domingo, 16 de junio de 2013

Amor fugaz

Había llegado a Vicenza, ciudad cercana a Venecia, para visitar a mi amigo Paolo. El plan posterior era hacer desde allí un viaje a Croacia. Paolo disponía de una moto de gran cilindrada que iba a dejarme para realizar el viaje, pero el día antes de partir, por mi propia seguridad, pensó que era mejor que me llevara su coche, un lujoso todoterreno. La aventura de la moto me excitaba, pero reconocí que entre mi poca experiencia de conducir motos grandes y viajando a un país extranjero, era más seguro hacer el viaje en coche. Estábamos en junio y el tiempo era espléndido, partí tomando la autopista directo a Trieste, justo en frontera con Eslovenia. Pasé la frontera sin ningún trámite, Eslovenia es parte de la Comunidad Europea y yo conducía un coche italiano. Me dirigía a la península de Istria, así que no tardé mucho en llegar a la frontera croata. La atravesé sin el menor problema, al pasar bajé la ventanilla del coche y mostré mi documento de identidad al policía que estaba allí, creo que ni lo miró, seguramente al ver que el vehículo era italiano se limitó a hacerme gestos de que continuara. Había dejado de circular en territorio de la Comunidad Europea, pero a los efectos parecía ser lo mismo. Desde que entré en Eslovenia había observado que casi todos los vehículos íbamos en la misma dirección y todos tenían matrícula alemana o austriaca. Parecía pues que los turistas alemanes y austriacos se dirigían también a la península de Istria.
Previamente y desde España, ya había reservado un hotel en la costa junto a la localidad de Porec, de modo que fui directo hasta allí. El hotel se encontraba junto al mar, a unos tres o cuatro kilómetros del pueblo en un entorno precioso, de mucha vegetación pero sin playa para bañarse. Sin duda la playa que salía en las fotos cuando reservé el hotel, debía estar en otro lugar. Aparqué el todoterreno y me dirigí a la recepción. Delante de mi estaban dos turistas, dos chicas realmente llamativas desde el primer instante en que las vi por la espalda, gestionando su registro en el hotel. Cuando las ví de frente, la playa dejó de importarme. Aproveché para saludarlas y conocerlas. Eran rusas, de la ciudad de Irkutsk, junto al lago Baikal, allá en la lejana Siberia. Después de tomar posesión de mi habitación salí a dar una vuelta por el hotel y sus alrededores, el paisaje era bello pero abrupto, imposible encontrar un lugar con playa para bañarse. De todos modos el agua estaba demasiado fría. Regresé al hotel y fui a ver la piscina, allí encontré a las dos rusas tumbadas al sol. Me acerqué y las saludé de nuevo. Las rusas no suelen ser muy expresivas, la rubia y más bajita no me hizo mucho caso, continuó absorbiendo los rayos de sol sin que mi presencia la inmutara, pero la más alta y de cabello castaño se incorporó para devolverme el saludo. Viéndolas ahí, tendidas sobre las hamacas en bikini, sus cuerpos me parecieron más primorosos de lo que yo había imaginado al encontrarlas en la recepción. Acerqué una hamaca y me tumbé junto a ellas. Me coloqué al lado de la más alta, Yulia, que me parecía más hermosa, con mejor cuerpo y más receptiva a mi existencia. Había algo en su rostro, quizá su mirada de ojos azules y misteriosos, que me fascinaba.
Volvimos a encontrarnos en el restaurante del hotel para la cena. Era una cena buffet, de modo que cada uno se servía a sí mismo. Después de escoger nuestros platos elegimos una mesa y nos sentamos juntos. La chica rubia tan apenas hablaba inglés, su escaso dominio de esta lengua hacía entendible su limitada conversación, pero la otra lo hablaba bastante bien, que era además quien más me interesaba. Había pocos clientes en el hotel, de manera que el ambiente resultaba tranquilo, aunque algo frío. ¿Qué podíamos hacer después de la cena?. Nos dijeron que había una discoteca, pero con la escasez de clientes en el hotel ocurrió lo que cabía esperar, se encontraba vacía. La rubia, que tan apenas entraba en la conversación, se aburría. Antes de las diez de la noche se fue a dormir. Me quedé a solas con la otra, con la que me gustaba. ¡Perfecto!. Salimos a caminar por los solitarios jardines del hotel, aquel paseo bajo las estrellas y entre las sombras de los árboles, resultaba emocionante. Me sentía encantado caminando a solas con ella. Nos estábamos conociendo, hablábamos de nuestras cosas, buscando una afinidad que, salvando las distancias y nuestras diferentes culturas, aparentaba estar bastante cercana. Parecía que nos caíamos bien, aunque con una rusa nunca se sabe, no es fácil sacar de la cabeza lo que tienen en ella. Lo que había en la mía era el incipiente deseo de acostarme con ella, creo que lo que hubiera deseado cualquier otro en mi lugar.
Meditando mi estrategia, pensé que antes de pasar a la ofensiva quizá era mejor calentar un poco el ánimo, pues aquel recinto estaba tan silencioso como un cementerio, y la invité a tomar algo en el bar. Entramos dentro y, aparte del camarero, sólo encontramos cuatro personas, dos parejas. Al llegar, el hombre de una de las dos parejas me saludó en inglés y me preguntó de donde era. El tipo que se dirigió a mi era ruso, de mediana edad, y, por su locuacidad, no parecía que fuese el primer vodka que se estaba tomando. Sólo fue decirle que era español para que agrandara los ojos en forma de sorpresa y mostrarse amigablemente conmigo. Me preguntó qué queríamos tomar. Le agradecí la invitación, pero rehusé, sin embargo él no hizo el menor caso, llamó al camarero y le dijo que nos sirviera lo que deseáramos. Me contó que tenía una casa en Marbella y que su mujer y su hija vivían allí. Miré a la chica que parecía ser su pareja, pensando si esa debía ser su mujer, de modo que adivinando mis pensamientos me dijo que esa era su mujer de Moscú. Él seguía viviendo en Moscú atendiendo sus negocios y sólo iba a Marbella para ver a su mujer y su hija unas tres o cuatro veces al año. Así que el tipo se estaba pasando unas vacaciones en Croacia con su amante. Aquel encuentro fue muy perjudicial para mis intereses, pretendía algo de intimidad para estar con Yulia y aquel ruso la anuló por completo. Estaba medio borracho y no me dejó tranquilo un solo momento. Cuando Yulia terminó su bebida me dijo que se iba a dormir. Me quedé sólo y frustrado. Cuando me fui a despedir del ruso para irme yo también a dormir, el tipo me agarró del brazo para que me quedara y le ordenó al camarero que volviera a ponerme otra copa. Mezclaba el ruso, el inglés y el alcohol sin parar, para ser ruso parecía un tipo amistoso y simpático, aunque a mi me había fastidiado la noche.
Volví a encontrarme con Yulia y su amiga a la hora del desayuno. Era el momento de hacer planes para el día. Estar en aquel hotel sin coche y sin transporte público suponía una condena al encierro y aburrimiento, afortunadamente yo tenía un buen coche aparcado fuera del hotel, una suerte, porque coches y lujo, resultan un atractivo irresistible para las mujeres rusas. Ellas estaban encantadas de venirse conmigo en el coche, y yo, no voy a negarlo, de poder llevarlas. El coche de mi amigo Paolo me iba a ayudar en mis relaciones con las rusas. Nos fuimos a hacer un reconocimiento a Porec, el pueblo que nos quedaba más cerca. El pueblo estaba bien, era bonito, tranquilo, de casas y edificios antiguos bien conservados, pero no había mucho que ver, prácticamente se concentraba todo en el paseo frente al mar con sus terrazas, y en una calle central con una pequeña plaza, donde se distribuían, tiendas, restaurantes y turistas. Después de nuestro paseo por Porec decidimos ir a Pula, al sur y la mayor ciudad de la península. La ciudad no era muy grande, pero era la más interesante y turística. Tenía un coliseo romano y otras antiguas ruinas de gran valor histórico. Paseamos por la ciudad, recorrimos el paseo marítimo y terminamos en una pequeña pero acogedora playa junto a la ciudad. Lamentablemente no nos habíamos llevado los bañadores. Después regresamos a la ciudad y buscamos un restaurante para comer. A primera hora de la tarde regresamos al hotel. Hacía un día de sol espléndido y las chicas querían aprovechar para tumbarse al sol en la piscina.
Cenamos a la hora rusa, es decir, pronto. El restaurante del hotel estaba tan escaso de clientes como el día anterior. Después nos fuimos a Porec. Allí si que vimos unos cuantos turistas, resultaba muy agradable pasear en la noche junto al puerto, la parte antigua del pueblo o tomarse algo en una terraza. Después de habernos tomado algo en una terraza del centro del pueblo, nos apetecía ir a una discoteca, sobre todo a las chicas. Había una en Porec y otra cercana a la zona de hoteles, entre el pueblo y nuestro hotel. Ya que estábamos allí, decidimos ir a la del pueblo. El turismo que había allí era más bien de tipo familiar o de jubilados alemanes, de modo que la discoteca se encontraba casi vacía. Ni siquiera nos quedamos más de dos minutos. Decidimos probar en la otra, pero sucedió lo mismo, tan apenas habría unas cuatro personas. Fue una decepción. Decidimos regresar al hotel. Nada más llegar y con una breve despedida, la amiga de Yulia se fue directa a su habitación. Me quedé a solas con mi preferida. El hecho de que Yulia no tomara la misma decisión que su amiga, me animó. Hablamos sobre qué podíamos hacer, para mis adentros, pensé, cualquier cosa antes que ir al bar del hotel, no fuera a ser que estuviera allí el ruso de la noche anterior. Decidimos caminar un poco por los jardines del hotel, que se mezclaban con la frondosa naturaleza adyacente. Caminar bajo la capa estrellada del cielo, hacerlo entre setos, flores y árboles, traspasando el silencio con nuestros susurros, y, sobre todo, con una compañía tan extraordinaria, convertía aquel paseo en un momento excepcionalmente romántico. Sin duda ayudaba mucho lo bella y seductora que estaba esa noche Yulia, con un vestido ajustado y corto que dejaba percibir los fabulosos contornos de su cuerpo. Estaba deslumbrante.
