martes, 3 de julio de 2012

Madagascar




La hija del comisario





Había llegado a Morondava, en Madagascar, a eso del mediodía.  Después de comer estuve dando una vuelta para inspeccionar la ciudad y finalmente terminé en la playa, una playa inmensa y absolutamente solitaria.  Cuando me cansé regresé al hotel.

Estaba hospedado en el hotel Le Oasis, cercano a la playa, en la zona donde las calles son de arena sombreadas por los altos árboles, con las casas de madera y techo de palma.  El hotel era sencillo pero encantador, se encontraba en un recinto con mucha vegetación, árboles, plantas y flores. Semiocultos en esa vegetación había varios bungalows de madera, viejos y mal cuidados, elevados medio metro del suelo por las lluvias, donde se oían crujir las tablas al pisar en el suelo, pero donde me sentía muy confortable.  Tenía un pequeño bar donde en las tardes se podía tomar una cerveza o un ron, y una terraza restaurante entre los árboles igualmente acogedora. Era mi primera vez en Morondava y Le Oasis me parecía el lugar perfecto.

Después de regresar de la playa me tumbé sobre la cama y me quedé descansando un rato, creo que me dormí.  Luego me di una ducha, me vestí y salí a la calle, era poco después de las seis de la tarde, pero ya había oscurecido.  Se me había escapado la tarde.  Salí a la calle y me quedé pensando qué dirección tomar, si a la izquierda o a la derecha, en realidad no tenía ni idea de donde podía ir o qué podía hacer.  Mientras estaba pensando pasó un todoterreno por mi lado y paró unos metros después, el conductor sacó la cabeza por la ventana y empezó a llamarme por mi nombre.  Me quedé sorprendido.  Desde que había llegado no había conocido a nadie, prácticamente ni había hablado con nadie.  Al ser de noche, estar oscuro y ser muy moreno el conductor, no lo reconocí.  Se bajó del coche y vino hacia mi, entonces sí, lo reconocí: era Maheva.

Un par de años antes había conocido a un español que vivía en Antananarivo, la capital, y ya era la segunda vez que me hospedaba en su casa.  Uno de sus dos negocios era el alquiler de coches todoterreno con conductor para turistas y Maheva era uno de sus conductores, a quien yo veía a diario cuando estaba en la casa.  Esta vez tenía un viaje con dos turistas franceses y había llegado el día anterior.  Me hizo subir al coche. Una vez dentro me presentó a la chica que iba dentro, Maheva estaba casado, pero en Morondava tenía otra mujer, en realidad creo que debía tener una mujer en cada ciudad donde iba con los turistas.

Arrancamos y me preguntó si estaba solo. Si, le respondí, acabo de llegar.

Ohhhhh!, exclamó en tono de decepción.  ¿Pero cómo es eso?, preguntó.           

 No, no, no, eso no puede ser, vamos a buscarte una chica, me dijo Maheva, como si eso fuera algo imprescindible.  Yo no dije nada, sólo sonreí por su disposición a solventar mi soledad.

Empezamos a dar vueltas por la ciudad, en realidad no había mucho donde buscar, la ciudad tenía pocas calles, poca vida, aún la calle principal se encontraba casi vacía, una vez que se iba el sol la gente regresaba a sus casas y la vida se apagaba.  Pero Maheva no pensaba en desistir, al ver que no encontrábamos a nadie para mi, le preguntó a su amante si conocía a alguna chica que fuera guapa, ella pensó durante unos segundos y luego respondió:  la hija del comisario es muy bonita.  ¿Tú sabes dónde vive?, le preguntó él a continuación.  Ella afirmó.  ¡Pues entonces vamos allá!, exclamó Maheva.

