domingo, 22 de julio de 2012

Turquía


Delicia turca





Viajaba en un vuelo de Estambul a Antalya, pretendía llegar hasta el complejo turístico de Kemer, a unos 30 km. de la ciudad, donde tenía una cita con una amiga rusa que llegaba igualmente a Turquía ese día, había comprado el vuelo un día antes y el de Antalya justo después de llegar al aeropuerto de Estambul.  Como se puede ver, no era un viaje previsto, la razón obedecía a que cuatro días antes mi amiga rusa me había escrito un mail diciéndome que se iba a Turquía de vacaciones y me invitaba a ir también y vernos allí.  Así que le envié un correo de vuelta pidiéndole en nombre del lugar donde iba y en qué hotel se hospedaba.  Recibí la respuesta dos días antes del viaje, por eso sólo pude comprar el vuelo el día anterior.

Ahora me encontraba embarcado y preparado para darle una sorpresa a mi amiga, no le había dicho que tuviera el billete de avión en mis manos y dudo que se le hubiera pasado por la imaginación que podría llegar a Kemer el mismo día que ella.  El vuelo iba con pocos pasajeros, pero tuve la suerte de que a mi lado se sentara una chica joven y atractiva.

Iniciamos el vuelo y mi compañera, que iba el lado de la ventanilla, no dejaba de mirar hacia ese lado, obviándome por completo.  Creo que no deseaba conversación y para evitar cualquier intento mío de aproximación miraba continuamente para el otro lado.  Desde luego no podía dejar pasar esta oportunidad que me brindaba la suerte y le hablé. Creo que simplemente fue un comentario, pero ella respondió primero girándose  hacia mí y después contestándome amablemente.  Seguramente pensaba que era turco, pero al hablarle en inglés se dio cuenta de que era extranjero y su actitud cambió notoriamente. Yo le dije que en principio también tuve mis dudas si ella era turca, pues lucía una hermosa cabellera rubia, cosa nada común en Turquía.

No tardamos nada en romper el hielo.

El vuelo duraba una hora, se podría decir que desde el momento en que empezamos a hablar no paramos hasta que el vuelo tomó tierra.  También se podía decir que si Selín, que así se llamaba, me había gustado en el momento de iniciar el vuelo, al aterrizar me gustaba mucho más.  Selín era una de las chicas más dulces que nunca había conocido.

A su pregunta de dónde pensaba ir, le tuve que explicar un poco lo que pensaba hacer, por supuesto sin mencionar la cita con la amiga rusa en Kemer, únicamente le dije que me proponía recorrer parte del litoral sur.  Me preguntó si pensaba llegar hasta Alanya, su ciudad, también en la costa y a dos horas y media de Antalya en autobús.  Al decirle que en principio no estaba en mis planes, de hecho era la primera vez que escuchaba el nombre de la ciudad, ella me animó a ir.  Eso lo cambiaba todo, desde ese instante sí que me interesaba.  Naturalmente no lo afirmé con rotundidad, dije que intentaría ir, aunque si apostillé que ahora que la conocía a ella no podía dejar de visitar Alanya.  Entonces lo que hizo Selín fue anotarme su número de teléfono para que la llamara en cuanto llegara.  Ella estudiaba en Estambul y justo acababa de terminar el curso, regresaba de vacaciones a su ciudad, de modo que tendría tiempo para enseñarme todos los lugares interesante que había allí.

En la recogida de equipajes (abierta a los no pasajeros también) Selín me presentó a sus padres que habían ido a recogerla.  Mientras esperábamos estuvimos hablando un poco, lo suficiente para darme cuenta que sus padres eran igualmente encantadores.  Al conocer que iba a pasar un tiempo de vacaciones ellos mismos me invitaron también a ir a Alanya.  Cada vez tenía más claro que no podía perderme ese lugar.

Nos despedimos fuera del aeropuerto, íbamos en direcciones opuestas, pero el padre de Selín se tomó la molestia de buscar el minibús para llegar a Antalya y decirle al chofer donde deseaba yo bajarme.  La cita con la rusa en la playa de Kemer, lugar que no conocía de nada, me ilusionaba mucho, pero no niego que en algún momento antes de despedirme de Selín dudé en cambiar de planes e irme directamente con ella hasta Alanya.



Mi estancia en Kemer con la amiga rusa fue sensacional, pero ese es tema de otro episodio.  Después de ocho días ella regresaba a su país y yo me quedaba solo de nuevo, en otras circunstancias hubiera sentido cierta añoranza, pero en ese momento sólo sentí una nueva ilusión activándose en mis sentidos.  Dos días antes hice una llamada a Selin, creo que no la esperaba, noté que la sorprendí, además me confesó cuánto la alegraba mi llamada.  Me preguntó si pensaba ir a Alanya, le dije que estaba cerca de Antalya, que llegaría en un par de días y que en cuanto llegara tomaría directamente un autobús para Alanya.  Volvió a repetirme que la llamara en cuanto llegara.