Cuidadosamente, arranqué una bonita flor de las que había a nuestro paso y se la dí. Yulia aceptó la flor con una mirada cómplice, dejando escapar una sonrisa de la comisura de sus labios. Observando la sutil aquiescencia de su gesto, me dio valor para lanzarle una flor, esta vez en forma de piropo. -Comparada contigo, la belleza de esta flor parece insignificante –le dije. Las mujeres rusas son en apariencia frías y distantes, sin embargo en la intimidad son extraordinariamente románticas y apasionadas. Las flores y los halagos las seducen enormemente. Mi iniciativa tuvo éxito, Yulia me sonrió y acercándose a mí me regaló un beso en la mejilla. Vi que había tomado el camino adecuado, Yulia era una mujer elegante, con clase, romántica, que sabía apreciar la seducción de los gestos y las palabras. Ahora debía profundizar con sutileza en el delicado espacio de la sensibilidad femenina, depositando en sus oídos bellas palabras y algún gesto ocurrente que, más que a sus ojos, le llegara al corazón. Nos sentamos en un banco de madera bajo las ramas de un árbol. Dejamos de hablar de cosas convencionales para entrar en un terreno más personal, mezclamos nuestra filosofía de la vida con la doctrina del amor, los deseos lícitos para obtener felicidad y los esfuerzos que se necesitaban para conservarla, los objetivos conseguidos y los que nos quedaban por alcanzar. Pese a que ninguno de los dos hablaba su propia lengua, cada vez nos entendíamos mejor.
Casi sin darnos cuenta, nos encontramos yo sentado y Yulia acostada en el banco con la cabeza sobre mis piernas. Seguimos hablando, mientras yo le recogía su cabello hacia atrás o le hacía alguna caricia recorriendo su rostro con el dorso de mis dedos. Yulia era una mujer reservada, de mirada profunda, moderada en sus reacciones, comprendí que me estaba aceptando cuando nuestras manos se entrelazaron. Viéndola allí tendida apoyada sobre mis piernas, con su ajustado vestido alzándose por encima de sus rodillas y la eminencia de sus bellos senos saliendo del escote, me resultaba muy difícil tener las manos alejadas de su cuerpo y los labios apartados de los suyos. Llegó el momento en que hablamos de ir a dormir, al incorporarnos, en un acto espontáneo como de mutuo agradecimiento por el hermoso tiempo que habíamos pasado juntos, nos abrazamos. Entonces fue inevitable, nuestras bocas chocaron, primero con suavidad, pero en seguida con apasionada vehemencia. Regresamos al hotel cogidos por la cintura, de camino le pregunté si deseaba dormir esa noche conmigo. No me dio una respuesta inmediata, primero me miró sonriéndome y después aceptó con un gesto de su cabeza. Aún en la oscuridad, sus preciosos ajos azules me enamoraban cuando me miraban así.
En el hotel todo estaba tranquilo y silencioso, seguramente éramos los únicos que aún permanecían fuera. Entramos en mi habitación. Era un cuarto acogedor, el hotel era antiguo pero renovado, el baño estaba completamente nuevo y moderno, pero la habitación conservaba algunos toques clásicos en su mobiliario y decoración. Encendí la lámpara de la mesilla y apagué la luz del techo, con esa tenue luz se creaba un ambiente más cálido y favorable. Al entrar, Yulia se había quitado los zapatos, de manera que yo la imité quitándome los míos. La intimidad que nos daba la habitación nos permitía sentirnos libres y cómodos para hacer lo que quisiéramos. Y lo que deseábamos era estar juntos. Nos abrazamos, nos besamos, retorcimos nuestros cuerpos el uno contra el otro. La temperatura de mi cuerpo ascendió vertiginosamente. Cuando ya estaba dispuesto para llevarla a la cama, Yulia se separó de mí. Dijo que iba a tomar una ducha. Acto seguido se metió al baño y yo me quedé de pie asintiendo en medio de la habitación, a solas con mi lívido cuando ya había empezado subirse por cada poro de mi piel. Todas las mujeres rusas pasan por la ducha antes de acostarse a dormir, lo curioso es que no dejaban esta costumbre ni aún en los momentos de máxima excitación. Debe ser algo sagrado para ellas. Y esto les lleva el doble de tiempo de lo que le cuesta a una mujer normal. Mientras esperaba, pensé que quizá debería haberle propuesto ducharnos juntos, así habríamos podido adelantar algo. Por suerte no tardó mucho, no llegó a los 20 minutos. Salió envuelta en el albornoz blanco del hotel, sonriéndome cálidamente. Naturalmente ella esperaría que yo hiciera lo mismo, de modo que a continuación también yo pasé al baño para ducharme.
Salí envuelto en la toalla, blanca también, después de la ducha. Yulia estaba recostada en la cama envuelta en su albornoz. Se incorporó poniéndose de pie. Estaba muy sexy, la imaginaba sin nada debajo del albornoz y eso insuflaba de poder mi capacidad para vencer las leyes de la gravedad, automáticamente emergió un bulto debajo de la toalla que llevaba anudada a la cintura. Estábamos listos para dormir, o, mejor dicho, para ir a la cama. Retiré la colcha con la manta y la sábana, en las noches refrescaba un poco, hasta dejarlas prácticamente al fondo de la cama. Pensé que de momento no las íbamos a necesitar. Cogí a Yulia por ambas manos y la besé dulcemente en los labios. Su aparente timidez, o el hecho de dejar que yo tomara la iniciativa, me dotaba de cierta libertad para decidir los movimientos a seguir hasta llegar a la fusión de nuestros cuerpos. Sin soltar sus manos, sin despegar mi caliente cuerpo del suyo, llevé mis labios rozando su mejilla hasta llegar al oído. Besé el lóbulo de su oreja y después, dejando que sintiera el aliento de mi respiración en su oído, le dije algo bonito en un suave susurro. No podía ver su rostro en ese instante, pero sé que le gustó lo que le dije porque me oprimió las manos. Descendí con mis labios hasta su cuello y lo besé, intercalando los besos con palabras bonitas destinadas a sus oídos, le dije lo loco que me volvían sus hermosos ojos azules, la elevada seducción que propagaba en mí su cuerpo generoso, el irresistible deseo que tuve desde el primer momento de tenerla en mis brazos. Estábamos de pie junto a un lateral de la cama, alcé mis manos y las llevé al cuello del albornoz para abrirlo suavemente. Yulia se quedó inmóvil, con los brazos caídos dejando que yo ejecutara la delicada operación de desvestir su cuerpo. Después de abrir la parte superior del albornoz, bajé las manos para desanudar el cinturón. Lo solté y el albornoz quedó ligeramente abierto. Separé ambos lados llevándolo hasta los hombros de Yulia, dejando que resbalara por sus brazos hasta el suelo.
Su cuerpo desnudo y fresco quedó enteramente visible a la admiración de mis ojos. Ya la había visto en bikini el primer día en la piscina, pero el hecho de que nada ocultara un solo centímetro de su piel, confirmaba plenamente dos cosas: una que tenía un cuerpo magnífico, y dos que su cuerpo ganaba más denudo que vestido, cosa de la que no todas las mujeres pueden presumir. La cogí por las caderas y la hice retroceder un paso avanzando hacia ella. Yulia se topó con la cama y se dejó caer en ella. Su cuerpo quedó recostado sobre la sábana blanca mientras sus piernas colgaban por el lateral de la cama. Me quité la toalla que llevaba puesta y me incliné sobre ella. No tuve que inclinarme mucho para llegar a sus labios, pues la cama, que parecía de estilo antiguo, era mucho más elevada de lo normal. Aunque inclinado sobre Yulia, yo seguía de pie frente a ella, tenía una magnífica visión de su rostro, de sus preciosos senos, de la perfección de su cuerpo. Posé mis manos en sus pechos, los friccioné con suavidad, los besé, los lamí, los chupé….sin dejar de mirarla. Ella tenía los ojos entrecerrados y de sus labios escapó algún leve gemido. Con mis labios fui descendiendo por el centro de su cuerpo hasta llegar justo a su sexo, impecablemente rasurado. Me coloqué en cuclillas y proseguí. Besé tenuemente sus labios vaginales, luego y con el vértice de mi lengua los entreabrí buscando su clítoris. Incidí en él lamiéndolo repetida y apresuradamente, frotándolo, removiéndolo con el extremo de mi lengua, sintiendo como se estremecía su cuerpo. Sin dejar mi tarea, alzaba la vista hacia ella observando la superficie de su pubis, su estómago, sus pechos, su rostro, tirado hacia atrás con los ojos cerrados. Ligeras sacudidas me mostraban la excitación que la hacía sentir hurgando con mi lengua en su sexo, el cual intuí se encontraba caliente como el fuego. No podía esperar más, me incorporé de nuevo colocándome de pie pegado a la cama, entre las piernas de Yulia. Aquella cama tan elevada dejaba su cuerpo tendido a la altura de mi pene, lo que posibilitaba una penetración tal como estábamos, ella tumbada y yo de pie.
La cogí por los tobillos y los alcé colocándolos sobre mis hombros, tiré un poco de su cuerpo para acomodarlo justo al borde de la cama, quedando perfectamente yuxtapuesto con mi entrepierna, en una posición ideal para una completa penetración. Nos miramos a los ojos con la mirada cargada de deseo, miré a continuación su sexo e introduje la yema de mi dedo anular, primero acariciando su clítoris y luego palpando su interior. Se encontraba caliente y húmedo. Yo también estaba caliente, empalmado desde el primer momento que me había acercado a ella, de modo que el pene se introdujo con suavidad y firmeza dentro de su coño, hasta el fondo. La tenía sujeta por las caderas mientras sus piernas levantadas hacia lo alto se apoyaban en mi cuerpo, empecé el movimiento de vaivén lentamente, como quien reconoce el terreno, aumentando el ritmo paulatinamente, era tan bueno que sólo temía no fuera a correrme demasiado pronto. El movimiento de empuje se hizo más vigoroso, violento incluso, frenético por momentos, aplastando mis ingles contra el nacimiento inferior de sus nalgas, introduciendo el pene hasta su base, una y otra vez, incansablemente. La mesurada apariencia de Yulia se descompuso del placer que sentía, su casi inalterable rostro se deformaba apretando los dientes, aspirando profundo, gimiendo exaltada, retorciendo el gesto del placer que mis eléctricas embestidas le proporcionaban. El éxtasis nos llegó a los dos, fue algo soberbio. Pasamos la noche juntos hasta que después de las ocho de la mañana Yulia se fue a su habitación a reunirse con su amiga. Los seis días que pasamos juntos fueron enormemente deliciosos. Durante el día Yulia, su amiga y yo programábamos excursiones a distintos lugares, ciertamente tener el coche de mi amigo italiano fue un acierto pleno, mientras que las noches, después de regresar al hotel, eran feudo exclusivo de Yulia y mío, donde nos entregábamos al ardiente entusiasmo con el que nos había cubierto el amor fugaz en el inicio de aquel verano.

