El collar de plata
Estaba en Tamatave, conocida oficialmente desde la descolonización como
Toamasina, en la costa este de Madagascar.
Es una ciudad tropical, la segunda del país en población, y contaba con
el único puerto comercial, era el punto donde entraban o salían todas las
mercancías del país. Era una ciudad
calurosa, pero los árboles que poblaban la ciudad y la abundante vegetación
mitigaban el calor dando sombra en las calles. Me agradaba Tamatave. Tenía una
playa inmensa, casi siempre vacía, salvo los domingos, cuando la gente iba allí
no a bañarse, sino a pasear, aunque la playa más bonita e idílica se encontraba
unos pocos kilómetros más al norte, desierta incluso en domingos, pues no había
transporte para ir hasta allí, a lo sumo quienes iban eran los “vazaha” (blancos) residentes en la
ciudad. La verdad que no había mucho que
hacer, Tamatave tenía pocos atractivos en si misma, era una ciudad corriente
donde la mayor parte de la gente vivía en los suburbios de sencillas casas de
madera.
Tamatave |
El centro tenía los edificios coloniales, algunos eran bonitos, pero
las cosas con cierto interés podían verse en una sola mañana. El principal punto de atracción para mí se
encontraba en el mercado principal, en plena calle como todos en Madagascar, y
en los suburbios, donde uno podía estar en contacto con la gente y observar la
vida cotidiana. De manera que pasear,
hablar con la gente, explorar en los lugares donde latía la vida, era mi
principal pasatiempo hasta que llegaba la noche, cuando después de cenar era la
hora de ir a la discoteca, había un par de ellas y las dos muy cerca del hotel
donde estaba.
Una de esas mañanas, paseando por un sector de la ciudad, una chica se
acercó a mí. Me saludó cordialmente y me
detuve a escucharla, era una chica atractiva, de buen tipo, alta, educada, no
parecía la típica chica de discoteca. No sabía lo que quería, como no era
normal que una chica le parase a uno caminando en la calle, no imaginaba qué
podía querer. Llevaba un bolso, algo
poco frecuente, pues en Madagascar sólo se lleva bolso o cesta cuando se va a
comprar al mercado, es decir, sólo las chicas de clase alta suelen usar este
complemento, aunque la chica no parecía de esa clase social, sino a la que
pertenecía la gran mayoría. Metió la
mano en el bolso y sacó un collar. Se
trataba de un viejo collar de plata, probablemente perteneciente a la
familia. Me lo mostró y me preguntó si
quería comprarlo.
Me sorprendió un poco, no esperaba una oferta de este tipo. No tenía el menor interés por comprar nada, de
forma que podía haberle dicho que no me interesaba y seguir mi camino, es lo
que suelo hacer con los vendedores callejeros de cualquier lugar cuando me
asaltan en la calle con sus variados productos, pero esta vez era diferente, la
vendedora era una chica y estaba realmente bien. Tomé en collar en mi mano y lo observé
fingiendo cierto interés, pero en realidad sólo me interesaba mantener un poco
de conversación con ella. Le pregunté
por qué lo vendía, ella me contestó: “j´ai
besoin d´argent”, es decir, dijo que necesitaba el dinero.
Calle alejada del centro |
Me quedé pensativo, el collar no me interesaba, pero tampoco quería
decirle que no y marcharme.
No sé que puedo hacer con él, le dije a modo de excusa. Ella contestó que podía regalárselo a
alguien, una amiga, una novia, mi madre…es de plata auténtica, señaló.
Yo miraba el collar y la miraba a ella, pensativo.
Mire, insistía ella, es muy bonito, y no es caro. Así tuve que
preguntarle por cuanto lo vendía. Me
dijo el precio, era un precio razonable, se puede decir que era barato, pero
realmente para qué lo quería yo, y así se lo dije. El collar es bonito, es de plata, y yo
necesito el dinero, es una buena compra y además me ayuda a mí.
La verdad que era bueno su
argumento. Empezaba a convencerme.
Finalmente me mostré más decidido a comprarlo, de hecho le dije que
podía comprárselo, pero había un inconveniente: no llevaba encima el dinero
suficiente.