Nada más dejar a mi amiga en el autobús que la llevaba al aeropuerto regresé a mi habitación, cogí el equipaje y partí también.  Un autobús me llevó hasta la estación de autobuses de Antalya y allí tomé otro que salía poco después para Alanya.

Llegué a la ciudad poco después del mediodía.  Nada más poner los pies en tierra busqué una cabina telefónica y llamé a Selín, ella no ocultó la alegría al verificar que había llegado.  Alanya era una ciudad tipo Salou, vivía del turismo de verano, por lo tanto estaba llena de hoteles y turistas, alemanes en su mayoría.  Le pregunté dónde podía quedarme, Selín me sugirió que si no me parecía mal, podía quedarme en el hotel de su padre, tenía un hotel cerca de la playa donde se alojaban los turistas de viajes organizados.  Por supuesto le dije que si, que me parecía estupendo, entonces me dio el nombre del hotel y la dirección para que se lo diera al taxista. Quedamos en encontrarnos allí.

Fui el primero en llegar, así que antes de tomar habitación esperé a Selín en la recepción, luego los dos manifestamos una sincera alegría al encontrarnos de nuevo.  No podía decirse que Selín fuera una chica despampanante, era guapa, con más aspecto de escandinava que de turca, pero sus dos grandes atractivos eran su encanto y la exquisita dulzura de su carácter, suficiente para entusiasmar a cualquiera, más aún teniendo en cuenta la maravillosa juventud de sus 19 años.

Fuimos juntos hasta el mostrador de la recepción, el hotel era de tres estrellas, uno más de tantos en la playa.  Me registré sin preguntar el precio, sólo después de haber escrito mis datos le pregunté al recepcionista cuánto costaba por noche.  Él me miró un par de segundos antes de decirme que lo había llamado el jefe para decirle que me hacía un precio especial de 20 € por día, donde además de la habitación iban incluidos desayuno y cena buffet.  ¡Wow, qué suerte!, pensé.  El precio era una ganga, el padre de Selín empezó a caerme muy bien. La miré a ella sorprendido y agradecido por el detalle de su padre.

¿Cómo sabía tu padre que estaba aquí?, le pregunté.

Cuando llamaste –respondió- estábamos en casa y le dije que acababas de llegar, también le dije que te ibas a hospedar en el hotel y que habíamos quedado aquí.

Allí mismo en la recepción empezamos a hacer los primeros planes, serían sobre las tres de la tarde y Selín comprendió que debería estar cansado del viaje y necesitaba descansar, dormir un poco, de modo que quedamos a última hora de la tarde. Ella pasaría a recogerme por el hotel.

Salimos en la noche a la zona de ambiente, bares y discotecas, cercana al paseo marítimo. Al ser el mes de julio había muchos turistas, con lo cual tanto en el paseo marítimo como en los locales había bastante gente, primero tomamos un trago en uno de los bares, después subimos a bordo de una de las goletas amarradas al puerto utilizadas como bar, y por último fuimos a la discoteca, una disco enorme a cielo abierto y que parecía ser el lugar de moda.

Fue una noche muy agradable, Selín me presentó a sus amigos, seguramente todos “hijos de papá” por el dinero que manejaban, pero al igual que la mayoría de los turcos, gente amable y sociable.  Al final de la noche nos despedimos de sus amigos y después de un corto paseo tomamos un taxi al hotel.  Durante toda la noche había estado deseando besar a Selín, intuía que yo le gustaba, pero el hecho de estar en un país musulmán me impedía dar muestras públicas de mis deseos, ni siquiera de una aproximación o un roce de su cuerpo, todo cuanto me aventuré fue a colocar mi mano en su cintura de forma circunstancial.  Turquía se había modernizado mucho desde mi primera visita, en las ciudades grandes han adquirido costumbres europeas, pero en el fondo seguían siendo musulmanes y había que guardar la compostura.

Al llegar a la puerta del hotel Selín le dijo algo al taxista y éste paró el motor del coche.  Selín se bajó conmigo para despedirse, nos quedamos de pie en la parte trasera, solos, en silencio y rodeados de oscuridad.  Que se bajara del coche para prolongar nuestra despedida era un signo bastante revelador, por lo que ya no ví motivo para seguir conteniendo mis deseos, estábamos los dos tan cerca que sólo tuve que inclinarme un poco para llegar a sus labios.  Ella recibió el beso de la misma forma que yo se lo había dado, en principio mesurado, pero de inmediato con entusiasmo y fogosidad.  Ese fue el límite, poco después subió de nuevo al taxi y partió hacia su casa.