domingo, 22 de julio de 2012

Turquía


Delicia turca





Viajaba en un vuelo de Estambul a Antalya, pretendía llegar hasta el complejo turístico de Kemer, a unos 30 km. de la ciudad, donde tenía una cita con una amiga rusa que llegaba igualmente a Turquía ese día, había comprado el vuelo un día antes y el de Antalya justo después de llegar al aeropuerto de Estambul.  Como se puede ver, no era un viaje previsto, la razón obedecía a que cuatro días antes mi amiga rusa me había escrito un mail diciéndome que se iba a Turquía de vacaciones y me invitaba a ir también y vernos allí.  Así que le envié un correo de vuelta pidiéndole en nombre del lugar donde iba y en qué hotel se hospedaba.  Recibí la respuesta dos días antes del viaje, por eso sólo pude comprar el vuelo el día anterior.

Ahora me encontraba embarcado y preparado para darle una sorpresa a mi amiga, no le había dicho que tuviera el billete de avión en mis manos y dudo que se le hubiera pasado por la imaginación que podría llegar a Kemer el mismo día que ella.  El vuelo iba con pocos pasajeros, pero tuve la suerte de que a mi lado se sentara una chica joven y atractiva.

Iniciamos el vuelo y mi compañera, que iba el lado de la ventanilla, no dejaba de mirar hacia ese lado, obviándome por completo.  Creo que no deseaba conversación y para evitar cualquier intento mío de aproximación miraba continuamente para el otro lado.  Desde luego no podía dejar pasar esta oportunidad que me brindaba la suerte y le hablé. Creo que simplemente fue un comentario, pero ella respondió primero girándose  hacia mí y después contestándome amablemente.  Seguramente pensaba que era turco, pero al hablarle en inglés se dio cuenta de que era extranjero y su actitud cambió notoriamente. Yo le dije que en principio también tuve mis dudas si ella era turca, pues lucía una hermosa cabellera rubia, cosa nada común en Turquía.

No tardamos nada en romper el hielo.

El vuelo duraba una hora, se podría decir que desde el momento en que empezamos a hablar no paramos hasta que el vuelo tomó tierra.  También se podía decir que si Selín, que así se llamaba, me había gustado en el momento de iniciar el vuelo, al aterrizar me gustaba mucho más.  Selín era una de las chicas más dulces que nunca había conocido.

A su pregunta de dónde pensaba ir, le tuve que explicar un poco lo que pensaba hacer, por supuesto sin mencionar la cita con la amiga rusa en Kemer, únicamente le dije que me proponía recorrer parte del litoral sur.  Me preguntó si pensaba llegar hasta Alanya, su ciudad, también en la costa y a dos horas y media de Antalya en autobús.  Al decirle que en principio no estaba en mis planes, de hecho era la primera vez que escuchaba el nombre de la ciudad, ella me animó a ir.  Eso lo cambiaba todo, desde ese instante sí que me interesaba.  Naturalmente no lo afirmé con rotundidad, dije que intentaría ir, aunque si apostillé que ahora que la conocía a ella no podía dejar de visitar Alanya.  Entonces lo que hizo Selín fue anotarme su número de teléfono para que la llamara en cuanto llegara.  Ella estudiaba en Estambul y justo acababa de terminar el curso, regresaba de vacaciones a su ciudad, de modo que tendría tiempo para enseñarme todos los lugares interesante que había allí.

En la recogida de equipajes (abierta a los no pasajeros también) Selín me presentó a sus padres que habían ido a recogerla.  Mientras esperábamos estuvimos hablando un poco, lo suficiente para darme cuenta que sus padres eran igualmente encantadores.  Al conocer que iba a pasar un tiempo de vacaciones ellos mismos me invitaron también a ir a Alanya.  Cada vez tenía más claro que no podía perderme ese lugar.

Nos despedimos fuera del aeropuerto, íbamos en direcciones opuestas, pero el padre de Selín se tomó la molestia de buscar el minibús para llegar a Antalya y decirle al chofer donde deseaba yo bajarme.  La cita con la rusa en la playa de Kemer, lugar que no conocía de nada, me ilusionaba mucho, pero no niego que en algún momento antes de despedirme de Selín dudé en cambiar de planes e irme directamente con ella hasta Alanya.



Mi estancia en Kemer con la amiga rusa fue sensacional, pero ese es tema de otro episodio.  Después de ocho días ella regresaba a su país y yo me quedaba solo de nuevo, en otras circunstancias hubiera sentido cierta añoranza, pero en ese momento sólo sentí una nueva ilusión activándose en mis sentidos.  Dos días antes hice una llamada a Selin, creo que no la esperaba, noté que la sorprendí, además me confesó cuánto la alegraba mi llamada.  Me preguntó si pensaba ir a Alanya, le dije que estaba cerca de Antalya, que llegaría en un par de días y que en cuanto llegara tomaría directamente un autobús para Alanya.  Volvió a repetirme que la llamara en cuanto llegara.

Nada más dejar a mi amiga en el autobús que la llevaba al aeropuerto regresé a mi habitación, cogí el equipaje y partí también.  Un autobús me llevó hasta la estación de autobuses de Antalya y allí tomé otro que salía poco después para Alanya.

Llegué a la ciudad poco después del mediodía.  Nada más poner los pies en tierra busqué una cabina telefónica y llamé a Selín, ella no ocultó la alegría al verificar que había llegado.  Alanya era una ciudad tipo Salou, vivía del turismo de verano, por lo tanto estaba llena de hoteles y turistas, alemanes en su mayoría.  Le pregunté dónde podía quedarme, Selín me sugirió que si no me parecía mal, podía quedarme en el hotel de su padre, tenía un hotel cerca de la playa donde se alojaban los turistas de viajes organizados.  Por supuesto le dije que si, que me parecía estupendo, entonces me dio el nombre del hotel y la dirección para que se lo diera al taxista. Quedamos en encontrarnos allí.

Fui el primero en llegar, así que antes de tomar habitación esperé a Selín en la recepción, luego los dos manifestamos una sincera alegría al encontrarnos de nuevo.  No podía decirse que Selín fuera una chica despampanante, era guapa, con más aspecto de escandinava que de turca, pero sus dos grandes atractivos eran su encanto y la exquisita dulzura de su carácter, suficiente para entusiasmar a cualquiera, más aún teniendo en cuenta la maravillosa juventud de sus 19 años.

Fuimos juntos hasta el mostrador de la recepción, el hotel era de tres estrellas, uno más de tantos en la playa.  Me registré sin preguntar el precio, sólo después de haber escrito mis datos le pregunté al recepcionista cuánto costaba por noche.  Él me miró un par de segundos antes de decirme que lo había llamado el jefe para decirle que me hacía un precio especial de 20 € por día, donde además de la habitación iban incluidos desayuno y cena buffet.  ¡Wow, qué suerte!, pensé.  El precio era una ganga, el padre de Selín empezó a caerme muy bien. La miré a ella sorprendido y agradecido por el detalle de su padre.

