La hija del comisario
Había llegado a Morondava, en Madagascar, a eso del mediodía. Después de comer estuve dando una vuelta para
inspeccionar la ciudad y finalmente terminé en la playa, una playa inmensa y
absolutamente solitaria. Cuando me cansé
regresé al hotel.
Estaba hospedado en el hotel Le Oasis, cercano a la playa, en la zona
donde las calles son de arena sombreadas por los altos árboles, con las casas
de madera y techo de palma. El hotel era
sencillo pero encantador, se encontraba en un recinto con mucha vegetación,
árboles, plantas y flores. Semiocultos en esa vegetación había varios bungalows
de madera, viejos y mal cuidados, elevados medio metro del suelo por las
lluvias, donde se oían crujir las tablas al pisar en el suelo, pero donde me sentía
muy confortable. Tenía un pequeño bar
donde en las tardes se podía tomar una cerveza o un ron, y una terraza
restaurante entre los árboles igualmente acogedora. Era mi primera vez en
Morondava y Le Oasis me parecía el lugar perfecto.
Después de regresar de la playa me tumbé sobre la cama y me quedé
descansando un rato, creo que me dormí.
Luego me di una ducha, me vestí y salí a la calle, era poco después de
las seis de la tarde, pero ya había oscurecido.
Se me había escapado la tarde.
Salí a la calle y me quedé pensando qué dirección tomar, si a la
izquierda o a la derecha, en realidad no tenía ni idea de donde podía ir o qué
podía hacer. Mientras estaba pensando
pasó un todoterreno por mi lado y paró unos metros después, el conductor sacó
la cabeza por la ventana y empezó a llamarme por mi nombre. Me quedé sorprendido. Desde que había llegado no había conocido a
nadie, prácticamente ni había hablado con nadie. Al ser de noche, estar oscuro y ser muy
moreno el conductor, no lo reconocí. Se
bajó del coche y vino hacia mi, entonces sí, lo reconocí: era Maheva.
Un par de años antes había conocido a un español que vivía en
Antananarivo, la capital, y ya era la segunda vez que me hospedaba en su
casa. Uno de sus dos negocios era el
alquiler de coches todoterreno con conductor para turistas y Maheva era uno de
sus conductores, a quien yo veía a diario cuando estaba en la casa. Esta vez tenía un viaje con dos turistas
franceses y había llegado el día anterior.
Me hizo subir al coche. Una vez dentro me presentó a la chica que iba
dentro, Maheva estaba casado, pero en Morondava tenía otra mujer, en realidad
creo que debía tener una mujer en cada ciudad donde iba con los turistas.
Arrancamos y me preguntó si estaba solo. Si, le respondí, acabo de
llegar.
Ohhhhh!, exclamó en tono de decepción.
¿Pero cómo es eso?, preguntó.
No, no, no, eso no puede ser,
vamos a buscarte una chica, me dijo Maheva, como si eso fuera algo
imprescindible. Yo no dije nada, sólo
sonreí por su disposición a solventar mi soledad.
Empezamos a dar vueltas por la ciudad, en realidad no había mucho donde
buscar, la ciudad tenía pocas calles, poca vida, aún la calle principal se
encontraba casi vacía, una vez que se iba el sol la gente regresaba a sus casas
y la vida se apagaba. Pero Maheva no
pensaba en desistir, al ver que no encontrábamos a nadie para mi, le preguntó a
su amante si conocía a alguna chica que fuera guapa, ella pensó durante unos
segundos y luego respondió: la hija del
comisario es muy bonita. ¿Tú sabes dónde
vive?, le preguntó él a continuación.
Ella afirmó. ¡Pues entonces vamos
allá!, exclamó Maheva.
Nos presentamos en la casa del comisario de Morondava. Al igual que las demás, era una casa de
madera de planta baja, aparcó el coche al otro lado de la calle y bajó del
vehículo para ser él mismo quien se dirigiera hasta la casa para hablar con la
chica, mientras yo me quedaba sentado en el coche observando. Llamó a la puerta y salió a abrir la madre,
Maheva preguntó por la hija y la madre fue a por ella, al poco apareció en la
puerta. Estaba oscura la calle, suerte
que encima de la puerta se encendió una bombilla y eso me permitía ver mejor y,
lo que estaba viendo, no me desagradaba nada.