Quizá no pueda decirse que la noche fue completa, pero entré al hotel con la emoción de haber conseguido algo excepcional.

Habíamos quedado que a la mañana siguiente Selín pasaría por el hotel para llevarme a la playa, y a eso de las once allí estaba.  Llamó por teléfono desde la recepción en cuanto llegó y bajé preparado, es decir, en bañador y con toalla.

La playa me descubrió un lugar bastante agradable y bello con el mar azul, la arena blanca y la vegetación de árboles y jardines detrás,  la playa también me descubrió otra emocionante visión: Selín en bikini. Juntos allí, parecíamos dos turistas más, incluso ella, con su pelo rubio y blanca piel, parecía más extranjera que yo.

Comimos en el hotel, ella misma se encargó de ir a la cocina y pedirle al cocinero que nos hiciera algo, que luego comimos en el salón donde habíamos estado jugando al billar mientras esperábamos.  Después pasamos a la piscina y nos tumbamos a dormir un poco de siesta.  El resto de la tarde la pasamos allí, tomando el sol y jugando en la piscina.  Al atardecer regresó a su casa, quedamos que volvería para la cena, que cenaríamos juntos en el hotel y después saldríamos por ahí.

A la hora prevista llegó al hotel, pero no lo hizo sola, sino con sus padres. Ellos también iban a cenar con nosotros.

Cenamos los cuatro en una esquina de la terraza del restaurante, era nuestra primera cena, pero la verdad que fue todo tan natural y distendido como si hubiera sido un viejo conocido.  Los padres de Selín eran amables, familiares, encantadores.  Muy pocas veces había tenido la ocasión de cenar junto a los padres de una chica después del primer día de haber salido con ella, pero aquí todo parecía lo más natural del mundo, tenía que recordarme a mi mismo que estaba en Turquía para dar más valor a lo que estaba viviendo. Y terminada la cena nos despedimos para salir en la noche, deseándonos sus padres que lo pasáramos bien, tan tranquilamente.

Verdaderamente procuramos seguir el consejo de los padres desde el momento en que nos quedamos solos, tomamos un taxi y Selin me llevó a una terraza idílica, se encontraba situada en la parte alta de la ciudad a modo de balcón sobre el mar con una vista panorámica del puerto y del paseo marítimo, que iluminado por la noche adquiría una belleza especial.  La terraza era un pequeño parque de setos, jardines y árboles, entre los cuales había mesas intercaladas, un lugar para la relajación observando bucólicas vistas o, como era nuestro caso, el lugar perfecto para pasar inadvertidos del mundo. Escogimos una mesa alejada de la entrada, oculta entre la oscuridad y los setos, junto al muro desde el que se divisaba una preciosa vista de la bahía, las únicas luces existentes eran las colocadas sobre el suelo para señalar el camino, la llama de la vela en el centro de la mesa y las estrellas en el cielo.

Aquí tuvimos la segunda aproximación, juntamos nuestros sillones, después nuestros rostros, luego nuestros labios… permanecimos muy juntos durante todo el tiempo, la noche y su oscuridad fueron perfectas aliadas del cariño que deseábamos demostrarnos.  Fue como volver a los 18 en la sala de cine, en el parque, en la oscuridad de un rincón de la discoteca, tratando de aprovechar cualquier recurso para sacar los sentimientos y la pasión en la que iban envueltos.

De allí regresamos a la zona de ambiente junto al paseo marítimo.  Esta vez subimos a una goleta utilizada como discoteca, aquí eran todo turistas extranjeros, de forma que nos mezclamos con ellos como dos turistas más, con su misma libertad y despreocupación.  Entramos cogidos de la mano y una vez dentro bailamos, nos abrazamos y nos besamos como cualquiera de los demás turistas sin que nadie nos tuviera en cuenta. Fue una noche feliz, si cabe un poco más que la anterior, pues se había producido un notable progreso en nuestra relación.

A altas horas de la madrugada tomamos un taxi al hotel.  Al llegar, de nuevo  Selín le dijo algo al taxista y éste paró el motor del coche.  Descendimos del taxi y nos quedamos de pie junto a la parte trasera, mudos, pero con un brillo en la mirada que destacaba en la oscuridad.  Nos cogimos de las manos, acercamos nuestros cuerpos, nos miramos sin decir nada, sonriendo con cierta tristeza, pues había llegado el momento que ninguno deseaba, la despedida.  Selín soltó las manos para cogerse a mi cintura y apoyar su rostro en mi pecho por unos instantes, creo que fue su forma de darme las gracias.

Cuando la vi meterse en el taxi y partir hacia su casa, me quedó una sensación agridulce muy intensa, por un lado me quedaba con la amargura de perder su compañía, pero por otro con la felicidad de haber vivido los momentos de esa noche junto a ella.

