domingo, 16 de junio de 2013

Amor fugaz

Había llegado a Vicenza, ciudad cercana a Venecia, para visitar a mi amigo Paolo. El plan posterior era hacer desde allí un viaje a Croacia. Paolo disponía de una moto de gran cilindrada que iba a dejarme para realizar el viaje, pero el día antes de partir, por mi propia seguridad, pensó que era mejor que me llevara su coche, un lujoso todoterreno. La aventura de la moto me excitaba, pero reconocí que entre mi poca experiencia de conducir motos grandes y viajando a un país extranjero, era más seguro hacer el viaje en coche. Estábamos en junio y el tiempo era espléndido, partí tomando la autopista directo a Trieste, justo en frontera con Eslovenia. Pasé la frontera sin ningún trámite, Eslovenia es parte de la Comunidad Europea y yo conducía un coche italiano. Me dirigía a la península de Istria, así que no tardé mucho en llegar a la frontera croata. La atravesé sin el menor problema, al pasar bajé la ventanilla del coche y mostré mi documento de identidad al policía que estaba allí, creo que ni lo miró, seguramente al ver que el vehículo era italiano se limitó a hacerme gestos de que continuara. Había dejado de circular en territorio de la Comunidad Europea, pero a los efectos parecía ser lo mismo. Desde que entré en Eslovenia había observado que casi todos los vehículos íbamos en la misma dirección y todos tenían matrícula alemana o austriaca. Parecía pues que los turistas alemanes y austriacos se dirigían también a la península de Istria.
Previamente y desde España, ya había reservado un hotel en la costa junto a la localidad de Porec, de modo que fui directo hasta allí. El hotel se encontraba junto al mar, a unos tres o cuatro kilómetros del pueblo en un entorno precioso, de mucha vegetación pero sin playa para bañarse. Sin duda la playa que salía en las fotos cuando reservé el hotel, debía estar en otro lugar. Aparqué el todoterreno y me dirigí a la recepción. Delante de mi estaban dos turistas, dos chicas realmente llamativas desde el primer instante en que las vi por la espalda, gestionando su registro en el hotel. Cuando las ví de frente, la playa dejó de importarme. Aproveché para saludarlas y conocerlas. Eran rusas, de la ciudad de Irkutsk, junto al lago Baikal, allá en la lejana Siberia. Después de tomar posesión de mi habitación salí a dar una vuelta por el hotel y sus alrededores, el paisaje era bello pero abrupto, imposible encontrar un lugar con playa para bañarse. De todos modos el agua estaba demasiado fría. Regresé al hotel y fui a ver la piscina, allí encontré a las dos rusas tumbadas al sol. Me acerqué y las saludé de nuevo. Las rusas no suelen ser muy expresivas, la rubia y más bajita no me hizo mucho caso, continuó absorbiendo los rayos de sol sin que mi presencia la inmutara, pero la más alta y de cabello castaño se incorporó para devolverme el saludo. Viéndolas ahí, tendidas sobre las hamacas en bikini, sus cuerpos me parecieron más primorosos de lo que yo había imaginado al encontrarlas en la recepción. Acerqué una hamaca y me tumbé junto a ellas. Me coloqué al lado de la más alta, Yulia, que me parecía más hermosa, con mejor cuerpo y más receptiva a mi existencia. Había algo en su rostro, quizá su mirada de ojos azules y misteriosos, que me fascinaba.
Volvimos a encontrarnos en el restaurante del hotel para la cena. Era una cena buffet, de modo que cada uno se servía a sí mismo. Después de escoger nuestros platos elegimos una mesa y nos sentamos juntos. La chica rubia tan apenas hablaba inglés, su escaso dominio de esta lengua hacía entendible su limitada conversación, pero la otra lo hablaba bastante bien, que era además quien más me interesaba. Había pocos clientes en el hotel, de manera que el ambiente resultaba tranquilo, aunque algo frío. ¿Qué podíamos hacer después de la cena?. Nos dijeron que había una discoteca, pero con la escasez de clientes en el hotel ocurrió lo que cabía esperar, se encontraba vacía. La rubia, que tan apenas entraba en la conversación, se aburría. Antes de las diez de la noche se fue a dormir. Me quedé a solas con la otra, con la que me gustaba. ¡Perfecto!. Salimos a caminar por los solitarios jardines del hotel, aquel paseo bajo las estrellas y entre las sombras de los árboles, resultaba emocionante. Me sentía encantado caminando a solas con ella. Nos estábamos conociendo, hablábamos de nuestras cosas, buscando una afinidad que, salvando las distancias y nuestras diferentes culturas, aparentaba estar bastante cercana. Parecía que nos caíamos bien, aunque con una rusa nunca se sabe, no es fácil sacar de la cabeza lo que tienen en ella. Lo que había en la mía era el incipiente deseo de acostarme con ella, creo que lo que hubiera deseado cualquier otro en mi lugar.