¿Cómo sabía tu padre que estaba aquí?, le pregunté.

Cuando llamaste –respondió- estábamos en casa y le dije que acababas de llegar, también le dije que te ibas a hospedar en el hotel y que habíamos quedado aquí.

Allí mismo en la recepción empezamos a hacer los primeros planes, serían sobre las tres de la tarde y Selín comprendió que debería estar cansado del viaje y necesitaba descansar, dormir un poco, de modo que quedamos a última hora de la tarde. Ella pasaría a recogerme por el hotel.

Salimos en la noche a la zona de ambiente, bares y discotecas, cercana al paseo marítimo. Al ser el mes de julio había muchos turistas, con lo cual tanto en el paseo marítimo como en los locales había bastante gente, primero tomamos un trago en uno de los bares, después subimos a bordo de una de las goletas amarradas al puerto utilizadas como bar, y por último fuimos a la discoteca, una disco enorme a cielo abierto y que parecía ser el lugar de moda.

Fue una noche muy agradable, Selín me presentó a sus amigos, seguramente todos “hijos de papá” por el dinero que manejaban, pero al igual que la mayoría de los turcos, gente amable y sociable.  Al final de la noche nos despedimos de sus amigos y después de un corto paseo tomamos un taxi al hotel.  Durante toda la noche había estado deseando besar a Selín, intuía que yo le gustaba, pero el hecho de estar en un país musulmán me impedía dar muestras públicas de mis deseos, ni siquiera de una aproximación o un roce de su cuerpo, todo cuanto me aventuré fue a colocar mi mano en su cintura de forma circunstancial.  Turquía se había modernizado mucho desde mi primera visita, en las ciudades grandes han adquirido costumbres europeas, pero en el fondo seguían siendo musulmanes y había que guardar la compostura.

Al llegar a la puerta del hotel Selín le dijo algo al taxista y éste paró el motor del coche.  Selín se bajó conmigo para despedirse, nos quedamos de pie en la parte trasera, solos, en silencio y rodeados de oscuridad.  Que se bajara del coche para prolongar nuestra despedida era un signo bastante revelador, por lo que ya no ví motivo para seguir conteniendo mis deseos, estábamos los dos tan cerca que sólo tuve que inclinarme un poco para llegar a sus labios.  Ella recibió el beso de la misma forma que yo se lo había dado, en principio mesurado, pero de inmediato con entusiasmo y fogosidad.  Ese fue el límite, poco después subió de nuevo al taxi y partió hacia su casa.

Quizá no pueda decirse que la noche fue completa, pero entré al hotel con la emoción de haber conseguido algo excepcional.

Habíamos quedado que a la mañana siguiente Selín pasaría por el hotel para llevarme a la playa, y a eso de las once allí estaba.  Llamó por teléfono desde la recepción en cuanto llegó y bajé preparado, es decir, en bañador y con toalla.

La playa me descubrió un lugar bastante agradable y bello con el mar azul, la arena blanca y la vegetación de árboles y jardines detrás,  la playa también me descubrió otra emocionante visión: Selín en bikini. Juntos allí, parecíamos dos turistas más, incluso ella, con su pelo rubio y blanca piel, parecía más extranjera que yo.

Comimos en el hotel, ella misma se encargó de ir a la cocina y pedirle al cocinero que nos hiciera algo, que luego comimos en el salón donde habíamos estado jugando al billar mientras esperábamos.  Después pasamos a la piscina y nos tumbamos a dormir un poco de siesta.  El resto de la tarde la pasamos allí, tomando el sol y jugando en la piscina.  Al atardecer regresó a su casa, quedamos que volvería para la cena, que cenaríamos juntos en el hotel y después saldríamos por ahí.

A la hora prevista llegó al hotel, pero no lo hizo sola, sino con sus padres. Ellos también iban a cenar con nosotros.

Cenamos los cuatro en una esquina de la terraza del restaurante, era nuestra primera cena, pero la verdad que fue todo tan natural y distendido como si hubiera sido un viejo conocido.  Los padres de Selín eran amables, familiares, encantadores.  Muy pocas veces había tenido la ocasión de cenar junto a los padres de una chica después del primer día de haber salido con ella, pero aquí todo parecía lo más natural del mundo, tenía que recordarme a mi mismo que estaba en Turquía para dar más valor a lo que estaba viviendo. Y terminada la cena nos despedimos para salir en la noche, deseándonos sus padres que lo pasáramos bien, tan tranquilamente.

Verdaderamente procuramos seguir el consejo de los padres desde el momento en que nos quedamos solos, tomamos un taxi y Selin me llevó a una terraza idílica, se encontraba situada en la parte alta de la ciudad a modo de balcón sobre el mar con una vista panorámica del puerto y del paseo marítimo, que iluminado por la noche adquiría una belleza especial.  La terraza era un pequeño parque de setos, jardines y árboles, entre los cuales había mesas intercaladas, un lugar para la relajación observando bucólicas vistas o, como era nuestro caso, el lugar perfecto para pasar inadvertidos del mundo. Escogimos una mesa alejada de la entrada, oculta entre la oscuridad y los setos, junto al muro desde el que se divisaba una preciosa vista de la bahía, las únicas luces existentes eran las colocadas sobre el suelo para señalar el camino, la llama de la vela en el centro de la mesa y las estrellas en el cielo.

Aquí tuvimos la segunda aproximación, juntamos nuestros sillones, después nuestros rostros, luego nuestros labios… permanecimos muy juntos durante todo el tiempo, la noche y su oscuridad fueron perfectas aliadas del cariño que deseábamos demostrarnos.  Fue como volver a los 18 en la sala de cine, en el parque, en la oscuridad de un rincón de la discoteca, tratando de aprovechar cualquier recurso para sacar los sentimientos y la pasión en la que iban envueltos.

De allí regresamos a la zona de ambiente junto al paseo marítimo.  Esta vez subimos a una goleta utilizada como discoteca, aquí eran todo turistas extranjeros, de forma que nos mezclamos con ellos como dos turistas más, con su misma libertad y despreocupación.  Entramos cogidos de la mano y una vez dentro bailamos, nos abrazamos y nos besamos como cualquiera de los demás turistas sin que nadie nos tuviera en cuenta. Fue una noche feliz, si cabe un poco más que la anterior, pues se había producido un notable progreso en nuestra relación.

A altas horas de la madrugada tomamos un taxi al hotel.  Al llegar, de nuevo  Selín le dijo algo al taxista y éste paró el motor del coche.  Descendimos del taxi y nos quedamos de pie junto a la parte trasera, mudos, pero con un brillo en la mirada que destacaba en la oscuridad.  Nos cogimos de las manos, acercamos nuestros cuerpos, nos miramos sin decir nada, sonriendo con cierta tristeza, pues había llegado el momento que ninguno deseaba, la despedida.  Selín soltó las manos para cogerse a mi cintura y apoyar su rostro en mi pecho por unos instantes, creo que fue su forma de darme las gracias.

Cuando la vi meterse en el taxi y partir hacia su casa, me quedó una sensación agridulce muy intensa, por un lado me quedaba con la amargura de perder su compañía, pero por otro con la felicidad de haber vivido los momentos de esa noche junto a ella.

Para el día siguiente teníamos el mismo plan, Selín vendría a buscarme al hotel.  Había bajado a desayunar, pero después regresé a la habitación para seguir descansando un poco más.  A las once de la mañana me levanté, me duché y me dispuse a esperar la llamada de Selín.  Tardaba un poco en llegar, aunque pensando en las horas en que nos habíamos ido a dormir era lógico. Entretanto llamaron a la puerta.  Imaginé que sería de nuevo la señora de la limpieza de habitaciones, había pasado antes para preguntar si limpiaba la habitación,  le había dicho que no, quizá quería volver a preguntarme. Para mi sorpresa no era la señora de la limpieza quien estaba allí, sino Selín.

Esta vez, en lugar de llamarme cuando llegó al hotel, subió directamente a mi habitación.  La hice pasar y una vez dentro, a solas, le dí un beso de bienvenida.  Dejó el bolso sobre una silla y nos sentamos sobre el borde de la cama para charlar.  Hablamos de la noche pasada, de cómo nos habíamos levantado por la mañana, en fin, de esas cosas que se suelen hablar como preámbulo a lo verdaderamente interesante.  Creo que al estar cerca el uno del otro los dos volvimos a recuperar la sensación de la noche anterior en nuestra despedida, yo notaba como un calorcillo agradable iba subiendo hasta mis orejas, en realidad era la emoción quien ascendía por todo mi cuerpo.  Estábamos tan cerca que los dos podíamos percibir el calor del otro.  Inevitablemente nuestras bocas se unieron.

Después unir las bocas ansiosas, a continuación fueron nuestros cuerpos quienes se pegaron atraídos por una fuerza irresistible, la atraje hacia mí abrazándola y los dos perdimos el equilibrio, cayendo sobre la cama.

Iniciamos lo que podría haber parecido una lucha, pues rodamos en la cama, saltamos, nos incorporamos y volvimos a caer, sin dejar de estar enredados en uno en el otro.  Fue como una explosión de sentimientos y alegría al poder gozar libremente del placer que nos producía el contacto de nuestra piel y el sabor dulce de nuestros besos.  Obviamente, la temperatura subió a cotas muy altas.