Nos presentamos en la casa del comisario de Morondava.  Al igual que las demás, era una casa de madera de planta baja, aparcó el coche al otro lado de la calle y bajó del vehículo para ser él mismo quien se dirigiera hasta la casa para hablar con la chica, mientras yo me quedaba sentado en el coche observando.  Llamó a la puerta y salió a abrir la madre, Maheva preguntó por la hija y la madre fue a por ella, al poco apareció en la puerta.  Estaba oscura la calle, suerte que encima de la puerta se encendió una bombilla y eso me permitía ver mejor y, lo que estaba viendo, no me desagradaba nada.  Maheva empezó a explicarle por qué estábamos allí y qué era lo que quería, desde luego no podía escucharlo y aunque lo hubiera escuchado no lo hubiera entendido porque hablaban en malgache, pero sabía lo que le estaba diciendo.  Mientras le explicaba miró donde yo estaba y señaló con el dedo, indicándole que yo era el “vazaha” (blanco) con el que le estaba proponiendo salir esa noche juntos.  Yo miré a Maheva y sonreí, era la contraseña que teníamos, si la chica me gustaba tenía que sonreírle, así él mantendría la invitación, si no sonreía era que no me gustaba, de esa manera anularía la invitación con alguna excusa.  También miré a la chica sonriendo y la saludé con la mano, ella me devolvió el saludo y al poco terminaron de hablar, se metió de nuevo en la casa y Maheva regresó al coche.

Está hecho –dijo Maheva-, la chica ha dicho que si.

¿Se viene con nosotros?, pregunté un poco incrédulo. 

Si, si, sólo ha dicho que le demos unos minutos para arreglarse.

Ciertamente cuando vi en la puerta de la casa a la hija del comisario ya me pareció un bombón, pero después de arreglarse, llevando un vestido ceñido al cuerpo marcando las perfiladas líneas de su cuerpo, pude constatar que no hubo error en mi percepción: era un auténtico bombón.  Soary, que así se llamaba, era guapa, de rostro dulce, elegante con aquel vestido ceñido que a la vez le añadía su buena dosis de sensualidad.

Subimos al coche y partimos.  Maheva me preguntó dónde quería ir, la verdad que a esa hora de la noche no había muchas opciones para escoger, le dije que buscara un restaurante para cenar.  No fuimos lejos, allí cerca, junto a la playa, había uno que según Maheva se cenaba bien y era económico: “étoile de mer”.  Encargamos la cena, yo pedí uno de mis platos favoritos: pescado a la salsa de coco, y mientras nos preparaban los platos pedimos un ron con coca cola como aperitivo.  La cena tardó bastante, como suele ser habitual en Madagascar, con lo cual tuvimos tiempo para conocernos con Soary, si bien ella era una chica de pocas palabras, parecía tímida, por suerte tenía una sonrisa bonita y sonreía a menudo.  Como es natural, yo pagué la cena de los cuatro, era el “vazaha” y es lo que se esperaba.  De allí y, dado que ya eran más de las diez de la noche, nos fuimos directos a la discoteca, la única alternativa nocturna si no queríamos ir a dormir, y a esas horas aún era demasiado temprano.

Nos sentamos y pedimos unas bebidas, la gente fue llegando y para ser un día de semana el ambiente era bastante aceptable, sobre todo después de ver la ausencia total de vida en las calles.  Salimos también a la pista a bailar, aunque una hora después de haber llegado Maheva y su pareja se marcharon, él había estado conduciendo durante todo el día y estaba cansado, además tenía que madrugar.  Nos quedamos Soary y yo.  La verdad que ella hablaba poco, era yo quien tenía que decirle o preguntarle cosas.  Después de las doce de la noche ya habíamos dicho todo lo que teníamos que decir y bailado todo lo que teníamos que bailar, pensé que era momento de regresar ya al hotel, no obstante le pregunté a Soary cuando quería que partiéramos de allí.  Ella, como en todo hasta ese momento, dijo que cuando yo quisiera.  Madagascar debe ser uno de los pocos sitios donde las mujeres hacen lo que uno quiere, y no al revés.  Un placer desconocido para los hombres.

Vista su disposición, le dije pues que nos íbamos a dormir.  Ella se limitó a decir:  ¡vamos!.

Ni siquiera le había preguntado si quería venir a dormir conmigo al hotel, era una cuestión que sobraba, se sobreentendía que la invitación llevaba incluida la noche completa, aunque por supuesto ella podía elegir irse a dormir a su casa.  Pero no lo hizo, decidió permanecer conmigo.

El hotel quedaba a unos 500 metros por una calle de arena, pues estaba cercana a la playa, de manera que fuimos caminando tranquilamente en la noche bajo una oscuridad completa en la que casi nos resultaba difícil vernos a nosotros mismos.  Fue durante el camino donde por primera vez la pude estrechar contra mí y besarla. Ella no sólo no se opuso a mi abrazo, sino que se pegó a mí como si yo hubiera sido un imán.  Tampoco pude resistirme a palpar su cuerpo sobre su ceñido vestido, igual que lo hubiera hecho un ciego para reconocer todas sus formas, aunque seguramente de manera menos delicada.  Así llegamos al hotel, entre besos, abrazos, risas y tropezones.