Para el día siguiente teníamos el mismo plan, Selín vendría a buscarme al hotel.  Había bajado a desayunar, pero después regresé a la habitación para seguir descansando un poco más.  A las once de la mañana me levanté, me duché y me dispuse a esperar la llamada de Selín.  Tardaba un poco en llegar, aunque pensando en las horas en que nos habíamos ido a dormir era lógico. Entretanto llamaron a la puerta.  Imaginé que sería de nuevo la señora de la limpieza de habitaciones, había pasado antes para preguntar si limpiaba la habitación,  le había dicho que no, quizá quería volver a preguntarme. Para mi sorpresa no era la señora de la limpieza quien estaba allí, sino Selín.

Esta vez, en lugar de llamarme cuando llegó al hotel, subió directamente a mi habitación.  La hice pasar y una vez dentro, a solas, le dí un beso de bienvenida.  Dejó el bolso sobre una silla y nos sentamos sobre el borde de la cama para charlar.  Hablamos de la noche pasada, de cómo nos habíamos levantado por la mañana, en fin, de esas cosas que se suelen hablar como preámbulo a lo verdaderamente interesante.  Creo que al estar cerca el uno del otro los dos volvimos a recuperar la sensación de la noche anterior en nuestra despedida, yo notaba como un calorcillo agradable iba subiendo hasta mis orejas, en realidad era la emoción quien ascendía por todo mi cuerpo.  Estábamos tan cerca que los dos podíamos percibir el calor del otro.  Inevitablemente nuestras bocas se unieron.

Después unir las bocas ansiosas, a continuación fueron nuestros cuerpos quienes se pegaron atraídos por una fuerza irresistible, la atraje hacia mí abrazándola y los dos perdimos el equilibrio, cayendo sobre la cama.

Iniciamos lo que podría haber parecido una lucha, pues rodamos en la cama, saltamos, nos incorporamos y volvimos a caer, sin dejar de estar enredados en uno en el otro.  Fue como una explosión de sentimientos y alegría al poder gozar libremente del placer que nos producía el contacto de nuestra piel y el sabor dulce de nuestros besos.  Obviamente, la temperatura subió a cotas muy altas.

Selín llevaba puesto un vestido corto y debajo el bikini, con las vueltas y revueltas en la cama acabó con el bikini solamente, mientras yo permanecía con el pantalón corto  que llevaba puesto cuando llegó, en el cuál había surgido un persistente bulto en su parte delantera.  Era evidente que los dos estábamos muy calientes. 

Decidí dar el paso y traté de quitarle el bikini empezando por su parte de arriba.  Selín no se sorprendió, pero reaccionó con precaución, dijo que esperara un momento y me pidió que corriera las cortinas del balcón.  Me apresuré a obedecer sus ordenes,  corrí el visillo traslúcido y luego la cortina que no dejaba pasar la luz, quedándonos en penumbra.  Entonces llegó el momento de la acción.

Entre caricias y besos le quité el bikini, al tiempo que ella hacía lo propio con mi pantalón.  Nos quedamos desnudos.  Ya me había dado cuenta de su desinterés por la religión, pero imaginaba que por las condiciones religiosas del país tendría poca experiencia, o quizá ninguna,  en relaciones sexuales, aunque hasta ese momento estaba mostrando bastante desenvoltura.  Me había contado que había tenido un novio en la universidad, pero lo habían dejado, y ella vivía en Estambul en un apartamento, indicios que hacían sospechar que más de algún encuentro a solas habrían tenido en su apartamento.

Selín se hallaba tumbada en la cama boca arriba, en cuanto nos quedamos desnudos me cogió para que montara sobre ella, ambos estábamos suficientemente excitados como para no retrasar más el momento de la penetración, pero había que engrasar un poco más el cauce donde debía actuar el mecanismo que impulsaba nuestros deseos, de modo que antes de proceder a subirme sobre ella bajé la mano a su sexo y lo acaricié.  Lo acaricié suavemente, repetidamente, introduje mi dedo, lo introduje varias veces explorando con la sutil yema de mi dedo corazón aquél cálido refugio de placer, podía percibir como Selín cerraba los ojos y suspiraba sintiendo el gozo verdadero que mis hábiles dedos le avanzaban anunciándole la dicha que la esperaba.

En el momento de la penetración Selín me pidió que fuera despacio, con suavidad. Actué tal como ella me había pedido, con toda la delicadeza posible, pensando que quizá podía ser la primera vez para ella.  Después de los primeros instantes, una vez que penetré en su interior y empecé a moverme, todo funcionó bien, su sexo se encontraba completamente húmedo y cálido, de manera que mi pene serpenteaba gozoso sobre toda la profundidad de su deliciosa hendidura.