Selín llevaba puesto un vestido corto y debajo el bikini, con las vueltas y revueltas en la cama acabó con el bikini solamente, mientras yo permanecía con el pantalón corto  que llevaba puesto cuando llegó, en el cuál había surgido un persistente bulto en su parte delantera.  Era evidente que los dos estábamos muy calientes. 

Decidí dar el paso y traté de quitarle el bikini empezando por su parte de arriba.  Selín no se sorprendió, pero reaccionó con precaución, dijo que esperara un momento y me pidió que corriera las cortinas del balcón.  Me apresuré a obedecer sus ordenes,  corrí el visillo traslúcido y luego la cortina que no dejaba pasar la luz, quedándonos en penumbra.  Entonces llegó el momento de la acción.

Entre caricias y besos le quité el bikini, al tiempo que ella hacía lo propio con mi pantalón.  Nos quedamos desnudos.  Ya me había dado cuenta de su desinterés por la religión, pero imaginaba que por las condiciones religiosas del país tendría poca experiencia, o quizá ninguna,  en relaciones sexuales, aunque hasta ese momento estaba mostrando bastante desenvoltura.  Me había contado que había tenido un novio en la universidad, pero lo habían dejado, y ella vivía en Estambul en un apartamento, indicios que hacían sospechar que más de algún encuentro a solas habrían tenido en su apartamento.

Selín se hallaba tumbada en la cama boca arriba, en cuanto nos quedamos desnudos me cogió para que montara sobre ella, ambos estábamos suficientemente excitados como para no retrasar más el momento de la penetración, pero había que engrasar un poco más el cauce donde debía actuar el mecanismo que impulsaba nuestros deseos, de modo que antes de proceder a subirme sobre ella bajé la mano a su sexo y lo acaricié.  Lo acaricié suavemente, repetidamente, introduje mi dedo, lo introduje varias veces explorando con la sutil yema de mi dedo corazón aquél cálido refugio de placer, podía percibir como Selín cerraba los ojos y suspiraba sintiendo el gozo verdadero que mis hábiles dedos le avanzaban anunciándole la dicha que la esperaba.

En el momento de la penetración Selín me pidió que fuera despacio, con suavidad. Actué tal como ella me había pedido, con toda la delicadeza posible, pensando que quizá podía ser la primera vez para ella.  Después de los primeros instantes, una vez que penetré en su interior y empecé a moverme, todo funcionó bien, su sexo se encontraba completamente húmedo y cálido, de manera que mi pene serpenteaba gozoso sobre toda la profundidad de su deliciosa hendidura.



De los nueve días que estuve en Alanya no pasamos con Selín ninguna noche juntos en el hotel, el deber de regresar a su casa la obligaba, sin embargo desde el primer día que hicimos el amor no dejó de visitarme al menos una vez por día en mi habitación, fuera en la mañana o en la tarde.  Sólo tomaba la pequeña precaución de subir directamente por el ascensor sin pasar por la recepción y al bajar nunca lo hicimos juntos, ella lo hacía primero y al cabo de un poco lo hacía yo.  Lo más curioso de todo es que tuve una excelente relación con sus padres, nos llevábamos muy bien y me trataban con plena confianza, debían saber perfectamente que Selín y yo estábamos teniendo una relación, prácticamente pasábamos el día y la noche juntos, y además la propia Selín no ocultaba su afecto hacia mi delante se sus padres cogiéndome de la mano, cogiéndonos a veces por la cintura o reclinándose sobre mi pecho cuando estábamos sentados en algún sofá.  Sus padres, lejos de oponerse a esta relación, con su afectuosa actitud hacia mí parecían dar su completa aprobación.  Obviamente ignoraban mi edad, no debían tener ni idea de que yo era seis años mayor que la propia madre de Selín.

 Selín debía ser la más ignorante sobre mi edad, pues un día preguntando sobre ella me dió 30 años, nueve menos de los que tenía su madre.  Por supuesto, a riesgo de perderla, de ver desaparecer aquella maravillosa aventura de verano, no pude decirle la verdad.












martes, 3 de julio de 2012

Madagascar




La hija del comisario





Había llegado a Morondava, en Madagascar, a eso del mediodía.  Después de comer estuve dando una vuelta para inspeccionar la ciudad y finalmente terminé en la playa, una playa inmensa y absolutamente solitaria.  Cuando me cansé regresé al hotel.

Estaba hospedado en el hotel Le Oasis, cercano a la playa, en la zona donde las calles son de arena sombreadas por los altos árboles, con las casas de madera y techo de palma.  El hotel era sencillo pero encantador, se encontraba en un recinto con mucha vegetación, árboles, plantas y flores. Semiocultos en esa vegetación había varios bungalows de madera, viejos y mal cuidados, elevados medio metro del suelo por las lluvias, donde se oían crujir las tablas al pisar en el suelo, pero donde me sentía muy confortable.  Tenía un pequeño bar donde en las tardes se podía tomar una cerveza o un ron, y una terraza restaurante entre los árboles igualmente acogedora. Era mi primera vez en Morondava y Le Oasis me parecía el lugar perfecto.

Después de regresar de la playa me tumbé sobre la cama y me quedé descansando un rato, creo que me dormí.  Luego me di una ducha, me vestí y salí a la calle, era poco después de las seis de la tarde, pero ya había oscurecido.  Se me había escapado la tarde.  Salí a la calle y me quedé pensando qué dirección tomar, si a la izquierda o a la derecha, en realidad no tenía ni idea de donde podía ir o qué podía hacer.  Mientras estaba pensando pasó un todoterreno por mi lado y paró unos metros después, el conductor sacó la cabeza por la ventana y empezó a llamarme por mi nombre.  Me quedé sorprendido.  Desde que había llegado no había conocido a nadie, prácticamente ni había hablado con nadie.  Al ser de noche, estar oscuro y ser muy moreno el conductor, no lo reconocí.  Se bajó del coche y vino hacia mi, entonces sí, lo reconocí: era Maheva.

Un par de años antes había conocido a un español que vivía en Antananarivo, la capital, y ya era la segunda vez que me hospedaba en su casa.  Uno de sus dos negocios era el alquiler de coches todoterreno con conductor para turistas y Maheva era uno de sus conductores, a quien yo veía a diario cuando estaba en la casa.  Esta vez tenía un viaje con dos turistas franceses y había llegado el día anterior.  Me hizo subir al coche. Una vez dentro me presentó a la chica que iba dentro, Maheva estaba casado, pero en Morondava tenía otra mujer, en realidad creo que debía tener una mujer en cada ciudad donde iba con los turistas.

Arrancamos y me preguntó si estaba solo. Si, le respondí, acabo de llegar.

Ohhhhh!, exclamó en tono de decepción.  ¿Pero cómo es eso?, preguntó.           

 No, no, no, eso no puede ser, vamos a buscarte una chica, me dijo Maheva, como si eso fuera algo imprescindible.  Yo no dije nada, sólo sonreí por su disposición a solventar mi soledad.

Empezamos a dar vueltas por la ciudad, en realidad no había mucho donde buscar, la ciudad tenía pocas calles, poca vida, aún la calle principal se encontraba casi vacía, una vez que se iba el sol la gente regresaba a sus casas y la vida se apagaba.  Pero Maheva no pensaba en desistir, al ver que no encontrábamos a nadie para mi, le preguntó a su amante si conocía a alguna chica que fuera guapa, ella pensó durante unos segundos y luego respondió:  la hija del comisario es muy bonita.  ¿Tú sabes dónde vive?, le preguntó él a continuación.  Ella afirmó.  ¡Pues entonces vamos allá!, exclamó Maheva.

Nos presentamos en la casa del comisario de Morondava.  Al igual que las demás, era una casa de madera de planta baja, aparcó el coche al otro lado de la calle y bajó del vehículo para ser él mismo quien se dirigiera hasta la casa para hablar con la chica, mientras yo me quedaba sentado en el coche observando.  Llamó a la puerta y salió a abrir la madre, Maheva preguntó por la hija y la madre fue a por ella, al poco apareció en la puerta.  Estaba oscura la calle, suerte que encima de la puerta se encendió una bombilla y eso me permitía ver mejor y, lo que estaba viendo, no me desagradaba nada.  Maheva empezó a explicarle por qué estábamos allí y qué era lo que quería, desde luego no podía escucharlo y aunque lo hubiera escuchado no lo hubiera entendido porque hablaban en malgache, pero sabía lo que le estaba diciendo.  Mientras le explicaba miró donde yo estaba y señaló con el dedo, indicándole que yo era el “vazaha” (blanco) con el que le estaba proponiendo salir esa noche juntos.  Yo miré a Maheva y sonreí, era la contraseña que teníamos, si la chica me gustaba tenía que sonreírle, así él mantendría la invitación, si no sonreía era que no me gustaba, de esa manera anularía la invitación con alguna excusa.  También miré a la chica sonriendo y la saludé con la mano, ella me devolvió el saludo y al poco terminaron de hablar, se metió de nuevo en la casa y Maheva regresó al coche.

Está hecho –dijo Maheva-, la chica ha dicho que si.

¿Se viene con nosotros?, pregunté un poco incrédulo. 

Si, si, sólo ha dicho que le demos unos minutos para arreglarse.

