lunes, 9 de abril de 2012


                                                        Zimbawe




La mujer del teniente



       Bulawayo es una ciudad en la que he estado varias veces, desde la primera en que conocí a mi amigo Alen siempre me he quedado en su casa. Blanco, descendiente de ingleses, empresario, buena posición social y, sobre todo, buena persona. Una vez lo definí como “el hombre más bueno del mundo”.

En esta ocasión iba a pasar más tiempo de lo habitual, pues tenía la intención de comprar objetos de artesanía local y Bulawayo era el mejor centro de operaciones para mí, tenía un buen mercado de artesanía donde comprar y se encontraba entre Victoria Falls y Masvingo, otros dos importantes centros artesanales del país, aunque lo más interesante era poder contar con la amabilidad y la ayuda de Alen.

Alen vivía en una gran casa de estilo americano con un gran terreno alrededor, a siete kilómetros de Bulawayo, junto a ella había una casita más humilde que era la residencia de los empleados, pero que en ese momento se encontraba desocupada, por lo que me la prestó a mi para quedarme allí, con todas las comodidades de una casa normal europea.  Cuando necesitaba salir a comprar en el mercado de Bulawayo me prestaba su Toyota pick-up para cargar las piezas y llevarlas a una zona que separó para mi de su almacén.  También había otro mercado a cierta distancia de Bulawayo, por lo que igualmente me prestó su camioneta para ir hasta allí.  Ya conocía el interesante mercado de las cataratas Victoria, de manera que también tenía pensado ir hasta allí para comprar, ya habíamos acordado con Alen que podía prestarme el camión de su empresa y el chofer para conducirlo, pues necesitaba bastante más espacio de lo que podía cargar el Toyota y la distancia era de 450 km. Como deseaba llenar un contenedor y necesitaba abundante material, Alen me sugirió ir a reconocer la zona este del país en busca de otros mercados y estilos, él me prestaba su coche para ir, como desconocía si me iba a interesar, incluso desconocía los lugares exactos donde comprar, pensamos que lo mejor era ir primero a ver y, si encontraba algo que me interesaba, volver después con el camión.  Entre los dos y con un mapa del país delante, marcamos una ruta a seguir, una vez en la zona se trataba de preguntar, normalmente los mercados se hallaban junto a la carretera, en concreto en las carreteras donde transitaban los turistas sudafricanos. 

Un día antes de partir, Allen me sorprendió con otra sugerencia.

Marco –dijo-, ¿te importa que te acompañe Kathy en el viaje?.  En esa zona tengo un par de clientes y como vas a pasar cerca Kathy podría saludarlos en mi nombre.

Kathy era la esposa de una persona que trabajaba para Alen. A él no lo conocía, pero a ella sí, nos habíamos visto en la casa de Alen y habíamos hablado varias veces, una persona encantadora, sin olvidar que además era bastante guapa.

Si, si, claro, no hay problema, le respondí.

La verdad es que me sorprendió la petición, si sólo era para saludar a sus clientes, podía hacerlo yo perfectamente, incluso más sencillo, bastaba con coger el teléfono y hacerlo él mismo.

No puse ningún pero a la propuesta, tener la compañía de kathy sería agradable y haría más interesante el viaje de tres días que tenía pensado, además no podía negarme a nada que me pidiera Alen. Aunque en principio no dejaba de parecerme extraño y un poco embarazoso para mi, pues Kathy estaba casada y era obvio que íbamos a pasar tres días juntos. Tres días y tres noches.

Kathy era una mujer sudafricana de 34 años, de raza blanca, descendiente de ingleses, rubia, alta, con una figura excelente, atractiva y de un carácter encantador, y con una curiosa historia detrás de su vida.  El día en que Alen me la presentó me contó su historia, o de cómo había llegado hasta allí.

Alen tenía muchos amigos en Bulawayo, y por lo que yo mismo pude comprobar, todos lo adoraban. Entre sus amistades estaba un matrimonio igualmente de origen inglés, era la época en que Zimbawe aún se llamaba Rhodesia.  Ellos tenían un hijo muy rebelde, mal estudiante, ateo, tomaba drogas y solía hacer lo contrario de lo que sus padres le pedían. Cuando llegó a los 18 años y en vista de que no quería estudiar, cómo única forma de corregir su conducta y enderezarla, a su padre se le ocurrió alistarlo en el ejército.  El plan no era que su hijo hiciese la carrera de militar, sino que estuviera allí por un tiempo para ver si así sometían su indomable carácter.