De los nueve días que estuve en Alanya no pasamos con Selín ninguna noche juntos en el hotel, el deber de regresar a su casa la obligaba, sin embargo desde el primer día que hicimos el amor no dejó de visitarme al menos una vez por día en mi habitación, fuera en la mañana o en la tarde.  Sólo tomaba la pequeña precaución de subir directamente por el ascensor sin pasar por la recepción y al bajar nunca lo hicimos juntos, ella lo hacía primero y al cabo de un poco lo hacía yo.  Lo más curioso de todo es que tuve una excelente relación con sus padres, nos llevábamos muy bien y me trataban con plena confianza, debían saber perfectamente que Selín y yo estábamos teniendo una relación, prácticamente pasábamos el día y la noche juntos, y además la propia Selín no ocultaba su afecto hacia mi delante se sus padres cogiéndome de la mano, cogiéndonos a veces por la cintura o reclinándose sobre mi pecho cuando estábamos sentados en algún sofá.  Sus padres, lejos de oponerse a esta relación, con su afectuosa actitud hacia mí parecían dar su completa aprobación.  Obviamente ignoraban mi edad, no debían tener ni idea de que yo era seis años mayor que la propia madre de Selín.

 Selín debía ser la más ignorante sobre mi edad, pues un día preguntando sobre ella me dió 30 años, nueve menos de los que tenía su madre.  Por supuesto, a riesgo de perderla, de ver desaparecer aquella maravillosa aventura de verano, no pude decirle la verdad.












martes, 3 de julio de 2012

Madagascar




La hija del comisario





Había llegado a Morondava, en Madagascar, a eso del mediodía.  Después de comer estuve dando una vuelta para inspeccionar la ciudad y finalmente terminé en la playa, una playa inmensa y absolutamente solitaria.  Cuando me cansé regresé al hotel.

Estaba hospedado en el hotel Le Oasis, cercano a la playa, en la zona donde las calles son de arena sombreadas por los altos árboles, con las casas de madera y techo de palma.  El hotel era sencillo pero encantador, se encontraba en un recinto con mucha vegetación, árboles, plantas y flores. Semiocultos en esa vegetación había varios bungalows de madera, viejos y mal cuidados, elevados medio metro del suelo por las lluvias, donde se oían crujir las tablas al pisar en el suelo, pero donde me sentía muy confortable.  Tenía un pequeño bar donde en las tardes se podía tomar una cerveza o un ron, y una terraza restaurante entre los árboles igualmente acogedora. Era mi primera vez en Morondava y Le Oasis me parecía el lugar perfecto.

Después de regresar de la playa me tumbé sobre la cama y me quedé descansando un rato, creo que me dormí.  Luego me di una ducha, me vestí y salí a la calle, era poco después de las seis de la tarde, pero ya había oscurecido.  Se me había escapado la tarde.  Salí a la calle y me quedé pensando qué dirección tomar, si a la izquierda o a la derecha, en realidad no tenía ni idea de donde podía ir o qué podía hacer.  Mientras estaba pensando pasó un todoterreno por mi lado y paró unos metros después, el conductor sacó la cabeza por la ventana y empezó a llamarme por mi nombre.  Me quedé sorprendido.  Desde que había llegado no había conocido a nadie, prácticamente ni había hablado con nadie.  Al ser de noche, estar oscuro y ser muy moreno el conductor, no lo reconocí.  Se bajó del coche y vino hacia mi, entonces sí, lo reconocí: era Maheva.

Un par de años antes había conocido a un español que vivía en Antananarivo, la capital, y ya era la segunda vez que me hospedaba en su casa.  Uno de sus dos negocios era el alquiler de coches todoterreno con conductor para turistas y Maheva era uno de sus conductores, a quien yo veía a diario cuando estaba en la casa.  Esta vez tenía un viaje con dos turistas franceses y había llegado el día anterior.  Me hizo subir al coche. Una vez dentro me presentó a la chica que iba dentro, Maheva estaba casado, pero en Morondava tenía otra mujer, en realidad creo que debía tener una mujer en cada ciudad donde iba con los turistas.

Arrancamos y me preguntó si estaba solo. Si, le respondí, acabo de llegar.

Ohhhhh!, exclamó en tono de decepción.  ¿Pero cómo es eso?, preguntó.           

 No, no, no, eso no puede ser, vamos a buscarte una chica, me dijo Maheva, como si eso fuera algo imprescindible.  Yo no dije nada, sólo sonreí por su disposición a solventar mi soledad.