Ciertamente cuando vi en la puerta de la casa a la hija del comisario ya me pareció un bombón, pero después de arreglarse, llevando un vestido ceñido al cuerpo marcando las perfiladas líneas de su cuerpo, pude constatar que no hubo error en mi percepción: era un auténtico bombón.  Soary, que así se llamaba, era guapa, de rostro dulce, elegante con aquel vestido ceñido que a la vez le añadía su buena dosis de sensualidad.

Subimos al coche y partimos.  Maheva me preguntó dónde quería ir, la verdad que a esa hora de la noche no había muchas opciones para escoger, le dije que buscara un restaurante para cenar.  No fuimos lejos, allí cerca, junto a la playa, había uno que según Maheva se cenaba bien y era económico: “étoile de mer”.  Encargamos la cena, yo pedí uno de mis platos favoritos: pescado a la salsa de coco, y mientras nos preparaban los platos pedimos un ron con coca cola como aperitivo.  La cena tardó bastante, como suele ser habitual en Madagascar, con lo cual tuvimos tiempo para conocernos con Soary, si bien ella era una chica de pocas palabras, parecía tímida, por suerte tenía una sonrisa bonita y sonreía a menudo.  Como es natural, yo pagué la cena de los cuatro, era el “vazaha” y es lo que se esperaba.  De allí y, dado que ya eran más de las diez de la noche, nos fuimos directos a la discoteca, la única alternativa nocturna si no queríamos ir a dormir, y a esas horas aún era demasiado temprano.

Nos sentamos y pedimos unas bebidas, la gente fue llegando y para ser un día de semana el ambiente era bastante aceptable, sobre todo después de ver la ausencia total de vida en las calles.  Salimos también a la pista a bailar, aunque una hora después de haber llegado Maheva y su pareja se marcharon, él había estado conduciendo durante todo el día y estaba cansado, además tenía que madrugar.  Nos quedamos Soary y yo.  La verdad que ella hablaba poco, era yo quien tenía que decirle o preguntarle cosas.  Después de las doce de la noche ya habíamos dicho todo lo que teníamos que decir y bailado todo lo que teníamos que bailar, pensé que era momento de regresar ya al hotel, no obstante le pregunté a Soary cuando quería que partiéramos de allí.  Ella, como en todo hasta ese momento, dijo que cuando yo quisiera.  Madagascar debe ser uno de los pocos sitios donde las mujeres hacen lo que uno quiere, y no al revés.  Un placer desconocido para los hombres.

Vista su disposición, le dije pues que nos íbamos a dormir.  Ella se limitó a decir:  ¡vamos!.

Ni siquiera le había preguntado si quería venir a dormir conmigo al hotel, era una cuestión que sobraba, se sobreentendía que la invitación llevaba incluida la noche completa, aunque por supuesto ella podía elegir irse a dormir a su casa.  Pero no lo hizo, decidió permanecer conmigo.

El hotel quedaba a unos 500 metros por una calle de arena, pues estaba cercana a la playa, de manera que fuimos caminando tranquilamente en la noche bajo una oscuridad completa en la que casi nos resultaba difícil vernos a nosotros mismos.  Fue durante el camino donde por primera vez la pude estrechar contra mí y besarla. Ella no sólo no se opuso a mi abrazo, sino que se pegó a mí como si yo hubiera sido un imán.  Tampoco pude resistirme a palpar su cuerpo sobre su ceñido vestido, igual que lo hubiera hecho un ciego para reconocer todas sus formas, aunque seguramente de manera menos delicada.  Así llegamos al hotel, entre besos, abrazos, risas y tropezones.

La puerta de entrada a la recepción del hotel se encontraba cerrada, por lo que tuvimos que entrar por la puerta de la zona destinada a aparcamiento cercada con una alta valla de madera. 

Nada más traspasar la puerta observé la parte trasera de un coche aparcado, un Renault 4L blanco, la que cayó de inmediato en la cuenta de qué coche se trataba fue Soary.

-¡Ohh , mi padre! – exclamó.

Al avanzar unos metros y ver el coche en su parte lateral, pude leer que ponía las letras: “police”. Entonces comprendí, era el coche de su padre, lo cual significaba que estaba allí, esperándonos.

Al momento lo vimos aparecer con el vigilante del hotel, caminando hacia nosotros.

La verdad que fue una sorpresa, me pregunté por qué estaba allí, si había ido para llevarse a su hija a casa o quizá ponerme a mi en algún problema.  La señal de alarma se encendió en mi cabeza.

Nos saludamos y nos estrechamos la mano como personas educadas. Sólo quedaba esperar ver qué es lo que pasaba.

De inmediato me preguntó qué tal iba todo, le respondí que bien, luego me preguntó dónde habíamos estado, le dije que estuvimos cenando en un restaurante y luego fuimos a la discoteca, y un par de cuestiones más que tenían más que ver con descubrir quién era yo que con cualquier recriminación, su tono era riguroso pero sin dejar de ser correcto, lo cual me dio confianza para pensar que no estaba allí como comisario de policía para ponerme en un aprieto, sino como padre que se preocupa por su hija.

Era evidente que si nos había pillado entrando en el hotel era porque íbamos a pasar la noche juntos, pero no hizo ningún comentario al respecto, ni tampoco hubo reproches hacia su hija por estar allí conmigo, ni intención de llevársela con él a casa, así que después de estar a la expectativa, tras la breve charla le dije que estábamos cansados y deseábamos ir a dormir, a lo que él respondió amablemente: si, si, de acuerdo. Entonces buenas noches.  Nos estrechamos de nuevo las manos y continué con su hija camino al bungalow.

Por un momento temí que esa noche iba a tener algún problema, pero resultó que el comisario era un hombre comprensivo que sólo quería saber con quién estaba su hija, al fin y al cabo sólo tenía 19 años y parecía lógica su preocupación.  Por si acaso, viendo que su padre iba a tenerme vigilado, tendría que portarme bien.

Entramos al bungalow sintiendo la mirada del comisario sobre mis espaldas, pero afortunadamente poco después escuché cómo se ponía en marcha el Renault 4l y se marchaba de allí.  Me quedé más tranquilo, aunque seguí alucinado con la situación. El hecho es que el haber tenido allí a su padre rebajó las prisas que traía por comerme mi bombón, me parecía como si de repente, de alguna manera, acabara de formalizar mi relación con Soary.

Nos desnudamos y nos metimos en la cama con la normalidad de si hubiéramos sido una pareja corriente, una vez en la cama y al sentir en mi piel su cuerpo desnudo, se me fue el fantasma del padre y pasé a la acción.  Soary no opuso resistencia a ninguna de las acciones que yo adoptaba, sino que más al contrario dejó dócilmente que yo tomara la iniciativa inspirada en la sensación de lujuria que me provocaba su dulzura y sumisión.



Al día siguiente por la mañana después del desayuno se marchó a su casa, había sido una noche muy satisfactoria, y para completar el éxito me quedaba libre de nuevo para hacer lo que yo quisiera, al menos durante la mañana, pues quedamos que en la tarde se pasaría por el hotel y nos iríamos a la playa. La verdad que por el día prefería estar solo, a mi aire. 

A la hora convenida,  las 3 de la tarde, Soary pasó por mi hotel.  Traía puesto el bikini bajo la ropa, de manera que yo también me puse el bañador y salimos dirección a la playa. El hecho de haber regresado para verme significaba al mismo tiempo que seguíamos contando con el beneplácito de su padre.  Estuvimos un par de horas en la playa, caminando en solitario hasta que nos sentamos en un lugar sobre la arena.  Estaba deseando acercarme a ella, abrazarla, besarla….era el momento perfecto, solos en aquel lugar tan bello y romántico junto a la orilla del mar.  Para mi sorpresa, Soary me dijo que allí no.  Me explicó que si la gente nos veía iban a hablar y criticar, de hecho imaginaba que todo el mundo que nos hubiera visto la estarían criticando ya, pero al menos debía evitar darle a la gente motivos para murmurar y que luego llegara a oídos de su padre. Lo entendí.  De cara a la gente teníamos que portarnos bien y no dar que hablar, la gente en Madagascar es muy cotilla y envidiosa, me justificó Soary.  El placer pues, debía aplazarse hasta que llegáramos al hotel.

Después de las cinco de la tarde regresamos.  Una vez solos en el bungalow podía dar rienda suelta a mis deseos reprimidos fuera, de manera que no perdí ni un segundo.  La temperatura tardó muy poco en subir nada más acercarme a ella y estrecharla contra mi.  Yo ya solo pensaba en una cosa: quitarle la ropa, tumbarla en la cama y hacerle el amor.

Ahora si que no opuso ninguna objeción, dejó que yo le quitara la ropa, después el bikini y tirara hacia atrás la colcha de la cama para echarnos sobre las sábanas blancas, yo ya estaba completamente encendido antes de caer en ellas. 

Ya había buscado la posición,  estaba a punto de penetrarla cuando de repente Soary se zafó de mi y de un salto salió disparada de la cama sin decir nada, o mejor dicho, sólo dijo: “attente”, espera.