Un año después sucedió algo que el padre no había previsto: la insurgencia se había organizado y empezó la lucha guerrillera contra el gobierno para pedir la independencia de Zimbawe. Era la guerra.  Los rebeldes, liderados por Mugabe, habían formado un partido de donde surgió el brazo armado al que llamaron Ejército de Liberación Nacional Africano de Zimbawe.  El gobierno tuvo que hacer frente a las hostilidades guerrilleras y su ejército tuvo que combatir. El hijo demostró valor y otras importantes aptitudes militares, por lo que en muy poco tiempo fue ascendido a teniente.

Un día aparentemente tranquilo se encontraba de patrulla con su destacamento en el bosque, él iba el primero, sus hombres le seguían detrás en fila india.  De repente, inesperadamente, entre los matorrales surgió la guerrilla, uno de los rebeldes se plantó frente a él y le disparó. La bala le entró por la frente y le atravesó el cerebro. Era la forma que tenía la guerrilla de atacar, aparecían de repente, por sorpresa, realizaban unos disparos y antes de que los soldados ingleses pudieran organizarse ya habían desaparecido de nuevo.

Lo dieron por muerto.

Llamaron por radio y de todos modos pidieron un helicóptero para evacuarlo. Los ingleses tenían medios y el helicóptero llegó a la posición en media hora.  Se lo llevaron.

El médico que llegó con el helicóptero también pensó que estaba muerto. No parecía tener signos de vida, aún así realizó el protocolo habitual en estos casos administrándole los auxilios de urgencia para su reanimación y tratar de estabilizarlo mientras lo llevaban al hospital. Esos primeros cuidados fueron esenciales para que pudiera recuperar la vida.

Estuvo varios días en coma, quizá semanas, no recuerdo bien, y cuando despertó se encontraba totalmente paralítico.  La bala que le había entrado en la cabeza se había llevado con ella parte de masa encefálica, pero curiosamente la cabeza le funcionaba, lo que no funcionaba era el resto del cuerpo.

El pronóstico en Zimbawe fue pesimista, los médicos le dijeron a la familia que se quedaría así para siempre.

Sus padres de todas formas no se resignaron y decidieron llevarlo a un hospital más especializado en Johanesburgo para su tratamiento. Allí les dieron alguna esperanza, pero sin garantías.  Comenzó la rehabilitación en el hospital, duró un año entero, pero el hijo recuperó parte de su movilidad, aunque sólo al cincuenta por ciento, de cintura para arriba. De cintura para abajo había quedado completamente paralítico.

Durante ese año tuvo todo el tiempo una enfermera que le estuvo ayudando con la rehabilitación. De esa relación de paciente y enfermera surgió el amor, se enamoraron.  Cuando él debía regresar a Bulawayo, Kathy le dijo que deseaba casarse con él.  Hubo presiones para que ella lo pensara bien, para que fuera consciente a lo que se enfrentaba, pero ella fue firme y decidió casarse. Así es como llegó a Bulawayo, casada con su paciente.

Alen, por su parte, además de tener una gran hacienda donde cultivaba flores para la exportación, tenía la concesión de Carterpillar, grandes máquinas para uso en la minería.  A pesar de su discapacidad física, Alen sabía que el chico era inteligente, se dio cuenta en la iglesia.  Al parecer, después de haber sido disparado, el entonces teniente no único que recordaba fue una agradable y dulce sensación, primero dentro de la oscuridad absoluta, y después viendo llegar una gran fuente de luz, como si hubiera atravesado un túnel y al fondo apareciera una luz que iba invadiéndolo todo.  Sin embargo sus compañeros lo habían dado por muerto desde el primer instante de recibir el balazo.