Maheva empezó a explicarle por qué estábamos allí y qué era lo que
quería, desde luego no podía escucharlo y aunque lo hubiera escuchado no lo
hubiera entendido porque hablaban en malgache, pero sabía lo que le estaba
diciendo. Mientras le explicaba miró
donde yo estaba y señaló con el dedo, indicándole que yo era el “vazaha”
(blanco) con el que le estaba proponiendo salir esa noche juntos. Yo miré a Maheva y sonreí, era la contraseña
que teníamos, si la chica me gustaba tenía que sonreírle, así él mantendría la
invitación, si no sonreía era que no me gustaba, de esa manera anularía la
invitación con alguna excusa. También
miré a la chica sonriendo y la saludé con la mano, ella me devolvió el saludo y
al poco terminaron de hablar, se metió de nuevo en la casa y Maheva regresó al
coche.
Está hecho –dijo Maheva-, la chica ha dicho que si.
¿Se viene con nosotros?, pregunté un poco incrédulo.
Si, si, sólo ha dicho que le demos unos minutos para arreglarse.
Ciertamente cuando vi en la puerta de la casa a la hija del comisario
ya me pareció un bombón, pero después de arreglarse, llevando un vestido ceñido
al cuerpo marcando las perfiladas líneas de su cuerpo, pude constatar que no
hubo error en mi percepción: era un auténtico bombón. Soary, que así se llamaba, era guapa, de
rostro dulce, elegante con aquel vestido ceñido que a la vez le añadía su buena
dosis de sensualidad.
Subimos al coche y partimos.
Maheva me preguntó dónde quería ir, la verdad que a esa hora de la noche
no había muchas opciones para escoger, le dije que buscara un restaurante para
cenar. No fuimos lejos, allí cerca,
junto a la playa, había uno que según Maheva se cenaba bien y era económico: “étoile
de mer”. Encargamos la cena, yo pedí uno
de mis platos favoritos: pescado a la salsa de coco, y mientras nos preparaban
los platos pedimos un ron con coca cola como aperitivo. La cena tardó bastante, como suele ser
habitual en Madagascar, con lo cual tuvimos tiempo para conocernos con Soary,
si bien ella era una chica de pocas palabras, parecía tímida, por suerte tenía
una sonrisa bonita y sonreía a menudo.
Como es natural, yo pagué la cena de los cuatro, era el “vazaha” y es lo
que se esperaba. De allí y, dado que ya
eran más de las diez de la noche, nos fuimos directos a la discoteca, la única
alternativa nocturna si no queríamos ir a dormir, y a esas horas aún era
demasiado temprano.
Nos sentamos y pedimos unas bebidas, la gente fue llegando y para ser
un día de semana el ambiente era bastante aceptable, sobre todo después de ver
la ausencia total de vida en las calles.
Salimos también a la pista a bailar, aunque una hora después de haber
llegado Maheva y su pareja se marcharon, él había estado conduciendo durante
todo el día y estaba cansado, además tenía que madrugar. Nos quedamos Soary y yo. La verdad que ella hablaba poco, era yo quien
tenía que decirle o preguntarle cosas.
Después de las doce de la noche ya habíamos dicho todo lo que teníamos
que decir y bailado todo lo que teníamos que bailar, pensé que era momento de
regresar ya al hotel, no obstante le pregunté a Soary cuando quería que partiéramos
de allí. Ella, como en todo hasta ese
momento, dijo que cuando yo quisiera.
Madagascar debe ser uno de los pocos sitios donde las mujeres hacen lo
que uno quiere, y no al revés. Un placer
desconocido para los hombres.
Vista su disposición, le dije pues que nos íbamos a dormir. Ella se limitó a decir: ¡vamos!.
Ni siquiera le había preguntado si quería venir a dormir conmigo al
hotel, era una cuestión que sobraba, se sobreentendía que la invitación llevaba
incluida la noche completa, aunque por supuesto ella podía elegir irse a dormir
a su casa. Pero no lo hizo, decidió
permanecer conmigo.
El hotel quedaba a unos 500 metros por una calle de arena, pues estaba
cercana a la playa, de manera que fuimos caminando tranquilamente en la noche
bajo una oscuridad completa en la que casi nos resultaba difícil vernos a
nosotros mismos. Fue durante el camino
donde por primera vez la pude estrechar contra mí y besarla. Ella no sólo no se
opuso a mi abrazo, sino que se pegó a mí como si yo hubiera sido un imán. Tampoco pude resistirme a palpar su cuerpo
sobre su ceñido vestido, igual que lo hubiera hecho un ciego para reconocer
todas sus formas, aunque seguramente de manera menos delicada. Así llegamos al hotel, entre besos, abrazos,
risas y tropezones.