Naturalmente esto no suponía para ella ningún problema, podíamos vernos
más tarde en algún lugar cuando tuviera el dinero, expuso como solución.
Entonces, le dije, si quieres
pasarte por mi hotel, te puedo dar el dinero allí.
Ella estuvo de acuerdo, sólo
preguntó en qué hotel estaba y a qué hora quería que fuese. Me hospedaba en el hotel La Plage, en el
Boulevard de la Liberación, tanto la calle como el hotel muy conocidos en la
ciudad, le pregunté si le iba bien después del mediodía, a las tres de la
tarde. Ella respondió que si, de modo
que le dí el número de mi habitación y
nos despedimos hasta la tarde.
Intencionadamente, le había mentido en una cosa: no era cierto que no
llevara encima el dinero suficiente, lo llevaba. No tenía interés por el collar, sin embargo
si que me interesaba volver a ver a la chica, de modo que el collar podía
servirme de excusa para verla de nuevo, y además en la habitación de mi hotel,
un lugar mucho más privado que en plena calle.
Continué divagando por la ciudad hasta la hora de comer, a eso de la
una del mediodía. Después me fui caminando tranquilamente hasta mi hotel. El hotel La Plage era un hotel de la época
colonial y su dueño un anciano francés, aunque ahora ya estaba algo descuidado
y necesitaba una renovación, en otra época debió gozar de cierto esplendor, de
todas maneras aún conservaba el encanto de lo antiguo, un edificio sólido, de
bonito diseño, grandes ventanales, altos techos, espaciosas habitaciones…
Suburbios |
A las tres de la tarde, puntualmente, la chica llamó en la puerta de mi
habitación. La hice pasar y la invité a
sentarse. La habitación era muy amplia,
además de los muebles usuales, tenía también dos confortables sillones de
madera con la tapicería en verde oscuro y una mesa baja. Después de hablar un poco, la chica sacó el
collar y lo dejó en la mesa. Eso
significaba que debíamos ir al tema de la compra. Me levanté, busqué el dinero
que me había dicho y se lo di.
Seguramente podía haber discutido el precio, incluso ella debía esperar
que yo quisiera negociarlo para sacarlo por un precio más bajo, en Madagascar
todos los precios se negocian, pero conociendo el motivo que la obligaba a
venderlo, moralmente no me parecía oportuno.
Ella me dio las gracias con gesto agradecido, y lo guardó en el bolso.
Olvidamos el collar y seguimos hablando de otras cosas, habíamos
adquirido cierta confianza y podía permitirme entrar en el terreno personal, no
estaba casada ni tampoco tenía novio. Le
dije que me costaba creerlo. Ella aseguró que era verdad. En realidad la creía, sólo era para hacer más
énfasis en que resultaba extraño siendo una chica tan atractiva. Así que empecé
a halagarla. En principio ella se
mostraba tímida, sonreía a mis halagos, inclinaba la vista en sentido de
humildad, pero luego también se mostró interesada por mi, me preguntó si tenía
novia, y por qué no la tenía cuando le dije que no. Quizá para corresponder a
mis halagos, ella también se atrevió a lanzarme algún piropo. Poco a poco, la confianza iba creciendo.
Acerqué mi sillón junto al suyo para poder estar más cerca. Aunque no se lo decía expresamente, intentaba
mostrarle que me gustaba. En esto no había
mentira, era real, me estaba gustando, más incluso de lo que ya me había
atraído por la mañana. Me gustaba su
actitud, su sencillez y humildad, la forma profunda de mirar o el modo de
entornar sus párpados cuando le regalaba alguna lisonja a sus oídos, y sobre
todo me gustaba ella, tal cual era, su rostro, su cuerpo, su sonrisa cuando
notaba alguna de mis ocultas intenciones.