Meditando mi estrategia, pensé que antes de pasar a la ofensiva quizá era mejor calentar un poco el ánimo, pues aquel recinto estaba tan silencioso como un cementerio, y la invité a tomar algo en el bar. Entramos dentro y, aparte del camarero, sólo encontramos cuatro personas, dos parejas. Al llegar, el hombre de una de las dos parejas me saludó en inglés y me preguntó de donde era. El tipo que se dirigió a mi era ruso, de mediana edad, y, por su locuacidad, no parecía que fuese el primer vodka que se estaba tomando. Sólo fue decirle que era español para que agrandara los ojos en forma de sorpresa y mostrarse amigablemente conmigo. Me preguntó qué queríamos tomar. Le agradecí la invitación, pero rehusé, sin embargo él no hizo el menor caso, llamó al camarero y le dijo que nos sirviera lo que deseáramos. Me contó que tenía una casa en Marbella y que su mujer y su hija vivían allí. Miré a la chica que parecía ser su pareja, pensando si esa debía ser su mujer, de modo que adivinando mis pensamientos me dijo que esa era su mujer de Moscú. Él seguía viviendo en Moscú atendiendo sus negocios y sólo iba a Marbella para ver a su mujer y su hija unas tres o cuatro veces al año. Así que el tipo se estaba pasando unas vacaciones en Croacia con su amante. Aquel encuentro fue muy perjudicial para mis intereses, pretendía algo de intimidad para estar con Yulia y aquel ruso la anuló por completo. Estaba medio borracho y no me dejó tranquilo un solo momento. Cuando Yulia terminó su bebida me dijo que se iba a dormir. Me quedé sólo y frustrado. Cuando me fui a despedir del ruso para irme yo también a dormir, el tipo me agarró del brazo para que me quedara y le ordenó al camarero que volviera a ponerme otra copa. Mezclaba el ruso, el inglés y el alcohol sin parar, para ser ruso parecía un tipo amistoso y simpático, aunque a mi me había fastidiado la noche.
Volví a encontrarme con Yulia y su amiga a la hora del desayuno. Era el momento de hacer planes para el día. Estar en aquel hotel sin coche y sin transporte público suponía una condena al encierro y aburrimiento, afortunadamente yo tenía un buen coche aparcado fuera del hotel, una suerte, porque coches y lujo, resultan un atractivo irresistible para las mujeres rusas. Ellas estaban encantadas de venirse conmigo en el coche, y yo, no voy a negarlo, de poder llevarlas. El coche de mi amigo Paolo me iba a ayudar en mis relaciones con las rusas. Nos fuimos a hacer un reconocimiento a Porec, el pueblo que nos quedaba más cerca. El pueblo estaba bien, era bonito, tranquilo, de casas y edificios antiguos bien conservados, pero no había mucho que ver, prácticamente se concentraba todo en el paseo frente al mar con sus terrazas, y en una calle central con una pequeña plaza, donde se distribuían, tiendas, restaurantes y turistas. Después de nuestro paseo por Porec decidimos ir a Pula, al sur y la mayor ciudad de la península. La ciudad no era muy grande, pero era la más interesante y turística. Tenía un coliseo romano y otras antiguas ruinas de gran valor histórico. Paseamos por la ciudad, recorrimos el paseo marítimo y terminamos en una pequeña pero acogedora playa junto a la ciudad. Lamentablemente no nos habíamos llevado los bañadores. Después regresamos a la ciudad y buscamos un restaurante para comer. A primera hora de la tarde regresamos al hotel. Hacía un día de sol espléndido y las chicas querían aprovechar para tumbarse al sol en la piscina.