La puerta de entrada a la recepción del hotel se encontraba cerrada, por lo que tuvimos que entrar por la puerta de la zona destinada a aparcamiento cercada con una alta valla de madera. 

Nada más traspasar la puerta observé la parte trasera de un coche aparcado, un Renault 4L blanco, la que cayó de inmediato en la cuenta de qué coche se trataba fue Soary.

-¡Ohh , mi padre! – exclamó.

Al avanzar unos metros y ver el coche en su parte lateral, pude leer que ponía las letras: “police”. Entonces comprendí, era el coche de su padre, lo cual significaba que estaba allí, esperándonos.

Al momento lo vimos aparecer con el vigilante del hotel, caminando hacia nosotros.

La verdad que fue una sorpresa, me pregunté por qué estaba allí, si había ido para llevarse a su hija a casa o quizá ponerme a mi en algún problema.  La señal de alarma se encendió en mi cabeza.

Nos saludamos y nos estrechamos la mano como personas educadas. Sólo quedaba esperar ver qué es lo que pasaba.

De inmediato me preguntó qué tal iba todo, le respondí que bien, luego me preguntó dónde habíamos estado, le dije que estuvimos cenando en un restaurante y luego fuimos a la discoteca, y un par de cuestiones más que tenían más que ver con descubrir quién era yo que con cualquier recriminación, su tono era riguroso pero sin dejar de ser correcto, lo cual me dio confianza para pensar que no estaba allí como comisario de policía para ponerme en un aprieto, sino como padre que se preocupa por su hija.

Era evidente que si nos había pillado entrando en el hotel era porque íbamos a pasar la noche juntos, pero no hizo ningún comentario al respecto, ni tampoco hubo reproches hacia su hija por estar allí conmigo, ni intención de llevársela con él a casa, así que después de estar a la expectativa, tras la breve charla le dije que estábamos cansados y deseábamos ir a dormir, a lo que él respondió amablemente: si, si, de acuerdo. Entonces buenas noches.  Nos estrechamos de nuevo las manos y continué con su hija camino al bungalow.

Por un momento temí que esa noche iba a tener algún problema, pero resultó que el comisario era un hombre comprensivo que sólo quería saber con quién estaba su hija, al fin y al cabo sólo tenía 19 años y parecía lógica su preocupación.  Por si acaso, viendo que su padre iba a tenerme vigilado, tendría que portarme bien.

Entramos al bungalow sintiendo la mirada del comisario sobre mis espaldas, pero afortunadamente poco después escuché cómo se ponía en marcha el Renault 4l y se marchaba de allí.  Me quedé más tranquilo, aunque seguí alucinado con la situación. El hecho es que el haber tenido allí a su padre rebajó las prisas que traía por comerme mi bombón, me parecía como si de repente, de alguna manera, acabara de formalizar mi relación con Soary.

Nos desnudamos y nos metimos en la cama con la normalidad de si hubiéramos sido una pareja corriente, una vez en la cama y al sentir en mi piel su cuerpo desnudo, se me fue el fantasma del padre y pasé a la acción.  Soary no opuso resistencia a ninguna de las acciones que yo adoptaba, sino que más al contrario dejó dócilmente que yo tomara la iniciativa inspirada en la sensación de lujuria que me provocaba su dulzura y sumisión.



Al día siguiente por la mañana después del desayuno se marchó a su casa, había sido una noche muy satisfactoria, y para completar el éxito me quedaba libre de nuevo para hacer lo que yo quisiera, al menos durante la mañana, pues quedamos que en la tarde se pasaría por el hotel y nos iríamos a la playa. La verdad que por el día prefería estar solo, a mi aire. 

A la hora convenida,  las 3 de la tarde, Soary pasó por mi hotel.  Traía puesto el bikini bajo la ropa, de manera que yo también me puse el bañador y salimos dirección a la playa. El hecho de haber regresado para verme significaba al mismo tiempo que seguíamos contando con el beneplácito de su padre.  Estuvimos un par de horas en la playa, caminando en solitario hasta que nos sentamos en un lugar sobre la arena.  Estaba deseando acercarme a ella, abrazarla, besarla….era el momento perfecto, solos en aquel lugar tan bello y romántico junto a la orilla del mar.  Para mi sorpresa, Soary me dijo que allí no.  Me explicó que si la gente nos veía iban a hablar y criticar, de hecho imaginaba que todo el mundo que nos hubiera visto la estarían criticando ya, pero al menos debía evitar darle a la gente motivos para murmurar y que luego llegara a oídos de su padre. Lo entendí.  De cara a la gente teníamos que portarnos bien y no dar que hablar, la gente en Madagascar es muy cotilla y envidiosa, me justificó Soary.  El placer pues, debía aplazarse hasta que llegáramos al hotel.