El hecho de tener los sillones casi pegados me permitía estar muy cerca
de ella, en un momento de la conversación me aventuré a cogerle la mano y ella
no hizo nada por rechazarla, la tomó y ese contacto tan simple sirvió para
activar un poco más fuerte la emoción que ya sentía al estar a su lado. Debía reconocer que el simple roce de mi mano
con la suya elevaba un poco más el acaloramiento
que transmitía su presencia. Llevaba
puesto un vestido, no era ceñido, ni siquiera bonito, pero podía imaginar
perfectamente el hermoso cuerpo que tapaba.
Familia en los suburbios |
La cercanía había llevado al roce, y roce inevitablemente había llevado
a la excitación. Le dije que podíamos acostarnos la siesta, que estaríamos
mejor tumbados en la cama. Ella volvió a
sonreír, mientras negaba con la cabeza.
Viendo mis intenciones, podía haberse levantado y marcharse, ya tenía lo
que quería, sin embargo, continuaba allí.
Eso me dio cierta confianza para seguir insistiendo, pero ella siguió
negándose. Esta pequeña discrepancia me permitió aproximarme más a ella, juguetear
con las manos, estimular su deseo para que dejara de resistirse. Inesperadamente, ella me sugirió una
alternativa. Me dijo que le gustaría
ducharse. Me quedé un poco sorprendido, pero encantado con la sugerencia.
De acuerdo, dije, pero nos duchamos juntos. Ella simplemente asintió con un gesto.
Se quitó el vestido con naturalidad y lo dejó sobre el sillón en el que
había estado sentada. La predicción de
lo que podía esperar fue acertada, sin el vestido que lo cubría, se reveló de
una forma mucho más evidente el espléndido cuerpo que poseía. Era macizo, armonioso, bello,
deslumbrante. Además era natural, se
notaba que estaba poco cuidado, que su piel no estaba tonificada con los
clásicos productos de belleza femeninos, tampoco llevaba una gota de pintura o
de cosméticos que pudiera realzar la hermosura innata con que la naturaleza la
había proveído.
Yo empecé quitándome la camiseta, cuando lo hice ella ya se había
sacado el sujetador, dejando al descubierto sus preciosos senos, bien erguidos
y redondeados, igualmente sin rastro de cirugía o de elementos artificiales que
los realzaran. Como todo lo demás, eran auténticos, simple patrimonio
personal.
El entusiasmo avanzaba veloz por mis sentidos.
Me quité los pantalones apresuradamente. Para entonces ella ya se había quitado las
bragas, al igual que el sujetador, nada sexys, aunque no le hacía falta, su
cuerpo era lo realmente sexy y provocador.
Al verlo denudo por completo me quedé fascinado. No pude dejar de pensar
que la naturaleza había construido una bella obra de arte.
Sin perder tiempo se dirigió al baño, tuve que quitarme y tirar los
calzoncillos sobre la marcha para seguir detrás de ella.
El baño del hotel La Plage era inusual, entre la cabecera de la cama y
la pared de la entrada habían colocado un habitáculo de cuatro paredes sin
cerrar, a una altura de aproximadamente mi cabeza, es decir, estaba abierto,
sin techo, y tampoco tenía puerta, la entrada era libre. Dentro si contenía lo
habitual, las paredes eran de azulejos color beige, con un lavabo, un water y
una amplia ducha que caía sobre el propio suelo.
Nos metimos bajo el agua. A
continuación cogí el bote de gel y le pedí que me dejara enjabonarla. Empecé por la espalda, después le di la
vuelta y puse más jabón en su torso, lo extendí con mis manos en movimientos
circulares, ascendí a su cuello y lo rodeé con mis manos frotando sobre él, después volví a descender
y cogí sus pechos, los froté con mis manos más suavemente, masajeándolos,
gozando de tener en mis manos aquellas primorosas tetas. Luego fui descendiendo hasta llegar a su
coño, lo enjaboné bien, froté mi mano sobre él, arriba y abajo, introduje mis
dedos, bajé a sus inglés, a sus muslos, volví a su coño, deleitándome con la sensación del suave y
caliente tacto en esa parte.
