Secretaria personal
¿Qué podía hacer?. Debía buscar una secretaria. Como no conocía a nadie, la mejor forma era
insertar un anuncio en el periódico. Me
encontraba en Antananarivo, la capital, así que me fui a las oficinas del
periódico más leído de la ciudad, el Midi Magasikara. Cuando expliqué lo que pretendía no pude
hacerlo de primeras, antes tuve que llevarles un permiso de la policía para
poder insertar el anuncio. No recuerdo
bien lo que puse, pero venía a pedir una chica para trabajar temporalmente en
exportación, requiriendo francés hablado y escrito, citando a las candidatas de
diez a doce de la mañana del día siguiente en el hotel Términus.
Sobre las nueve y media me llamó
el recepcionista, una chica preguntaba por mí.
Al parecer había una que se había adelantado. Tuve que bajar para empezar el trabajo, con
la lógica expectación por ver qué candidatas iban a llegar.
Nunca hubiera imaginado el éxito
de convocatoria que iba a tener el anuncio, no paré de entrevistar chicas desde
las 9:30 hasta la una del mediodía.
Estaba abrumado. Lo inesperado es
que muchas estaban realmente preparadas, algunas traían un completo curriculum,
todas habían estudiado una cosa un otra y algunas ya tenían cierta experiencia en
administración o como secretarias. En
vista de que la mayoría estaban perfectamente cualificadas para el trabajo,
dejé de prestarle atención a sus curriculums para escoger a la que más me
interesara en función de su presencia, es decir, a la más guapa y con mejor
estructura en las líneas de su cuerpo. Entre tantas chicas, difícil elección.
El promedio de edad estaría
entre los 20 y los 30 años, mientras que el promedio de belleza personal era
considerablemente aceptable. Les
expliqué a cada una en qué consistía el trabajo, lo esencial era dominar la
legua francesa, pues habría que rellenar papeles, redactar peticiones de
exportación de materiales y escribir la lista detallada de todos los productos
que iba a comprar. Sólo había una condición importante a tener en cuenta,
primero iría a comprar a Ambositra, el centro de la artesanía en madera en Madagascar,
a unas 6 horas de viaje, y quien fuera la escogida debería estar disponible para
viajar conmigo allí entre tanto realizara las compras, que sería mas o menos
durante una semana. Por supuesto el
hotel y la comida estaría a mi cargo. Todas estuvieron de acuerdo sin ningún
problema. Lo curioso es que entre todas las asistentes se coló un hombre, me
dijo que venía en nombre de su mujer, ya que ella no había podido ir. Me dejó
su curriculum diciéndome que ella podía hacer muy bien el trabajo, le expliqué
que siendo casada era un problema, pues la persona que escogiera tendría que
desplazarse una semana conmigo a Ambositra para comprar allí, él sin embargo no
lo vió así, dijo que eso no era problema, que podía ir conmigo. Pero tendrá hijos, ¿no?, pregunté. Si, dos -dijo él-, pero eso no es problema, se
quedan conmigo. Lo escuché, pero
realmente no entraba en mis planes ir acompañado de una mujer casada.
Por último explicaba lo que
pensaba pagar por día y todas estuvieron de acuerdo, sin ser mucho, superaba
ampliamente el salario local.
Tuve toda la tarde para pensarlo
antes de escoger a la que más me hubiera gustado, tenía algunas preferidas en
todo el lío de chicas que había visto, pero ninguna definitiva.
A la mañana siguiente el
recepcionista volvió a llamarme, había una chica que venía por lo del anuncio. Le
dije que eso era para el día anterior, pero de todos modos bajé, total no
perdía nada por ver una más. Cuando llegué a la recepción le pregunté dónde
estaba la chica. Es ésta, me dijo señalando a la que tenía al lado. La miré
sorprendido. Era tan guapa, tenía un
cuerpo tan sublime, que no se me pasó por la cabeza que pudiera ser la que
buscaba trabajo. La hice acompañarme
hasta los sofás del fondo, pensando que, a poco que hablara y escribiera
francés, ya tenía a la chica que quería.