No sabía qué era lo que pasaba, pero me había quedado con la polla tiesa y sólo en la cama.  Desde hacía unos momentos se escuchaban voces en el exterior del bungalow, voces que parecían discutir, pero en aquel instante yo no le presté atención, además como no entendía el malgache no sabía lo que estaba sucediendo.  Pero Soary si.  Al parecer había dos tipos fuera que estaban discutiendo, se habían enzarzado en una fuerte discusión con amenazas incluidas, y Soary no pudo resistir la tentación de ir a ver qué pasaba dejándome solo y desconcertado en la cama.  Era la curiosidad malgache. Al lado derecho de la puerta de entrada había una rendija entre las tablas de madera de la pared, estaría a menos de un metro del suelo, de modo que Soary se fue hasta allí y agachándose pegó el ojo a la rendija para observar qué estaba sucediendo apoyándose con las manos en la pared.

Se estaba perdiendo la luz del día y con el bungalow bajo los árboles ya no se veía mucho, pero lo suficiente para ver a Soary pegada a la pared sacando su redondo trasero desnudo.  Me quedé hipnotizado con la visión.  Lejos de enfriarme, aquella circunstancia aumentó la calentura.  Me levanté de la cama y fui donde estaba Soary colocándome detrás de ella.  Por supuesto no pretendía ponerme a observar yo también, lo que hice fue retomar lo que repentinamente se había suspendido.  Me pegué a su trasero completamente empalmado, le acaricié la espalda, cogí sus senos colgando hacia el suelo, después posé mis manos en sus deliciosas nalgas, descendiendo a continuación con mi mano derecha por la bella sinuosidad de su trasero hasta llegar a su entrepierna, entonces la deslicé hasta el coño, lo acaricié sutilmente, con la yema del dedo toqué en su clítoris como si hubiera sido un pianista afinando una tecla de su piano, con finura, presteza y habilidad, terminando por introducir  el dedo en su interior como primera nota de aviso de la melodía que venía después.

No esperé más, emboqué desde atrás y la ansiosa polla penetró hasta el fondo, Soary parecía tan distraída con la fuerte discusión de fuera que tan apenas se inmutó.  Tenía que aprovechar, ahora sólo esperaba que no terminara la discusión, follarla en aquellas circunstancias era mucho más excitante.  Los movimientos iniciales de meter y sacar fueron más suaves, como pretendiendo no molestarla del asunto que atraía su interés, pero en seguida me percaté de que ella también empezó a recibir con agrado las visitas que estaba recibiendo desde atrás, dejando escapar algún gemido ahogado a la vez que intentaba no perderse lo que estaba pasando en el exterior.  A medida que aumentó mi excitación, que dicha la verdad debió sobrepasar cualquier magnitud anterior, las embestidas se intensificaron en ritmo y fuerza sin parar hasta que sin tardar mucho llegó el momento sublime de la eyaculación.  Un momento inolvidable.

Plenamente saciado y extasiado, regresé a la cama dejando que Soary continuara en su labor de observación.




















miércoles, 20 de junio de 2012

Filipinas


Descubriendo filipinas







Estaba sentado en el parque Rizal, justo bajo la estatua del héroe nacional José Rizal, en Manila.  Esperaba a tres chicas que no acudieron, en esas encontré a Tom, un turista australiano, me contó que acababa de divorciarse y para celebrarlo había decidido hacer un viaje a Filipinas.  Nos fuimos juntos del parque y regresamos al centro de Manila, pensando en buscar un restaurante para comer.  Habíamos conectado bien. En la tarde decidimos que al día siguiente nos iríamos a Banaue, al norte de Luzón en las montañas, para ver las espectaculares terrazas de arroz y los extraordinarios paisajes de la zona. Teníamos un plan de viaje.

En la noche salimos, probablemente Manila es la ciudad de Asia con más vida nocturna y no podíamos perdérnoslo.  El lugar indicado era el barrio de Ermita, famoso por la gran cantidad de bares y clubs nocturnos donde las chicas bailaban desnudas, abiertos 24 horas.  El escaparate era inmenso.  Las calles principales del barrio de Ermita se encontraban llenas de clubs, y los clubs llenos de chicas que se movían en su interior en bragas y sujetador.  Bailaban en la barra del bar o en pequeños escenarios para el público, hombres anhelantes del exotismo femenino asiático, hambrientos de sexo con chicas jóvenes, pues todas las bellas bailarinas no sólo mostraban sus encantos, sino que los entregaban a quienes estuvieran dispuestos a pagar por ellos.  Hicimos una ronda por varios de esos clubs, en alguno tomamos una cerveza mientras observábamos a las chicas en sus eróticos bailes, o nos dejábamos seducir con el poder de sus delicados encantos que mostraban sus cuerpos desnudos.  En todos los clubs había una buena cantidad de chicas, en la mayoría superando con mucha diferencia al número de clientes, lo que irremediablemente significaba tener siempre al lado a una u otra intentando promocionar sus servicios haciendo gala de sus mejores habilidades, existía una gran competencia y obviamente todas trataban de conseguir su parte del negocio.  Por lo que pude ver, Ermita era el mercado del sexo más grande del mundo, título que años más tarde le arrebató Ángeles, ciudad cercana, cuando un alcalde de Manila se propuso erradicar la prostitución cerrando este tipo de locales.

Al final todos los clubs eran lo mismo, de modo que como ninguno de los dos pretendía ninguna de esas chicas terminamos en un bar normal pero con buen ambiente, saciada la curiosidad sobre las chicas de los clubs, este lugar resultó mucho más interesante, con una variada clientela y una atmósfera auténticamente local.

Al día siguiente nos levantamos relativamente temprano, desayunamos y fuimos cada uno a recoger nuestras mochilas al hotel. De allí y antes de ir a la estación de autobuses, nos dirigimos a una casa de cambio, los dos estábamos recién llegados, yo lo había hecho hacía dos días y sólo había cambiado 50 dólares en el aeropuerto.  Al ir a sacar el dinero de la barriguera que llevaba por debajo del pantalón, observé que no se abría la cremallera. Me entró un escalofrío.  Miré a ver qué le pasaba. Lo que ocurría es que alguien la había cosido.  No me hizo falta ver nada para adivinar el desastre.  Tuve que cortar el hilo con la navaja para poder abrir la cremallera, al meter la mano lo que saqué fue un fajo de papeles blancos recortados a la medida de los cheques de viaje que llevaba allí, nada menos que 8.000 dólares.  Las piernas me temblaban.

Dos días antes, es decir, el mismo día de mi llegada, en Intramuros, la parte antigua de Manila, había conocido a dos chicas, hicimos una pequeña amistad y me llevaron a su casa, donde vivía una amiga más.  Fue allí donde me robaron, pero esta es otra historia.

El golpe fue duro, estaba haciendo una vuelta al mundo y eso podía significar que mi viaje se terminaba allí.  Afortunadamente me quedaban 150 dólares que no me habían robado, más un cheque de viaje de 100 dólares que las ladronas tuvieron a bien dejarme entre los papeles recortados.  Después de todo, pensé cuando ya estaba más calmado, no se podía decir que fueran unas ladronas despiadadas, habían dejado algo para mí.

Era evidente que mi viaje a Banaue se había abortado. Le dije a Tom, el australiano, que tendría que ir solo, pero él renunció también y dijo que se quedaba hasta que se resolviera mi problema.  Lo primero fue ir a la policía para denunciar el robo.  Allí tuve una buena discusión con el policía que me tomaba declaración, no quería firmarla si no le daba dinero. Naturalmente le había dicho que me habían robado todo, aún así me pedía dinero, justificando su actitud diciendo que gracias a él yo podría recuperar mis cheques de viaje.  Tuve que plantarle cara, primero en tono amistoso, después, en un tono con menos consideraciones,  haciendo valer mis derechos y la obligación en hacer su trabajo.

Con la denuncia hecha y firmada en la policía, fui a los dos bancos emisores de los cheques de viaje, Banco de América y City Bank, para notificar el robo y reclamar la reposición de los cheques, 4.000 en cada banco. Dada la elevada cantidad no podían reponerme el dinero en seguida, sino que debería esperar unos días, pues debían contar con la autorización de la oficina central en América.

Tom me había acompañado durante toda la mañana en estas gestiones, ahora sólo quedaba esperar, antes habíamos regresado a su hotel para tomar allí dos habitaciones.  El viaje había quedado pospuesto por tiempo indefinido y aunque insistí para que Tom se fuese a Banaue, él decidió quedarse conmigo en Manila.



Pasé el día abatido, en parte furioso conmigo mismo por haberme dejado engañar por las chicas que me habían robado, por suerte eran cheques de viaje y confiaba en poder recuperarlos, aún así me costaba mantener el ánimo.  Lo mejor para elevarlo otra vez era salir por la noche, y eso hicimos, y dónde mejor que al barrio de Ermita. Ya conocíamos los clubs de chicas y no nos interesaban, de manera que fuimos directamente a la zona de los bares normales, con gente normal y ambiente genuinamente local.

Para no ser un día de fin de semana había un buen ambiente, bares con música y chicas normales, pronto me olvidé de la amargura de la pérdida de los cheques de viaje. En uno de ellos conocimos a dos chicas, muy jóvenes, tanto que debían tener la edad de los hijos de Tom, les pedimos que se sentaran con nosotros y aceptaron.  Desde el primer momento su compañía nos proporcionó el ánimo que por lo menos a mi me había faltado durante el día,  además de jóvenes, eran atractivas, delicadas, encantadoras, sonreían con facilidad y, sobre todo, nos prestaban una atención que jamás hubiéramos soñado en nuestros países de origen.  Sin esperarlo, había encontrado el antídoto perfecto para recuperarme.