Empezamos a dar vueltas por la ciudad, en realidad no había mucho donde buscar, la ciudad tenía pocas calles, poca vida, aún la calle principal se encontraba casi vacía, una vez que se iba el sol la gente regresaba a sus casas y la vida se apagaba.  Pero Maheva no pensaba en desistir, al ver que no encontrábamos a nadie para mi, le preguntó a su amante si conocía a alguna chica que fuera guapa, ella pensó durante unos segundos y luego respondió:  la hija del comisario es muy bonita.  ¿Tú sabes dónde vive?, le preguntó él a continuación.  Ella afirmó.  ¡Pues entonces vamos allá!, exclamó Maheva.

Nos presentamos en la casa del comisario de Morondava.  Al igual que las demás, era una casa de madera de planta baja, aparcó el coche al otro lado de la calle y bajó del vehículo para ser él mismo quien se dirigiera hasta la casa para hablar con la chica, mientras yo me quedaba sentado en el coche observando.  Llamó a la puerta y salió a abrir la madre, Maheva preguntó por la hija y la madre fue a por ella, al poco apareció en la puerta.  Estaba oscura la calle, suerte que encima de la puerta se encendió una bombilla y eso me permitía ver mejor y, lo que estaba viendo, no me desagradaba nada.  Maheva empezó a explicarle por qué estábamos allí y qué era lo que quería, desde luego no podía escucharlo y aunque lo hubiera escuchado no lo hubiera entendido porque hablaban en malgache, pero sabía lo que le estaba diciendo.  Mientras le explicaba miró donde yo estaba y señaló con el dedo, indicándole que yo era el “vazaha” (blanco) con el que le estaba proponiendo salir esa noche juntos.  Yo miré a Maheva y sonreí, era la contraseña que teníamos, si la chica me gustaba tenía que sonreírle, así él mantendría la invitación, si no sonreía era que no me gustaba, de esa manera anularía la invitación con alguna excusa.  También miré a la chica sonriendo y la saludé con la mano, ella me devolvió el saludo y al poco terminaron de hablar, se metió de nuevo en la casa y Maheva regresó al coche.

Está hecho –dijo Maheva-, la chica ha dicho que si.

¿Se viene con nosotros?, pregunté un poco incrédulo. 

Si, si, sólo ha dicho que le demos unos minutos para arreglarse.

Ciertamente cuando vi en la puerta de la casa a la hija del comisario ya me pareció un bombón, pero después de arreglarse, llevando un vestido ceñido al cuerpo marcando las perfiladas líneas de su cuerpo, pude constatar que no hubo error en mi percepción: era un auténtico bombón.  Soary, que así se llamaba, era guapa, de rostro dulce, elegante con aquel vestido ceñido que a la vez le añadía su buena dosis de sensualidad.

Subimos al coche y partimos.  Maheva me preguntó dónde quería ir, la verdad que a esa hora de la noche no había muchas opciones para escoger, le dije que buscara un restaurante para cenar.  No fuimos lejos, allí cerca, junto a la playa, había uno que según Maheva se cenaba bien y era económico: “étoile de mer”.  Encargamos la cena, yo pedí uno de mis platos favoritos: pescado a la salsa de coco, y mientras nos preparaban los platos pedimos un ron con coca cola como aperitivo.  La cena tardó bastante, como suele ser habitual en Madagascar, con lo cual tuvimos tiempo para conocernos con Soary, si bien ella era una chica de pocas palabras, parecía tímida, por suerte tenía una sonrisa bonita y sonreía a menudo.  Como es natural, yo pagué la cena de los cuatro, era el “vazaha” y es lo que se esperaba.  De allí y, dado que ya eran más de las diez de la noche, nos fuimos directos a la discoteca, la única alternativa nocturna si no queríamos ir a dormir, y a esas horas aún era demasiado temprano.

Nos sentamos y pedimos unas bebidas, la gente fue llegando y para ser un día de semana el ambiente era bastante aceptable, sobre todo después de ver la ausencia total de vida en las calles.  Salimos también a la pista a bailar, aunque una hora después de haber llegado Maheva y su pareja se marcharon, él había estado conduciendo durante todo el día y estaba cansado, además tenía que madrugar.  Nos quedamos Soary y yo.  La verdad que ella hablaba poco, era yo quien tenía que decirle o preguntarle cosas.  Después de las doce de la noche ya habíamos dicho todo lo que teníamos que decir y bailado todo lo que teníamos que bailar, pensé que era momento de regresar ya al hotel, no obstante le pregunté a Soary cuando quería que partiéramos de allí.  Ella, como en todo hasta ese momento, dijo que cuando yo quisiera.  Madagascar debe ser uno de los pocos sitios donde las mujeres hacen lo que uno quiere, y no al revés.  Un placer desconocido para los hombres.

Vista su disposición, le dije pues que nos íbamos a dormir.  Ella se limitó a decir:  ¡vamos!.