La puerta de entrada a la recepción del hotel se encontraba cerrada,
por lo que tuvimos que entrar por la puerta de la zona destinada a aparcamiento
cercada con una alta valla de madera.
Nada más traspasar la puerta observé la parte trasera de un coche aparcado,
un Renault 4L blanco, la que cayó de inmediato en la cuenta de qué coche se
trataba fue Soary.
-¡Ohh , mi padre! – exclamó.
Al avanzar unos metros y ver el coche en su parte lateral, pude leer
que ponía las letras: “police”. Entonces comprendí, era el coche de su padre,
lo cual significaba que estaba allí, esperándonos.
Al momento lo vimos aparecer con el vigilante del hotel, caminando
hacia nosotros.
La verdad que fue una sorpresa, me pregunté por qué estaba allí, si
había ido para llevarse a su hija a casa o quizá ponerme a mi en algún
problema. La señal de alarma se encendió
en mi cabeza.
Nos saludamos y nos estrechamos la mano como personas educadas. Sólo
quedaba esperar ver qué es lo que pasaba.
De inmediato me preguntó qué tal iba todo, le respondí que bien, luego
me preguntó dónde habíamos estado, le dije que estuvimos cenando en un
restaurante y luego fuimos a la discoteca, y un par de cuestiones más que
tenían más que ver con descubrir quién era yo que con cualquier recriminación,
su tono era riguroso pero sin dejar de ser correcto, lo cual me dio confianza
para pensar que no estaba allí como comisario de policía para ponerme en un
aprieto, sino como padre que se preocupa por su hija.
Era evidente que si nos había pillado entrando en el hotel era porque
íbamos a pasar la noche juntos, pero no hizo ningún comentario al respecto, ni
tampoco hubo reproches hacia su hija por estar allí conmigo, ni intención de
llevársela con él a casa, así que después de estar a la expectativa, tras la
breve charla le dije que estábamos cansados y deseábamos ir a dormir, a lo que
él respondió amablemente: si, si, de acuerdo. Entonces buenas noches. Nos estrechamos de nuevo las manos y continué
con su hija camino al bungalow.
Por un momento temí que esa noche iba a tener algún problema, pero
resultó que el comisario era un hombre comprensivo que sólo quería saber con
quién estaba su hija, al fin y al cabo sólo tenía 19 años y parecía lógica su
preocupación. Por si acaso, viendo que
su padre iba a tenerme vigilado, tendría que portarme bien.
Entramos al bungalow sintiendo la mirada del comisario sobre mis espaldas,
pero afortunadamente poco después escuché cómo se ponía en marcha el Renault 4l
y se marchaba de allí. Me quedé más
tranquilo, aunque seguí alucinado con la situación. El hecho es que el haber
tenido allí a su padre rebajó las prisas que traía por comerme mi bombón, me
parecía como si de repente, de alguna manera, acabara de formalizar mi relación
con Soary.
Nos desnudamos y nos metimos en la cama con la normalidad de si
hubiéramos sido una pareja corriente, una vez en la cama y al sentir en mi piel
su cuerpo desnudo, se me fue el fantasma del padre y pasé a la acción. Soary no opuso resistencia a ninguna de las acciones
que yo adoptaba, sino que más al contrario dejó dócilmente que yo tomara la
iniciativa inspirada en la sensación de lujuria que me provocaba su dulzura y
sumisión.
Al día siguiente por la mañana después del desayuno se marchó a su
casa, había sido una noche muy satisfactoria, y para completar el éxito me
quedaba libre de nuevo para hacer lo que yo quisiera, al menos durante la
mañana, pues quedamos que en la tarde se pasaría por el hotel y nos iríamos a
la playa. La verdad que por el día prefería estar solo, a mi aire.
A la hora convenida, las 3 de la
tarde, Soary pasó por mi hotel. Traía
puesto el bikini bajo la ropa, de manera que yo también me puse el bañador y
salimos dirección a la playa. El hecho de haber regresado para verme
significaba al mismo tiempo que seguíamos contando con el beneplácito de su
padre. Estuvimos un par de horas en la
playa, caminando en solitario hasta que nos sentamos en un lugar sobre la
arena. Estaba deseando acercarme a ella,
abrazarla, besarla….era el momento perfecto, solos en aquel lugar tan bello y
romántico junto a la orilla del mar.