Se llamaba Anika y tenía 20 años. Nos sentamos y le expliqué lo que necesitaba,
al contestarme ya pude ver que hablaba correctamente francés, y me dijo que lo
escribía también, enseñándome a continuación su curriculum. No tenía
experiencia en el trabajo, pero había cursado estudios hasta los 18 años y después
había recibido enseñanzas para trabajar como secretaria, escribía a máquina,
tenía un curso de informática, y algunas otras cosas para prepararse como
secretaria. Todo perfecto, pero a mi me
era suficiente con el francés. Le
expliqué las condiciones de trabajo y de salario, estuvo de acuerdo, le
parecieron bien, sólo que antes de ir a Ambositra debía contar con el permiso
de su madre. La idea era partir en dos
días, estar una semana en Ambositra comprando y después regresar a Antananarivo
hasta terminar allí las compras, por
último visitar los diferentes ministerios parta obtener los permisos. Quedamos que volvería al día siguiente con la
respuesta.
Desde luego después de conocer a
Anika ya me había olvidado de todas las demás. Era una chica preciosa, esbelta
con un tipo formidable, elegante, educada, tímida. Quizá ese era uno de los
rasgos más destacables de su carácter, que era una chica tímida. No sabía cuál sería la respuesta de su madre,
pero no quería pensar en ninguna otra alternativa que no fuera Anika.
Nos vimos a la misma hora del
día siguiente y, por desgracia, la respuesta de la madre fue negativa. Me quedé desencantado. Anika me dijo que por
ella no había problema, quería el trabajo y podía ir, me pidió por favor que la
acompañara a su casa, le había dicho a su madre que la acompañaría para ser yo
directamente quien hablara con ella, seguramente en cuanto me conociera
cambiaría de parecer. Fuimos a su casa sin perder tiempo.
Anika vivía en las afueras de la
ciudad con su madre, sus abuelos y un hermano más pequeño, del padre no me dijo
nada, seguramente se habrían separado o divorciado. Cuando llegamos a la casa nos encontramos con
algo inesperado, la madre no estaba. Estuvimos
esperándola, pero creo que se había ausentado justo para no estar en casa
cuando llegáramos. Estuve hablando con
los abuelos, les expliqué a ellos en qué consistía el trabajo y por qué
debíamos ir a Ambositra, les aseguré que podían estar tranquilos, que nada malo
le iba a ocurrir a su nieta, que yo me responsabilizaba, incluso saqué mi
pasaporte y se lo mostré para que se quedaran con mis datos. Los abuelos lo entendían, me dijeron que por
ellos estaban de acuerdo, pero que era la madre quien tenía que dar el permiso. Y la madre no llegó.
Tuve que marcharme sin saber qué
hacer, le dije a Anika que no podía esperar más, que debía partir al día
siguiente. Ella se quedó en la casa,
triste, desilusionada viendo que podía perder un trabajo. Me dijo que por favor esperara hasta la tarde antes de tomar una
decisión, volvería a pedérselo a su madre cuando llegara a casa, quizá con la
ayuda de los abuelos podían convencerla. Le dije que de acuerdo, que íbamos a
esperar hasta la tarde.
En realidad, antes de pedirme
más tiempo para decidirme, yo ya había desechado cualquier otra opción que no fuera Anika, por
eso las horas siguientes estuve algo temeroso por la respuesta, Anika me estaba
gustando demasiado.
-Mañana voy a ir a Ambositra -dijo al encontrarnos de nuevo en el hotel
Términus.
Cuando lo escuché respiré
aliviado.
-¿A qué hora vamos a partir?,
¿cómo vamos a ir? -me preguntó a
continuación.
-Pues habría que salir temprano,
el viaje es largo, iremos en taxi-brousse. Entonces –dije sin ocultar mi
alegría-, tu madre te ha dado el permiso.
Anika no contestó. Inclinó la vista y luego dijo que su madre
seguía negándose a que trabajase para mí, y por lo tanto a que hiciera el
viaje. Sin duda recelaba de que la oferta de trabajo fuera real.
-Pero yo necesito el trabajo -dijo como para justificar su desobediencia.
-Eso quiere decir que no vas a
hacer lo que te dice tu madre.
-No, ya tengo 20 años, soy mayor
y no tengo por qué hacer lo que mi madre quiera.
-Si, ya eres una persona adulta,
pero no desearía que por mi culpa se cree un problema entre tú y tu madre.