Ni siquiera le había preguntado si quería venir a dormir conmigo al hotel, era una cuestión que sobraba, se sobreentendía que la invitación llevaba incluida la noche completa, aunque por supuesto ella podía elegir irse a dormir a su casa.  Pero no lo hizo, decidió permanecer conmigo.

El hotel quedaba a unos 500 metros por una calle de arena, pues estaba cercana a la playa, de manera que fuimos caminando tranquilamente en la noche bajo una oscuridad completa en la que casi nos resultaba difícil vernos a nosotros mismos.  Fue durante el camino donde por primera vez la pude estrechar contra mí y besarla. Ella no sólo no se opuso a mi abrazo, sino que se pegó a mí como si yo hubiera sido un imán.  Tampoco pude resistirme a palpar su cuerpo sobre su ceñido vestido, igual que lo hubiera hecho un ciego para reconocer todas sus formas, aunque seguramente de manera menos delicada.  Así llegamos al hotel, entre besos, abrazos, risas y tropezones.

La puerta de entrada a la recepción del hotel se encontraba cerrada, por lo que tuvimos que entrar por la puerta de la zona destinada a aparcamiento cercada con una alta valla de madera. 

Nada más traspasar la puerta observé la parte trasera de un coche aparcado, un Renault 4L blanco, la que cayó de inmediato en la cuenta de qué coche se trataba fue Soary.

-¡Ohh , mi padre! – exclamó.

Al avanzar unos metros y ver el coche en su parte lateral, pude leer que ponía las letras: “police”. Entonces comprendí, era el coche de su padre, lo cual significaba que estaba allí, esperándonos.

Al momento lo vimos aparecer con el vigilante del hotel, caminando hacia nosotros.

La verdad que fue una sorpresa, me pregunté por qué estaba allí, si había ido para llevarse a su hija a casa o quizá ponerme a mi en algún problema.  La señal de alarma se encendió en mi cabeza.

Nos saludamos y nos estrechamos la mano como personas educadas. Sólo quedaba esperar ver qué es lo que pasaba.

De inmediato me preguntó qué tal iba todo, le respondí que bien, luego me preguntó dónde habíamos estado, le dije que estuvimos cenando en un restaurante y luego fuimos a la discoteca, y un par de cuestiones más que tenían más que ver con descubrir quién era yo que con cualquier recriminación, su tono era riguroso pero sin dejar de ser correcto, lo cual me dio confianza para pensar que no estaba allí como comisario de policía para ponerme en un aprieto, sino como padre que se preocupa por su hija.

Era evidente que si nos había pillado entrando en el hotel era porque íbamos a pasar la noche juntos, pero no hizo ningún comentario al respecto, ni tampoco hubo reproches hacia su hija por estar allí conmigo, ni intención de llevársela con él a casa, así que después de estar a la expectativa, tras la breve charla le dije que estábamos cansados y deseábamos ir a dormir, a lo que él respondió amablemente: si, si, de acuerdo. Entonces buenas noches.  Nos estrechamos de nuevo las manos y continué con su hija camino al bungalow.

Por un momento temí que esa noche iba a tener algún problema, pero resultó que el comisario era un hombre comprensivo que sólo quería saber con quién estaba su hija, al fin y al cabo sólo tenía 19 años y parecía lógica su preocupación.  Por si acaso, viendo que su padre iba a tenerme vigilado, tendría que portarme bien.

Entramos al bungalow sintiendo la mirada del comisario sobre mis espaldas, pero afortunadamente poco después escuché cómo se ponía en marcha el Renault 4l y se marchaba de allí.  Me quedé más tranquilo, aunque seguí alucinado con la situación. El hecho es que el haber tenido allí a su padre rebajó las prisas que traía por comerme mi bombón, me parecía como si de repente, de alguna manera, acabara de formalizar mi relación con Soary.

Nos desnudamos y nos metimos en la cama con la normalidad de si hubiéramos sido una pareja corriente, una vez en la cama y al sentir en mi piel su cuerpo desnudo, se me fue el fantasma del padre y pasé a la acción.  Soary no opuso resistencia a ninguna de las acciones que yo adoptaba, sino que más al contrario dejó dócilmente que yo tomara la iniciativa inspirada en la sensación de lujuria que me provocaba su dulzura y sumisión.



Al día siguiente por la mañana después del desayuno se marchó a su casa, había sido una noche muy satisfactoria, y para completar el éxito me quedaba libre de nuevo para hacer lo que yo quisiera, al menos durante la mañana, pues quedamos que en la tarde se pasaría por el hotel y nos iríamos a la playa. La verdad que por el día prefería estar solo, a mi aire. 