El hecho es que esa visión, o sensación, lo hizo cambiar por completo, de ser un ateo convencido se convirtió en fervoroso creyente, más aún, se hizo pastor protestante.  Y fue en la iglesia los domingos al oírlo hablar en sus discursos, cuando Alen se dio cuenta de que estaba perfectamente capacitado para trabajar. De modo que le ofreció trabajo.  Sólo tenía que ir a la oficina, se desplazaba en una silla de ruedas, de modo que únicamente necesitaba que alguien lo llevara hasta allí. Su trabajo en la oficina consistía en hablar con los clientes y vender las pesadas máquinas. El tiempo le dio la razón a Alen, no sólo podía hacer el trabajo, sino que se convirtió en el mejor vendedor que tenía.

De esta forma, a través de su marido y su familia, Kathy formaba también parte de las amistades de Alen.

Muchos pensaron que Kathy había cometido una locura casándose tan joven con un hombre discapacitado, inútil de cintura para abajo, y otros tantos vaticinaron que no duraría mucho junto a su marido, pero en esto se equivocaron, después de varios años casados allí seguían juntos.
Partimos por la mañana dirección a Masvingo con uno de los dos coches de Alen.  Evidentemente yo sabía toda su historia por Alen, ella no me había comentado nada y aunque ahora íbamos a estar solos en la carretera por varias horas tampoco quise ser un curioso preguntándole, no era de mi incumbencia.  De camino le expliqué el plan, íbamos directos a la ciudad, buscábamos un hotel primero y luego con tranquilidad podíamos dedicarnos a hacer el recorrido al sur donde al parecer había artesanías.  Si en un día conseguía tenerlo visto, al siguiente iríamos a Mutare a explorar en esa zona, y al tercer día en otro lugar.

En el viaje a Masvingo tardamos unas cuatro horas, la carretera estaba casi completamente desierta y tenía unas condiciones bastantes buenas para ser África, por lo que se podía ir rápido.  Antes de entrar en la ciudad y como nos caía de paso, entramos en una de las dos direcciones de clientes que Alen le había dado a Kathy para que entrara a saludarlos.  Yo entré con ella y también me uní a los saludos, realmente pensé que además de los saludos habría alguna consigna, algún otro encargo, pero no, ella sólo les dio los saludos de parte de Alen y preguntó si todo iba bien, que si había cualquier cosa no dudaran en llamarlo.

Antes de ir en busca de hotel fuimos a un restaurante para comer, se nos había hecho un poco tarde y el horario allí era estilo inglés, a las dos cerraban los restaurantes.  Masvingo era una ciudad pequeña, por lo que la oferta de hoteles también era reducida, eso a pesar de estar cerca Las Grandes Ruinas de Zimbawe, las más antiguas y grandes en el África Subsahariana. No  tardamos en encontrar uno adecuado, al llegar a la recepción tuve dudas antes de pedir habitación, no sabía si pedir una o dos. Teníamos bastante confianza, pero ella era una mujer casada. Decidí preguntarle. ¿Te parece bien si compartimos habitación?. Ella respondió con naturalizad que si, que estaba bien, por qué no.  Pedí una doble.

La habitación era sencilla pero parecía pulcra, amplia, con baño y dos camas separadas.  Suficiente.  Nos aseamos un poco, dejamos nuestras bolsas de viaje y volvimos a salir para ponernos en ruta, había dos puntos que deseaba visitar, uno de esculturas y tallas en madera, y otro en distinta dirección de las famosas esculturas Shona, bellas esculturas hechas en piedra.

Regresamos al atardecer antes de ocultarse el sol, cosa que en esta latitud sucede antes que en el continente europeo.  Teníamos que ducharnos, le dije a Kathy que pasara ella primero, pero ella me cedió a mí el privilegio diciendo que fuese yo antes, pues las mujeres solían tardar más.

Cuando terminé me quedé tumbado en la cama esperando y pensando.  Kathy me atraía y estábamos los dos solos en la misma habitación del hotel, en el silencio que me rodeaba podía escuchar el agua de la ducha cayendo, lo que inevitablemente me llevó a imaginarla bajo la ducha, desnuda, justo al otro lado de la puerta. Era una imagen incitante. Por otro lado, no podía dejar de pensar en que era una mujer casada. ¿Qué debía hacer?, ¿cómo podía actuar?, ¿debía respetar su condición de casada o debía olvidarme de eso?. Estábamos los dos solos, nadie más iba a saber nada de lo que pasara allí. Tenía un debate interno, por un lado no quería excederme, por otro no deseaba perder la oportunidad de seducirla.  Hasta ese momento nos habíamos llevado muy bien, había confianza y una innegable complicidad entre ambos, pero hasta entonces no había notado ninguna insinuación que me permitiera lanzarme sin riesgo a estrellarme contra el rechazo.