Para mi sorpresa, Soary me dijo que allí no. Me explicó que si la gente nos veía iban a
hablar y criticar, de hecho imaginaba que todo el mundo que nos hubiera visto
la estarían criticando ya, pero al menos debía evitar darle a la gente motivos
para murmurar y que luego llegara a oídos de su padre. Lo entendí. De cara a la gente teníamos que portarnos
bien y no dar que hablar, la gente en Madagascar es muy cotilla y envidiosa, me
justificó Soary. El placer pues, debía
aplazarse hasta que llegáramos al hotel.
Después de las cinco de la tarde regresamos. Una vez solos en el bungalow podía dar rienda
suelta a mis deseos reprimidos fuera, de manera que no perdí ni un
segundo. La temperatura tardó muy poco
en subir nada más acercarme a ella y estrecharla contra mi. Yo ya solo pensaba en una cosa: quitarle la
ropa, tumbarla en la cama y hacerle el amor.
Ahora si que no opuso ninguna objeción, dejó que yo le quitara la ropa,
después el bikini y tirara hacia atrás la colcha de la cama para echarnos sobre
las sábanas blancas, yo ya estaba completamente encendido antes de caer en
ellas.
Ya había buscado la posición, estaba
a punto de penetrarla cuando de repente Soary se zafó de mi y de un salto salió
disparada de la cama sin decir nada, o mejor dicho, sólo dijo: “attente”,
espera.
No sabía qué era lo que pasaba, pero me había quedado con la polla
tiesa y sólo en la cama. Desde hacía
unos momentos se escuchaban voces en el exterior del bungalow, voces que
parecían discutir, pero en aquel instante yo no le presté atención, además como
no entendía el malgache no sabía lo que estaba sucediendo. Pero Soary si. Al parecer había dos tipos fuera que estaban
discutiendo, se habían enzarzado en una fuerte discusión con amenazas incluidas,
y Soary no pudo resistir la tentación de ir a ver qué pasaba dejándome solo y
desconcertado en la cama. Era la
curiosidad malgache. Al lado derecho de la puerta de entrada había una rendija
entre las tablas de madera de la pared, estaría a menos de un metro del suelo,
de modo que Soary se fue hasta allí y agachándose pegó el ojo a la rendija para
observar qué estaba sucediendo apoyándose con las manos en la pared.
Se estaba perdiendo la luz del día y con el bungalow bajo los árboles
ya no se veía mucho, pero lo suficiente para ver a Soary pegada a la pared
sacando su redondo trasero desnudo. Me
quedé hipnotizado con la visión. Lejos
de enfriarme, aquella circunstancia aumentó la calentura. Me levanté de la cama y fui donde estaba
Soary colocándome detrás de ella. Por
supuesto no pretendía ponerme a observar yo también, lo que hice fue retomar lo
que repentinamente se había suspendido.
Me pegué a su trasero completamente empalmado, le acaricié la espalda,
cogí sus senos colgando hacia el suelo, después posé mis manos en sus
deliciosas nalgas, descendiendo a continuación con mi mano derecha por la bella
sinuosidad de su trasero hasta llegar a su entrepierna, entonces la deslicé
hasta el coño, lo acaricié sutilmente, con la yema del dedo toqué en su
clítoris como si hubiera sido un pianista afinando una tecla de su piano, con
finura, presteza y habilidad, terminando por introducir el dedo en su interior como primera nota de
aviso de la melodía que venía después.
No esperé más, emboqué desde atrás y la ansiosa polla penetró hasta el
fondo, Soary parecía tan distraída con la fuerte discusión de fuera que tan
apenas se inmutó. Tenía que aprovechar,
ahora sólo esperaba que no terminara la discusión, follarla en aquellas
circunstancias era mucho más excitante.
Los movimientos iniciales de meter y sacar fueron más suaves, como
pretendiendo no molestarla del asunto que atraía su interés, pero en seguida me
percaté de que ella también empezó a recibir con agrado las visitas que estaba
recibiendo desde atrás, dejando escapar algún gemido ahogado a la vez que intentaba
no perderse lo que estaba pasando en el exterior. A medida que aumentó mi excitación, que dicha
la verdad debió sobrepasar cualquier magnitud anterior, las embestidas se
intensificaron en ritmo y fuerza sin parar hasta que sin tardar mucho llegó el
momento sublime de la eyaculación. Un
momento inolvidable.
Plenamente saciado y extasiado, regresé a la cama dejando que Soary
continuara en su labor de observación.
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