-No, no. No será un problema, yo
lo arreglaré con ella.
Ese día ya no había tiempo para
empezar a trabajar, pero dimos una vuelta a la ciudad para localizar las
tiendas o los lugares donde vendían las artesanías de madera, todo en
palisandro y palo rosa, maderas preciosas.
Así ya me hice una idea de por donde empezar al día siguiente.
En la habitación había baño,
pero no había agua caliente, bajé a la recepción a decirlo, hacía frío y no
podíamos ducharnos sin agua caliente. El
recepcionista me dijo que esperáramos un poco, que en seguida la señora nos iba
a subir un cubo de agua caliente para cada uno.
Después de una reconfortante
ducha con el agua caliente de un cubo de metal, bajamos al comedor para cenar,
la comida la hicimos en el camino y no fue muy buena. El comedor era también un
lugar entrañable, su estilo antiguo con los altos techos, el rústico
mobiliario, los grandes ventanales de madera y sus grandes cortinajes, los
camareros uniformados a la antigua usanza, reflejaban el prestigio pasado. Sólo faltaba una cosa: los clientes para darle
algo de ambiente, sólo estábamos tres mesas y cinco personas cenando.
Pedimos la recomendación del
camarero, de entrante una crema de champiñones y después un guiso de cebú.
Sin nada que hacer, nos
retiramos pronto a la habitación. Antes de acostarnos estuvimos hablando un
rato en mi cuarto, resultaba altamente tentador, tener a Anika allí, con la
aparente sumisión de quien acata cuanto le pides y la timidez revelada en su
mirada. Pero no podía permitirme cometer
el error de traicionar la confianza que había puesto en mí, con las ardientes y
lujuriosas ideas que corrían entre mis pensamientos. No, ya la apreciaba demasiado.
Después de desayunar nos
lanzamos a la calle para empezar nuestra tarea.
Anika llevaba un bolso donde portaba un cuaderno y un bolígrafo, su
herramienta de trabajo. La verdad que no era difícil encontrar las tiendas que
vendían los objetos fabricados por los artesanos de los poblados cercanos a
Ambositra, había una calle circular que rodeaba el centro y todas estaban allí.
La única que se salía de lo convencional era la tienda de la iglesia, anexa al
templo y que era necesario avisar para que la monja encargada fuera a abrir y
vender los productos. Al preguntarle cómo era eso de vender allí, me explicó
que la misión había organizado cursos de talla para la gente sin trabajo de las
aldeas, después habían creado una cooperativa para vender lo que hacían, pero
no tenían dónde, así que la iglesia les cedía ese sitio para poder exponer sus
trabajos y venderlos si a alguien le interesaba. Al decirle que era español me dijo: ¡pero si
el padre que dirige la misión también es español!. Le pregunté dónde se
encontraba la misión y esa misma tarde después de realizar las primeras
compras, fuimos a ver al misionero. Ahora la sorpresa nos la llevamos los dos
por igual, el padre Antonio no sólo era español, ¡era de Ayerbe!.
Después de un buen rato de
charla, ya al anochecer regresamos al hotel, pero antes me invitó, bueno, nos
invitó a los dos, a ir a comer allí con él. Desde luego acepté la propuesta y
en los días sucesivos nos volvimos a ver otras dos veces.
En el hotel repetimos el ritual
del día anterior, nos duchamos con el cubo de agua caliente que nos subió la
empleada, y después volvimos a vernos para bajar al restaurante. Poco a poco Anika iba tomando confianza, pero
aún no había soltado del todo su timidez.
Esta noche había cambiado los
pantalones vaqueros por un vestido entallado hasta la rodilla que marcaba los
perfiles de un cuerpo divino, le sentaba a la perfección. Observé que se había
arreglado un poco más que el primer día. Yo, por el contrario, seguía vistiendo
igual, los mismos vaqueros, la misma camisa del día anterior.
Sentados a la mesa esperando al
camarero, mirándola a los ojos y sintiendo como se ruborizaba al hacerlo, me di
cuenta que la compañía de Anika me agradaba cada vez más.
Al regresar a nuestras
habitaciones mientras crujían los peldaños de madera al subir las escaleras, pensaba
qué hacer. Prudencia o decisión, calma o acción, era el debate interior que me
hacía.