Las invitamos a cenar y buscamos un restaurante local de los que había por la zona.  Una de ellas se llamaba Isabhel, de las dos era la que más encanto derrochaba y quien me cautivó desde su primera sonrisa.  Mezclaba inocencia y atrevimiento a partes iguales, irremediablemente me atraía y no hice nada por ocultarlo, más al contrario, coqueteaba con ella mostrándole todo el entusiasmo que me hacía sentir.  

Terminada la cena salimos del restaurante y nos metimos en un local donde se anunciaba para más tarde la actuación de una banda de música, tomamos una de las pocas mesas que quedaban libres y entonces ellas dos empezaron a hablar en tagalo, la lengua local. Algo ocurría.  Le pregunté a Isabhel qué pasaba. Me dijo que ya era tarde y que debían ir a casa.  De repente sentí el golpe de la desilusión. En realidad discutían porque la amiga quería ir a casa e Isabhel deseaba quedarse. Yo le pedí a Isabhel que se quedara, al menos un rato más.

Finalmente la amiga se marchó, salió a la calle y tomó un jeep de los que hacían el transporte urbano en Manila, e Isabhel se quedó con nosotros.  Creo que para ella aquel encuentro suponía una aventura de la que no estaba dispuesta a renunciar.

Lo pasamos bien, aunque la alegría de tener a Isabhel no dejó olvidar cierta preocupación cuando más tarde me dijo que no iba a ir a casa, que se quedaba conmigo.  La convencí para que por lo menos llamara a sus padres para que ellos no estuvieran preocupados y afortunadamente me hizo caso.  Salimos a la calle para alejarnos del ruido y buscamos un teléfono público en un lugar tranquilo, llamó a su casa y habló con su madre, que hacía rato la estaba esperando.  Como excusa, le dijo que estaba en la casa de su amiga y que se quedaba allí a dormir.

Tomamos un taxi hasta nuestro hotel, un hotel pequeño de mala muerte.  Era de planta baja y de la recepción se accedía a una especie de patio interior al descubierto donde quedaban distribuidas las habitaciones. Nos despedimos de Tom y nos metimos a la habitación, en sintonía con la decrepitud del hotel. Desde luego no era  la clase de habitación que uno hubiera deseado para culminar una noche tan especial.

Nada más quedarnos solos en la penumbra de la habitación hice lo que estaba deseando desde mucho antes de llegar: la cogí por la cintura y la estreché contra mí.

Isabhel no hizo ninguna oposición a mi abrazo, a las caricias y a los besos que buscaban sus tiernos labios. Ella se abrazaba a mi cintura amagada sobre mi pecho guardando silencio, dejando que fuera yo quien hablara, quien murmurara en su oído palabras dulces y suaves mientras mis manos se deslizaban por los contornos de su cuerpo.

Vamos a acostarnos, le dije despegando nuestros cuerpos. Ella obedeció en silencio y empezó por quitarse las zapatillas deportivas que llevaba puestas. Hasta entonces se había mostrado muy desenvuelta y atrevida, pero ahora no podía ocultar cierta timidez.  Conecté el gran ventilador que colgaba del techo, encendí una pequeña lámpara sobre la única mesilla existente y apagué la luz de la habitación, entonces fui desnudándome también.  Cuando Isabhel terminó de quitarse la camiseta y el short, quedándose con las braguitas y el sujetador se fue a la cama y se tendió en ella boca arriba. La miré antes de acostarme para deleitarme de aquella visión maravillosa, aún en la penumbra se apreciaba el esplendor de su delicado cuerpo, la tersura de su piel morena cubierta sólo por la sencilla ropa interior de color blanco, mirándome a su vez tendida sobre la cama  sin decir nada, esperando que ocupara mi lugar e hiciera lo que tenía que hacer.

Me acosté a su lado y llevé mis labios hasta los suyos, los besé suavemente, rozándolos, extendiendo el roce sutil en su mejilla y su cuello mientras mis dedos jugaban en su piel de seda, mirándola y sonriéndole intentando transmitirle tranquilidad, seguramente su falta de experiencia le causaba el pudor que parecía mostrar en su mirada, por eso procuré ir despacio y suave, apartando la brusquedad de cualquier gesto, dejando que fuera la ternura la guía de mis actos.

Volvimos a abrazarnos en la cama fundiendo nuestros cuerpos, oprimiéndolos el uno contra el otro, retorciéndonos sobre las sábanas, enredándose nuestras piernas y nuestros brazos entre giros y rotaciones sobre nosotros mismos.  Sentir la suavidad de su piel, las sonoras sonrisas, el brillo de sus ojos, multiplicaba el placer que ya sentía por adelantado.

Era el momento de despojarla de la ropa que le quedaba puesta, primero introduje mi mano bajo el sujetador y palpé con suavidad la forma de su pecho, timbré alrededor de su pezón notando como se erizaba, pero cuando intenté desabrochar el sujetador hizo un gesto de oposición, era el pudor quien se interponía.  Me pidió si podía apagar la luz.  Yo estaba dispuesto a complacerla, pero concederle la abstinencia visual era privarme de una parte fascinante de aquellos momentos.  Aludí que tan apenas había luz, y era cierto, la lámpara alumbraba poco, aún así para tratar de contentarla la cubrí con una camiseta dejando una abertura, pero eso tampoco la complacía del todo.  Finalmente accedió a dejarla así, aunque a cambio me pidió que subiera la sábana que poco antes había echado hacia atrás, y nos cubriéramos con ella.  Tuve que acceder a su petición y tiré de la sábana echándola sobre nuestros cuerpos.  Así ya parecía estar más dispuesta a que yo prosiguiera con mis intenciones de dejarla sin su ropa interior, pero antes de eso le pregunté mirándola a los ojos: ¿es la primera vez?.  Si, respondió ella devolviéndome la mirada.

Era virgen.  Ser el primero podía ser un honor para cualquier hombre, yo me lo tomé más como una responsabilidad, Isabhel me agradaba mucho y deseaba que pudiera recordar su primera vez para siempre.

Retiré el sujetador dejando libres sus juveniles y redondos senos, los besé y punteé con el extremo de mi legua sobre sus pezoncitos, a la vez que mi mano descendía para introducirse bajo sus bragas.  Rocé su clítoris con la yema de mi dedo, lo froté varias veces notando como se removía ligeramente por la excitación que eso le provocaba.  Luego fui bajando sus braguitas hasta quitárselas, a continuación fui yo quien se quitó el calzoncillo. Volví a acariciarla, la notaba nerviosa, quizá temerosa, aunque no decía nada.

No te preocupes, verás que todo va a ir bien, le dije.

Isabhel dejaba que yo tomara la iniciativa de todas las acciones, ella confiaba en mi y esa era suficiente recompensa para no dejar de agradarla, de estimular sus sensaciones y llevarla al orgasmo, su primer orgasmo.

Mi dedo reapareció de nuevo sobre su clítoris, lo presioné y lo froté a uno y otro lado, con suavidad primero y con celeridad después, luego lo introduje despacio en su vagina, tanteando en su interior, hasta meterlo entero.  Isabhel permanecía sin decir nada, todo iba bien.

Para que notara el grado de mi excitación, hice que cogiera mi pene con la mano, eso la hizo sonreír.  Me incorporé colocándome frente a ella de rodillas en la cama entre sus piernas abiertas, para entonces la sábana que nos cubría había desaparecido, y antes de penetrarla volví a masajear un poco más su clítoris para poner su sexo a punto.  Después apunté con el pene erecto y duro a la entrada guiándolo con la mano, y con la punta del capullo froté en su clítoris.  Me encantaba mirarla a los ojos y ver cada gesto de su rostro.   

Llegó el momento de penetrar en aquel templo virgen entre las piernas de Isabhel.  Acoplé mi cuerpo al de ella e hice varios intentos sin conseguir entrar en la hendidura, luego guiado por la mano el pene encontró el camino y no sin cierta resistencia penetró en aquel sagrado lugar convirtiéndome en su primer fiel adepto. Lo hice despacio, con suavidad, observando qué sucedía, atento a cualquier gesto.  El conducto de su vagina parecía algo estrecho y además estaba poco lubricado, como acostumbra a suceder con las mujeres asiáticas, quienes en general humedecen poco. Le pregunté si iba bien así y ella contestó afirmativamente. Poco a poco los movimientos fueron ascendiendo en intensidad, los dos fuimos encontrando la confianza y la tranquilidad para desalojar la preocupación y aumentar el ritmo de nuestros impulsos. 

Del ritmo lento y pausado inicial, a medida que el ariete fue haciéndose sitio en su interior penetrando con más fluidez, pude descuidar la obligada delicadeza para entrar hasta el fondo sin cesar en las embestidas, llevándolas hasta consumar con el placer aquel maravilloso momento.  Pocas veces después de un polvo he tenido una sensación igual, no por haber desvirgado una sílfide, sino por haber compartido con ella tan extraordinaria experiencia.



La recuperación del dinero llevó varios días viéndome obligado a quedarme en Manila, pero bendita obligación, Isabhel permaneció conmigo sin regresar a su casa durante toda la semana que tuve que esperar, en la cuál fuimos mejorando cada día en nuestros frecuentes actos sexuales, pues no paramos de follar en todo el tiempo y a todas horas.