninguna oposición a mi
abrazo, a las caricias y a los besos que buscaban sus tiernos labios. Ella se
abrazaba a mi cintura amagada sobre mi pecho guardando silencio, dejando que
fuera yo quien hablara, quien murmurara en su oído palabras dulces y suaves
mientras mis manos se deslizaban por los contornos de su cuerpo.
Vamos a acostarnos, le dije despegando
nuestros cuerpos. Ella obedeció en silencio y empezó por quitarse las
zapatillas deportivas que llevaba puestas. Hasta entonces se había mostrado muy
desenvuelta y atrevida, pero ahora no podía ocultar cierta timidez. Conecté el gran ventilador que colgaba del
techo, encendí una pequeña lámpara sobre la única mesilla existente y apagué la
luz de la habitación, entonces fui desnudándome también. Cuando Isabhel terminó de quitarse la
camiseta y el short, quedándose con las braguitas y el sujetador se fue a la
cama y se tendió en ella boca arriba. La miré antes de acostarme para
deleitarme de aquella visión maravillosa, aún en la penumbra se apreciaba el
esplendor de su delicado cuerpo, la tersura de su piel morena cubierta sólo por
la sencilla ropa interior de color blanco, mirándome a su vez tendida sobre la
cama sin decir nada, esperando que
ocupara mi lugar e hiciera lo que tenía que hacer.
Me acosté a su lado y llevé mis labios
hasta los suyos, los besé suavemente, rozándolos, extendiendo el roce sutil en
su mejilla y su cuello mientras mis dedos jugaban en su piel de seda, mirándola
y sonriéndole intentando transmitirle tranquilidad, seguramente su falta de
experiencia le causaba el pudor que parecía mostrar en su mirada, por eso
procuré ir despacio y suave, apartando la brusquedad de cualquier gesto, dejando
que fuera la ternura la guía de mis actos.
Volvimos a abrazarnos en la cama
fundiendo nuestros cuerpos, oprimiéndolos el uno contra el otro, retorciéndonos
sobre las sábanas, enredándose nuestras piernas y nuestros brazos entre giros y
rotaciones sobre nosotros mismos. Sentir
la suavidad de su piel, las sonoras sonrisas, el brillo de sus ojos,
multiplicaba el placer que ya sentía por adelantado.
Era el momento de despojarla de la ropa
que le quedaba puesta, primero introduje mi mano bajo el sujetador y palpé con
suavidad la forma de su pecho, timbré alrededor de su pezón notando como se
erizaba, pero cuando intenté desabrochar el sujetador hizo un gesto de
oposición, era el pudor quien se interponía.
Me pidió si podía apagar la luz. Yo
estaba dispuesto a complacerla, pero concederle la abstinencia visual era
privarme de una parte fascinante de aquellos momentos. Aludí que tan apenas había luz, y era cierto,
la lámpara alumbraba poco, aún así para tratar de contentarla la cubrí con una
camiseta dejando una abertura, pero eso tampoco la complacía del todo. Finalmente accedió a dejarla así, aunque a
cambio me pidió que subiera la sábana que poco antes había echado hacia atrás,
y nos cubriéramos con ella. Tuve que
acceder a su petición y tiré de la sábana echándola sobre nuestros
cuerpos. Así ya parecía estar más
dispuesta a que yo prosiguiera con mis intenciones de dejarla sin su ropa
interior, pero antes de eso le pregunté mirándola a los ojos: ¿es la primera
vez?. Si, respondió ella devolviéndome
la mirada.
Era virgen. Ser el primero podía ser un honor para
cualquier hombre, yo me lo tomé más como una responsabilidad, Isabhel me
agradaba mucho y deseaba que pudiera recordar su primera vez para siempre.
Retiré el sujetador dejando libres sus
juveniles y redondos senos, los besé y punteé con el extremo de mi legua sobre
sus pezoncitos, a la vez que mi mano descendía para introducirse bajo sus
bragas. Rocé su clítoris con la yema de
mi dedo, lo froté varias veces notando como se removía ligeramente por la
excitación que eso le provocaba. Luego
fui bajando sus braguitas hasta quitárselas, a continuación fui yo quien se
quitó el calzoncillo. Volví a acariciarla, la notaba nerviosa, quizá temerosa,
aunque no decía nada.
No te preocupes, verás que todo va a ir
bien, le dije.
Isabhel dejaba que yo tomara la
iniciativa de todas las acciones, ella confiaba en mi y esa era suficiente
recompensa para no dejar de agradarla, de estimular sus sensaciones y llevarla
al orgasmo, su primer orgasmo.
Mi dedo reapareció de nuevo sobre su
clítoris, lo presioné y lo froté a uno y otro lado, con suavidad primero y con
celeridad después, luego lo introduje despacio en su vagina, tanteando en su
interior, hasta meterlo entero. Isabhel
permanecía sin decir nada, todo iba bien.
Para que notara el grado de mi
excitación, hice que cogiera mi pene con la mano, eso la hizo sonreír. Me incorporé colocándome frente a ella de
rodillas en la cama entre sus piernas abiertas, para entonces la sábana que nos
cubría había desaparecido, y antes de penetrarla volví a masajear un poco más
su clítoris para poner su sexo a punto. Después
apunté con el pene erecto y duro a la entrada guiándolo con la mano, y con la
punta del capullo froté en su clítoris.
Me encantaba mirarla a los ojos y ver cada gesto de su rostro.
Llegó el momento de penetrar en aquel templo
virgen entre las piernas de Isabhel.
Acoplé mi cuerpo al de ella e hice varios intentos sin conseguir entrar
en la hendidura, luego guiado por la mano el pene encontró el camino y no sin cierta
resistencia penetró en aquel sagrado lugar convirtiéndome en su primer fiel
adepto. Lo hice despacio, con suavidad, observando qué sucedía, atento a
cualquier gesto. El conducto de su
vagina parecía algo estrecho y además estaba poco lubricado, como acostumbra a
suceder con las mujeres asiáticas, quienes en general humedecen poco. Le
pregunté si iba bien así y ella contestó afirmativamente. Poco a poco los
movimientos fueron ascendiendo en intensidad, los dos fuimos encontrando la
confianza y la tranquilidad para desalojar la preocupación y aumentar el ritmo
de nuestros impulsos.
Del ritmo lento y pausado inicial, a
medida que el ariete fue haciéndose sitio en su interior penetrando con más
fluidez, pude descuidar la obligada delicadeza para entrar hasta el fondo sin
cesar en las embestidas, llevándolas hasta consumar con el placer aquel
maravilloso momento. Pocas veces después
de un polvo he tenido una sensación igual, no por haber desvirgado una sílfide,
sino por haber compartido con ella tan extraordinaria experiencia.
La recuperación del dinero llevó varios
días viéndome obligado a quedarme en Manila, pero bendita obligación, Isabhel
permaneció conmigo sin regresar a su casa durante toda la semana que tuve que
esperar, en la cuál fuimos mejorando cada día en nuestros frecuentes actos
sexuales, pues no paramos de follar en todo el tiempo y a todas horas.
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