Después de las cinco de la tarde regresamos.  Una vez solos en el bungalow podía dar rienda suelta a mis deseos reprimidos fuera, de manera que no perdí ni un segundo.  La temperatura tardó muy poco en subir nada más acercarme a ella y estrecharla contra mi.  Yo ya solo pensaba en una cosa: quitarle la ropa, tumbarla en la cama y hacerle el amor.

Ahora si que no opuso ninguna objeción, dejó que yo le quitara la ropa, después el bikini y tirara hacia atrás la colcha de la cama para echarnos sobre las sábanas blancas, yo ya estaba completamente encendido antes de caer en ellas. 

Ya había buscado la posición,  estaba a punto de penetrarla cuando de repente Soary se zafó de mi y de un salto salió disparada de la cama sin decir nada, o mejor dicho, sólo dijo: “attente”, espera.

No sabía qué era lo que pasaba, pero me había quedado con la polla tiesa y sólo en la cama.  Desde hacía unos momentos se escuchaban voces en el exterior del bungalow, voces que parecían discutir, pero en aquel instante yo no le presté atención, además como no entendía el malgache no sabía lo que estaba sucediendo.  Pero Soary si.  Al parecer había dos tipos fuera que estaban discutiendo, se habían enzarzado en una fuerte discusión con amenazas incluidas, y Soary no pudo resistir la tentación de ir a ver qué pasaba dejándome solo y desconcertado en la cama.  Era la curiosidad malgache. Al lado derecho de la puerta de entrada había una rendija entre las tablas de madera de la pared, estaría a menos de un metro del suelo, de modo que Soary se fue hasta allí y agachándose pegó el ojo a la rendija para observar qué estaba sucediendo apoyándose con las manos en la pared.

Se estaba perdiendo la luz del día y con el bungalow bajo los árboles ya no se veía mucho, pero lo suficiente para ver a Soary pegada a la pared sacando su redondo trasero desnudo.  Me quedé hipnotizado con la visión.  Lejos de enfriarme, aquella circunstancia aumentó la calentura.  Me levanté de la cama y fui donde estaba Soary colocándome detrás de ella.  Por supuesto no pretendía ponerme a observar yo también, lo que hice fue retomar lo que repentinamente se había suspendido.  Me pegué a su trasero completamente empalmado, le acaricié la espalda, cogí sus senos colgando hacia el suelo, después posé mis manos en sus deliciosas nalgas, descendiendo a continuación con mi mano derecha por la bella sinuosidad de su trasero hasta llegar a su entrepierna, entonces la deslicé hasta el coño, lo acaricié sutilmente, con la yema del dedo toqué en su clítoris como si hubiera sido un pianista afinando una tecla de su piano, con finura, presteza y habilidad, terminando por introducir  el dedo en su interior como primera nota de aviso de la melodía que venía después.

No esperé más, emboqué desde atrás y la ansiosa polla penetró hasta el fondo, Soary parecía tan distraída con la fuerte discusión de fuera que tan apenas se inmutó.  Tenía que aprovechar, ahora sólo esperaba que no terminara la discusión, follarla en aquellas circunstancias era mucho más excitante.  Los movimientos iniciales de meter y sacar fueron más suaves, como pretendiendo no molestarla del asunto que atraía su interés, pero en seguida me percaté de que ella también empezó a recibir con agrado las visitas que estaba recibiendo desde atrás, dejando escapar algún gemido ahogado a la vez que intentaba no perderse lo que estaba pasando en el exterior.  A medida que aumentó mi excitación, que dicha la verdad debió sobrepasar cualquier magnitud anterior, las embestidas se intensificaron en ritmo y fuerza sin parar hasta que sin tardar mucho llegó el momento sublime de la eyaculación.  Un momento inolvidable.

Plenamente saciado y extasiado, regresé a la cama dejando que Soary continuara en su labor de observación.




















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