Cenamos a la hora rusa, es decir, pronto. El restaurante del hotel estaba tan escaso de clientes como el día anterior. Después nos fuimos a Porec. Allí si que vimos unos cuantos turistas, resultaba muy agradable pasear en la noche junto al puerto, la parte antigua del pueblo o tomarse algo en una terraza. Después de habernos tomado algo en una terraza del centro del pueblo, nos apetecía ir a una discoteca, sobre todo a las chicas. Había una en Porec y otra cercana a la zona de hoteles, entre el pueblo y nuestro hotel. Ya que estábamos allí, decidimos ir a la del pueblo. El turismo que había allí era más bien de tipo familiar o de jubilados alemanes, de modo que la discoteca se encontraba casi vacía. Ni siquiera nos quedamos más de dos minutos. Decidimos probar en la otra, pero sucedió lo mismo, tan apenas habría unas cuatro personas. Fue una decepción. Decidimos regresar al hotel. Nada más llegar y con una breve despedida, la amiga de Yulia se fue directa a su habitación. Me quedé a solas con mi preferida. El hecho de que Yulia no tomara la misma decisión que su amiga, me animó. Hablamos sobre qué podíamos hacer, para mis adentros, pensé, cualquier cosa antes que ir al bar del hotel, no fuera a ser que estuviera allí el ruso de la noche anterior. Decidimos caminar un poco por los jardines del hotel, que se mezclaban con la frondosa naturaleza adyacente. Caminar bajo la capa estrellada del cielo, hacerlo entre setos, flores y árboles, traspasando el silencio con nuestros susurros, y, sobre todo, con una compañía tan extraordinaria, convertía aquel paseo en un momento excepcionalmente romántico. Sin duda ayudaba mucho lo bella y seductora que estaba esa noche Yulia, con un vestido ajustado y corto que dejaba percibir los fabulosos contornos de su cuerpo. Estaba deslumbrante.
Cuidadosamente, arranqué una bonita flor de las que había a nuestro paso y se la dí. Yulia aceptó la flor con una mirada cómplice, dejando escapar una sonrisa de la comisura de sus labios. Observando la sutil aquiescencia de su gesto, me dio valor para lanzarle una flor, esta vez en forma de piropo. -Comparada contigo, la belleza de esta flor parece insignificante –le dije. Las mujeres rusas son en apariencia frías y distantes, sin embargo en la intimidad son extraordinariamente románticas y apasionadas. Las flores y los halagos las seducen enormemente. Mi iniciativa tuvo éxito, Yulia me sonrió y acercándose a mí me regaló un beso en la mejilla. Vi que había tomado el camino adecuado, Yulia era una mujer elegante, con clase, romántica, que sabía apreciar la seducción de los gestos y las palabras. Ahora debía profundizar con sutileza en el delicado espacio de la sensibilidad femenina, depositando en sus oídos bellas palabras y algún gesto ocurrente que, más que a sus ojos, le llegara al corazón. Nos sentamos en un banco de madera bajo las ramas de un árbol. Dejamos de hablar de cosas convencionales para entrar en un terreno más personal, mezclamos nuestra filosofía de la vida con la doctrina del amor, los deseos lícitos para obtener felicidad y los esfuerzos que se necesitaban para conservarla, los objetivos conseguidos y los que nos quedaban por alcanzar. Pese a que ninguno de los dos hablaba su propia lengua, cada vez nos entendíamos mejor.
Casi sin darnos cuenta, nos encontramos yo sentado y Yulia acostada en el banco con la cabeza sobre mis piernas. Seguimos hablando, mientras yo le recogía su cabello hacia atrás o le hacía alguna caricia recorriendo su rostro con el dorso de mis dedos. Yulia era una mujer reservada, de mirada profunda, moderada en sus reacciones, comprendí que me estaba aceptando cuando nuestras manos se entrelazaron. Viéndola allí tendida apoyada sobre mis piernas, con su ajustado vestido alzándose por encima de sus rodillas y la eminencia de sus bellos senos saliendo del escote, me resultaba muy difícil tener las manos alejadas de su cuerpo y los labios apartados de los suyos. Llegó el momento en que hablamos de ir a dormir, al incorporarnos, en un acto espontáneo como de mutuo agradecimiento por el hermoso tiempo que habíamos pasado juntos, nos abrazamos. Entonces fue inevitable, nuestras bocas chocaron, primero con suavidad, pero en seguida con apasionada vehemencia. Regresamos al hotel cogidos por la cintura, de camino le pregunté si deseaba dormir esa noche conmigo. No me dio una respuesta inmediata, primero me miró sonriéndome y después aceptó con un gesto de su cabeza. Aún en la oscuridad, sus preciosos ajos azules me enamoraban cuando me miraban así.