A la hora convenida,  las 3 de la tarde, Soary pasó por mi hotel.  Traía puesto el bikini bajo la ropa, de manera que yo también me puse el bañador y salimos dirección a la playa. El hecho de haber regresado para verme significaba al mismo tiempo que seguíamos contando con el beneplácito de su padre.  Estuvimos un par de horas en la playa, caminando en solitario hasta que nos sentamos en un lugar sobre la arena.  Estaba deseando acercarme a ella, abrazarla, besarla….era el momento perfecto, solos en aquel lugar tan bello y romántico junto a la orilla del mar.  Para mi sorpresa, Soary me dijo que allí no.  Me explicó que si la gente nos veía iban a hablar y criticar, de hecho imaginaba que todo el mundo que nos hubiera visto la estarían criticando ya, pero al menos debía evitar darle a la gente motivos para murmurar y que luego llegara a oídos de su padre. Lo entendí.  De cara a la gente teníamos que portarnos bien y no dar que hablar, la gente en Madagascar es muy cotilla y envidiosa, me justificó Soary.  El placer pues, debía aplazarse hasta que llegáramos al hotel.

Después de las cinco de la tarde regresamos.  Una vez solos en el bungalow podía dar rienda suelta a mis deseos reprimidos fuera, de manera que no perdí ni un segundo.  La temperatura tardó muy poco en subir nada más acercarme a ella y estrecharla contra mi.  Yo ya solo pensaba en una cosa: quitarle la ropa, tumbarla en la cama y hacerle el amor.

Ahora si que no opuso ninguna objeción, dejó que yo le quitara la ropa, después el bikini y tirara hacia atrás la colcha de la cama para echarnos sobre las sábanas blancas, yo ya estaba completamente encendido antes de caer en ellas. 

Ya había buscado la posición,  estaba a punto de penetrarla cuando de repente Soary se zafó de mi y de un salto salió disparada de la cama sin decir nada, o mejor dicho, sólo dijo: “attente”, espera.

No sabía qué era lo que pasaba, pero me había quedado con la polla tiesa y sólo en la cama.  Desde hacía unos momentos se escuchaban voces en el exterior del bungalow, voces que parecían discutir, pero en aquel instante yo no le presté atención, además como no entendía el malgache no sabía lo que estaba sucediendo.  Pero Soary si.  Al parecer había dos tipos fuera que estaban discutiendo, se habían enzarzado en una fuerte discusión con amenazas incluidas, y Soary no pudo resistir la tentación de ir a ver qué pasaba dejándome solo y desconcertado en la cama.  Era la curiosidad malgache. Al lado derecho de la puerta de entrada había una rendija entre las tablas de madera de la pared, estaría a menos de un metro del suelo, de modo que Soary se fue hasta allí y agachándose pegó el ojo a la rendija para observar qué estaba sucediendo apoyándose con las manos en la pared.

Se estaba perdiendo la luz del día y con el bungalow bajo los árboles ya no se veía mucho, pero lo suficiente para ver a Soary pegada a la pared sacando su redondo trasero desnudo.  Me quedé hipnotizado con la visión.  Lejos de enfriarme, aquella circunstancia aumentó la calentura.  Me levanté de la cama y fui donde estaba Soary colocándome detrás de ella.  Por supuesto no pretendía ponerme a observar yo también, lo que hice fue retomar lo que repentinamente se había suspendido.  Me pegué a su trasero completamente empalmado, le acaricié la espalda, cogí sus senos colgando hacia el suelo, después posé mis manos en sus deliciosas nalgas, descendiendo a continuación con mi mano derecha por la bella sinuosidad de su trasero hasta llegar a su entrepierna, entonces la deslicé hasta el coño, lo acaricié sutilmente, con la yema del dedo toqué en su clítoris como si hubiera sido un pianista afinando una tecla de su piano, con finura, presteza y habilidad, terminando por introducir  el dedo en su interior como primera nota de aviso de la melodía que venía después.

No esperé más, emboqué desde atrás y la ansiosa polla penetró hasta el fondo, Soary parecía tan distraída con la fuerte discusión de fuera que tan apenas se inmutó.  Tenía que aprovechar, ahora sólo esperaba que no terminara la discusión, follarla en aquellas circunstancias era mucho más excitante.  Los movimientos iniciales de meter y sacar fueron más suaves, como pretendiendo no molestarla del asunto que atraía su interés, pero en seguida me percaté de que ella también empezó a recibir con agrado las visitas que estaba recibiendo desde atrás, dejando escapar algún gemido ahogado a la vez que intentaba no perderse lo que estaba pasando en el exterior.  A medida que aumentó mi excitación, que dicha la verdad debió sobrepasar cualquier magnitud anterior, las embestidas se intensificaron en ritmo y fuerza sin parar hasta que sin tardar mucho llegó el momento sublime de la eyaculación.  Un momento inolvidable.

Plenamente saciado y extasiado, regresé a la cama dejando que Soary continuara en su labor de observación.