Ahora yo, dijo ella. Y tomó el
bote de gel, se puso en sus manos y lo extendió sobre mi pecho. Frotó primero por mi pecho, en mi
cuello, en la espalda, igual que había
hecho yo, y luego, tal como también hice yo, fue descendiendo. Enjabonó mi pelvis en movimientos circulares,
rozó sin querer (o queriendo) mi pene, que hacía tiempo se encontraba altamente
sensibilizado, y se levantó como un resorte, quedándose duro y tieso. Al notarlo le hizo gracia. Noté que le gustaba el efecto que su desnuda presencia
y el roce de su mano provocaban en mí.
Ella tampoco pudo resistirse, lo agarró y comenzó a frotar mi pene. Yo empezaba a salirme de gozo, la excitación
había llegado al punto más alto.
Casas en los suburbios |
Imposible quedarme quieto.
Ella me había agarrado el pene situándose de medio lado, como no
queriendo mirar la explosión que estaba a punto de provocar. Puse mis manos en su cintura, volví a
masajear su cuerpo bajando a su firme trasero, cogiéndolo en mis manos, con las dos, extasiado. Introduje mi mano en su coño pasándola por
debajo de sus nalgas, estaba caliente, lo notaba. Ya no podía aguantar más.
La situé en posición, de espaldas a mi, separé sus nalgas para abrir el
camino, me pegué a ella por detrás con mi pene erecto y traté de introducirlo
en su coño por detrás. Fue un pinchazo a
ciegas que no consiguió su objetivo.
Ella, al sentir mi pene intentando abrirse paso para penetrar en la
delicia de su coño, exclamó algo, dio media vuelta y salió corriendo del baño.
La verdad que no esperaba esa reacción, me dejó sólo y completamente
empalmado.
Por supuesto no me quedé en el baño, salí corriendo detrás de
ella. Empezamos a perseguirnos alrededor
de la cama y del habitáculo del baño, riendo y gritando, sobre todo por los
resbalones y el temor a rompernos la crisma.
Por suerte pude atraparla antes de caer al suelo por un resbalón. Le dije que no podía correr así enjabonada, se
iba a resbalar y podía hacerse daño. La
había abrazado para sujetarla, nos quedamos así un momento, pegados los cuerpos
desnudos y húmedos, piel contra piel. Ella
no hizo nada por despegarse de mí, nuestros cuerpos estaban agitados, los
corazones latiendo aceleradamente. Le hablé al oído, el francés es una legua
muy sensual cuando se susurra al oído, besé su cuello, su mejilla, sus
labios. Nos besamos, con suavidad y
ternura al principio, pero con ardiente pasión después.
La hice entrar al baño de nuevo, había que aclararse el cuerpo.
La excitación no se había rebajado en absoluto, permanecía conmigo en
toda su amplitud. Inevitablemente, al colocar mis manos de nuevo en su cuerpo,
al acariciarlo, al deslizarse alrededor de sus pechos, en la abertura de su
sexo húmedo por su propia excitación, no pude refrenarme más y volví a dar
rienda suelta a mis deseos desbocados.
Esta vez la preparé más para que no se sorprendiera con mi intención de
penetrarla, me situé de nuevo detrás de ella, le indiqué con mis gestos cómo
quería que se colocara, y esta vez reaccionó con sumisión, sin oponer
resistencia, acomodándose a mis deseos.
Ahora pude penetrar desde atrás plenamente, hasta el fondo de su jugoso
sexo. Fue el éxtasis. Empezó a gemir y eso me hizo darle con más
fuerza desde atrás, intensificando las acometidas, hasta que un fabuloso
orgasmo agotó todas mis fuerzas.
Después de este desgaste necesitábamos un poco de relajación y nos
fuimos a la cama, tiré las sábanas hacia atrás y nos tumbamos encima. Había sido un momento sublime y ahora con la
tranquilidad de la misión cumplida, sólo quedaba saborearlo en silencio. Coloqué mi brazo por detrás de su cuello y
ella se acurrucó sobre mi pecho.
Se marchó a las seis de la tarde, pronto se haría de noche y debía
regresar a su casa. Antes de marcharse
le devolví el collar para que siguiera conservándolo, luego, en la puerta de la
habitación cuando nos despedíamos, sonriendo le dije que si pensaba en volver a
vender el collar, yo quería tener la opción de recompra.