En el hotel todo estaba tranquilo y silencioso, seguramente éramos los únicos que aún permanecían fuera. Entramos en mi habitación. Era un cuarto acogedor, el hotel era antiguo pero renovado, el baño estaba completamente nuevo y moderno, pero la habitación conservaba algunos toques clásicos en su mobiliario y decoración. Encendí la lámpara de la mesilla y apagué la luz del techo, con esa tenue luz se creaba un ambiente más cálido y favorable. Al entrar, Yulia se había quitado los zapatos, de manera que yo la imité quitándome los míos. La intimidad que nos daba la habitación nos permitía sentirnos libres y cómodos para hacer lo que quisiéramos. Y lo que deseábamos era estar juntos. Nos abrazamos, nos besamos, retorcimos nuestros cuerpos el uno contra el otro. La temperatura de mi cuerpo ascendió vertiginosamente. Cuando ya estaba dispuesto para llevarla a la cama, Yulia se separó de mí. Dijo que iba a tomar una ducha. Acto seguido se metió al baño y yo me quedé de pie asintiendo en medio de la habitación, a solas con mi lívido cuando ya había empezado subirse por cada poro de mi piel. Todas las mujeres rusas pasan por la ducha antes de acostarse a dormir, lo curioso es que no dejaban esta costumbre ni aún en los momentos de máxima excitación. Debe ser algo sagrado para ellas. Y esto les lleva el doble de tiempo de lo que le cuesta a una mujer normal. Mientras esperaba, pensé que quizá debería haberle propuesto ducharnos juntos, así habríamos podido adelantar algo. Por suerte no tardó mucho, no llegó a los 20 minutos. Salió envuelta en el albornoz blanco del hotel, sonriéndome cálidamente. Naturalmente ella esperaría que yo hiciera lo mismo, de modo que a continuación también yo pasé al baño para ducharme.
Salí envuelto en la toalla, blanca también, después de la ducha. Yulia estaba recostada en la cama envuelta en su albornoz. Se incorporó poniéndose de pie. Estaba muy sexy, la imaginaba sin nada debajo del albornoz y eso insuflaba de poder mi capacidad para vencer las leyes de la gravedad, automáticamente emergió un bulto debajo de la toalla que llevaba anudada a la cintura. Estábamos listos para dormir, o, mejor dicho, para ir a la cama. Retiré la colcha con la manta y la sábana, en las noches refrescaba un poco, hasta dejarlas prácticamente al fondo de la cama. Pensé que de momento no las íbamos a necesitar. Cogí a Yulia por ambas manos y la besé dulcemente en los labios. Su aparente timidez, o el hecho de dejar que yo tomara la iniciativa, me dotaba de cierta libertad para decidir los movimientos a seguir hasta llegar a la fusión de nuestros cuerpos. Sin soltar sus manos, sin despegar mi caliente cuerpo del suyo, llevé mis labios rozando su mejilla hasta llegar al oído. Besé el lóbulo de su oreja y después, dejando que sintiera el aliento de mi respiración en su oído, le dije algo bonito en un suave susurro. No podía ver su rostro en ese instante, pero sé que le gustó lo que le dije porque me oprimió las manos. Descendí con mis labios hasta su cuello y lo besé, intercalando los besos con palabras bonitas destinadas a sus oídos, le dije lo loco que me volvían sus hermosos ojos azules, la elevada seducción que propagaba en mí su cuerpo generoso, el irresistible deseo que tuve desde el primer momento de tenerla en mis brazos. Estábamos de pie junto a un lateral de la cama, alcé mis manos y las llevé al cuello del albornoz para abrirlo suavemente. Yulia se quedó inmóvil, con los brazos caídos dejando que yo ejecutara la delicada operación de desvestir su cuerpo. Después de abrir la parte superior del albornoz, bajé las manos para desanudar el cinturón. Lo solté y el albornoz quedó ligeramente abierto. Separé ambos lados llevándolo hasta los hombros de Yulia, dejando que resbalara por sus brazos hasta el suelo.