Volvimos a entrar a mi cuarto
antes de acostarnos a dormir. Nos sentamos a hablar un rato y aproveché para
piropearla por segunda vez, viendo como
de nuevo volvía a sonrojarse. Tuve la
impresión de que no estaba acostumbrada, al menos a las galanterías, posiblemente
lo estaba más a los piropos groseros. Sus ojos levemente oblicuos, sus labios
ligeramente sonrientes, me decían que le gustaba oír las palabras dulces que yo
le destinaba.
Finalmente se impuso la
prudencia y la calma, no hice nada por miedo a equivocarme y pagar el error de
mi osadía. Tenerla cerca, sentir su mirada, cualquier leve roce, eran
igualmente excitante.
Aunque la deseaba, denía sujetar mis impulsos.
La mañana siguiente amaneció lloviendo.
A la hora acostumbrada bajamos al comedor a tomar el desayuno, terminamos y la
lluvia no cesaba, llovía de temporal, al parecer en la costa se había iniciado
un ciclón y su derivación llegaba hasta el interior. Así no se podía salir a la
calle, al primer minuto hubiéramos acabado empapados. Subimos arriba y le dije a Anika que viniera
a mi habitación con el cuaderno de las compras, quería hacer un cálculo de lo
que había comprado hasta entonces.
Bastaron dos minutos para hacerme la idea, después decidimos esperar a
que parase de llover para salir a la calle.
Nos asomamos a la ventana para
ver llover, podíamos escuchar perfectamente la lluvia repiquetear en el tejado
y ambas sensaciones transmitían un efecto bucólico que se colaba en nuestro
interior. Observamos lostejados por
debajo de nuestra ventana, los árboles agitando sus ramas como resultado de la
lluvia torrencial que caía sobre ellas, los riachuelos improvisados
discurriendo por las calles empinadas, todo el conjunto era una visión hipnótica
y relajante.
La ventana de madera pintada en
color granate no era muy grande, por lo que nos vimos obligados a mirar a
través de ella muy juntos. Mientras
escuchábamos a la naturaleza, nosotros permanecimos en silencio, de repente,
perdí la atención en lo que sucedía fuera para darme cuenta de lo que acontecía
dentro. Nuestros brazos, nuestros hombros, se rozaban, se estaban apoyando el
uno contra el otro, casi sin darnos cuenta. Prácticamente estábamos pegados,
nuestros rostros se encontraban tan juntos que de haber girado se habrían
chocado nuestros labios. La lluvia transmitía la sensación de frío, pero el
escalofrío que me recorrió el cuerpo no era de frío, sino de sentir la
proximidad de Anika.
Sucedió lo que era ya
inevitable, nuestras bocas se unieron. Primero fue un beso sutil, después un
torrente que no cesaba de fluir de forma apasionada.
La estreché con fuerza contra mí
y pude sentir la carne suave de su cuerpo bajo el vestido, nuestros cuerpos
parecían enredados en un nudo imposible de deshacer. Así, sin separarnos,
fuimos caminando a pasos torpes y tropezones desde la ventana hasta la cama,
aún sin hacer. Nos dejamos caer en ella.
No hubo palabras entre nosotros,
sólo hubo miradas que hablaban, cuerpos que se estremecían al contacto de las
caricias. Encima de ella, vestidos, aplastándola con mi cuerpo para sentirla y
que me sintiera, la miraba cautivado por la delicadeza que encerraba el
contorno de su cuerpo y la belleza natural de su rostro de piel clara.
Anika ocultaba su timidez entre
sonrisas, pero no hizo ningún gesto de oposición a las iniciativas que yo
tomaba para seducirla y excitarla.
Tampoco puso ningún impedimento cuando le quité el vestido y se quedó
delante de mi en ropa interior, ni cuando proseguí con suma delicadeza a despojarla
de lo único que ya le quedaba a su cuerpo para quedar totalmente desnudo.
En la ausencia de palabras, mis
manos y mis labios la fueron preparando con la necesaria habilidad para
encontrar en su cuerpo la reacción esperada, siendo sus propios gestos y
jadeos, quienes reclamaban que entrara en su cuerpo.