Mi cabeza no paró de dar vueltas al asunto hasta que Kathy salió de la ducha.  Llevaba enrollada en la cabeza la toalla del hotel y en el cuerpo otra más grande de su propiedad. La visión, ahora real y cercana, se me hacía cada vez más excitante.

Se colocó al lado de la otra cama y desenrolló la toalla puesta en la cabeza para secarse con ella el pelo de su melena rubia, mientras yo permanecía en silencio mirándola, estancado sobre la actitud a tomar, indeciso por la postura adecuada para ese momento ante el deseo irrefrenable de dirigirme a ella y tomarla en mis brazos, quitarle la toalla y hacerle el amor. Parecía tan simple…pero algo me impedía tomar esa decisión.

Terminó de secarse el pelo y arrojó la toalla sobre la cama.

No podía dejar de mirarla y ella lo sabía, le hice algún comentario y sonrió. En fondo estaba seguro que su forma de proceder no era casual, sino estudiada para seducirme. Y verdaderamente lo estaba consiguiendo, plenamente. 

Después sacó un bote de crema y empezó a untarse en las zonas libres de su cuerpo, brazos, piernas y parte superior del pecho y cuello. Yo empezaba a derretirme. Entonces ví la oportunidad, de una forma indirecta, me estaba dando la ocasión de probar suerte con mis deseos.

¿Quieres que te ponga crema en la espalda?, le pregunté.

Si, gracias, dijo. Y me alargó el bote para que lo cogiera.

Me incorporé de la cama y me puse de pie, no sin cierto nerviosismo.

Me puse crema en las manos y empecé a frotar en la parte superior de su espalda, pero la toalla me impedía extenderlo.

Con la toalla no puedo darte bien por todo, dije.

Ella, sin decir nada, se soltó la toalla y la dejó caer hasta la cintura, sujetándola allí, de forma que ahora toda su espalda quedaba al descubierto, su espalda y su pecho.  Yo estaba detrás, pero inclinando un poco la cabeza desde un lado podía ver perfectamente sus pechos al aire. Tragué saliva.

Aquel momento no podía ser más excitante.

Poco después de haber empezado a recorrer su espalda con mis manos, ella se giró hacia mí y entonces ya no tuve dudas, nos fundimos un cuerpo contra el otro.  El bote de crema cayó por los suelos.

La toalla duró muy poco en su cuerpo, y lo mismo puedo decir del pantalón corto que cubría el mío.  Los dos estábamos desnudos, excitados, demasiado calientes para andar ya con más prolegómenos. Nos besamos y nos mordisqueamos asiendo vehemente nuestros cuerpos, aprisionando con fruición cada parte expuesta a nuestro delirio.

 Nos tiramos encima de la cama.

Verdaderamente fue un revolcón ardiente y apasionado, sin control ni contención por alcanzar el intenso placer con el que gozábamos impetuosamente.

Fue maravilloso.

 El hotel tenía un restaurante, por lo que decidimos no salir fuera para cenar.  Los dos deseábamos perder el menor tiempo posible para regresar de nuevo a la habitación. Bromeamos con el hecho de haber pedido una habitación con dos camas, arrepentidos de la estúpida decisión.  Pero se me ocurrió la forma que podíamos remediarlo: quitamos los colchones de las camas y los colocamos juntos en el suelo.  Quedó perfecto, ahora teníamos una sola cama, y resistente, al ímpetu de la pasión que se pronosticaba para esa noche.

Siempre he tenido el convencimiento de que aquel viaje de Kathy no fue fruto de la casualidad, ni de la necesidad de Alen por saludar a sus clientes, sino un acuerdo al que habían llegado entre Kathy y su marido, para el que habían solicitado la colaboración de nuestro amigo Alen.




















 

2 comentarios:

  1. Enhorabuena por tu escrito, es necesario recuperar la buena literatura que lo primero es tener un buen argumento (casi escribo armamento), lo sequiré con interés.

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  2. SocarrauMan pide: ¡¡Fotos de las tías!!

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