Su cuerpo desnudo y fresco quedó enteramente visible a la admiración de mis ojos. Ya la había visto en bikini el primer día en la piscina, pero el hecho de que nada ocultara un solo centímetro de su piel, confirmaba plenamente dos cosas: una que tenía un cuerpo magnífico, y dos que su cuerpo ganaba más denudo que vestido, cosa de la que no todas las mujeres pueden presumir. La cogí por las caderas y la hice retroceder un paso avanzando hacia ella. Yulia se topó con la cama y se dejó caer en ella. Su cuerpo quedó recostado sobre la sábana blanca mientras sus piernas colgaban por el lateral de la cama. Me quité la toalla que llevaba puesta y me incliné sobre ella. No tuve que inclinarme mucho para llegar a sus labios, pues la cama, que parecía de estilo antiguo, era mucho más elevada de lo normal. Aunque inclinado sobre Yulia, yo seguía de pie frente a ella, tenía una magnífica visión de su rostro, de sus preciosos senos, de la perfección de su cuerpo. Posé mis manos en sus pechos, los friccioné con suavidad, los besé, los lamí, los chupé….sin dejar de mirarla. Ella tenía los ojos entrecerrados y de sus labios escapó algún leve gemido. Con mis labios fui descendiendo por el centro de su cuerpo hasta llegar justo a su sexo, impecablemente rasurado. Me coloqué en cuclillas y proseguí. Besé tenuemente sus labios vaginales, luego y con el vértice de mi lengua los entreabrí buscando su clítoris. Incidí en él lamiéndolo repetida y apresuradamente, frotándolo, removiéndolo con el extremo de mi lengua, sintiendo como se estremecía su cuerpo. Sin dejar mi tarea, alzaba la vista hacia ella observando la superficie de su pubis, su estómago, sus pechos, su rostro, tirado hacia atrás con los ojos cerrados. Ligeras sacudidas me mostraban la excitación que la hacía sentir hurgando con mi lengua en su sexo, el cual intuí se encontraba caliente como el fuego. No podía esperar más, me incorporé de nuevo colocándome de pie pegado a la cama, entre las piernas de Yulia. Aquella cama tan elevada dejaba su cuerpo tendido a la altura de mi pene, lo que posibilitaba una penetración tal como estábamos, ella tumbada y yo de pie.
La cogí por los tobillos y los alcé colocándolos sobre mis hombros, tiré un poco de su cuerpo para acomodarlo justo al borde de la cama, quedando perfectamente yuxtapuesto con mi entrepierna, en una posición ideal para una completa penetración. Nos miramos a los ojos con la mirada cargada de deseo, miré a continuación su sexo e introduje la yema de mi dedo anular, primero acariciando su clítoris y luego palpando su interior. Se encontraba caliente y húmedo. Yo también estaba caliente, empalmado desde el primer momento que me había acercado a ella, de modo que el pene se introdujo con suavidad y firmeza dentro de su coño, hasta el fondo. La tenía sujeta por las caderas mientras sus piernas levantadas hacia lo alto se apoyaban en mi cuerpo, empecé el movimiento de vaivén lentamente, como quien reconoce el terreno, aumentando el ritmo paulatinamente, era tan bueno que sólo temía no fuera a correrme demasiado pronto. El movimiento de empuje se hizo más vigoroso, violento incluso, frenético por momentos, aplastando mis ingles contra el nacimiento inferior de sus nalgas, introduciendo el pene hasta su base, una y otra vez, incansablemente. La mesurada apariencia de Yulia se descompuso del placer que sentía, su casi inalterable rostro se deformaba apretando los dientes, aspirando profundo, gimiendo exaltada, retorciendo el gesto del placer que mis eléctricas embestidas le proporcionaban. El éxtasis nos llegó a los dos, fue algo soberbio. Pasamos la noche juntos hasta que después de las ocho de la mañana Yulia se fue a su habitación a reunirse con su amiga. Los seis días que pasamos juntos fueron enormemente deliciosos. Durante el día Yulia, su amiga y yo programábamos excursiones a distintos lugares, ciertamente tener el coche de mi amigo italiano fue un acierto pleno, mientras que las noches, después de regresar al hotel, eran feudo exclusivo de Yulia y mío, donde nos entregábamos al ardiente entusiasmo con el que nos había cubierto el amor fugaz en el inicio de aquel verano.