lunes, 16 de abril de 2012

Madagascar



                                             

                                                   Secretaria personal



  No era la primera vez que estaba en Madagascar, pero si era la primera que deseaba comprar.  Contacté con una agencia para hacer toda la documentación de exportación, tema bastante farragoso en Madagascar. Al parecer, por cada tipo de producto debía ir al ministerio pertinente para conseguir la autorización de exportación, es decir, papeleos y mucha burocracia, y, por otra parte, debía darles la lista bien redactada de todas las cosas que hubiera comprado, con sus correspondientes precios. Un lío. Prácticamente debía hacerme yo mismo casi todo el trabajo de papeles y dárselo hecho a la agencia, ellos podrían decirme donde se encontraban los diferentes ministerios donde debía acudir y a qué tipo de oficina debía solicitar los permisos, menuda ayuda. El problema estaba en que si mi francés hablado era aceptable, el escrito dejaba bastante que desear, si me encargaba yo de redactar las peticiones de exportación y escribir la lista de todos los productos, iba a estar plagada de errores.  En esta situación no me quedaba otro remedio que contratar a alguien para que hiciera el trabajo.
¿Qué podía hacer?.  Debía buscar una secretaria.  Como no conocía a nadie, la mejor forma era insertar un anuncio en el periódico.  Me encontraba en Antananarivo, la capital, así que me fui a las oficinas del periódico más leído de la ciudad, el Midi Magasikara.  Cuando expliqué lo que pretendía no pude hacerlo de primeras, antes tuve que llevarles un permiso de la policía para poder insertar el anuncio.  No recuerdo bien lo que puse, pero venía a pedir una chica para trabajar temporalmente en exportación, requiriendo francés hablado y escrito, citando a las candidatas de diez a doce de la mañana del día siguiente en el hotel Términus.

 Al día siguiente por la mañana expliqué en recepción que a partir de las diez esperaba unas señoritas para entrevistarlas, el recepcionista me preguntó si quería que las enviara a mi habitación, pero le dije que mejor las veía en la recepción, en el fondo había dos sofás y una mesita y me parecía el sitio adecuado.

Sobre las nueve y media me llamó el recepcionista, una chica preguntaba por mí.  Al parecer había una que se había adelantado.  Tuve que bajar para empezar el trabajo, con la lógica expectación por ver qué candidatas iban a llegar.

Nunca hubiera imaginado el éxito de convocatoria que iba a tener el anuncio, no paré de entrevistar chicas desde las 9:30 hasta la una del mediodía.  Estaba abrumado.  Lo inesperado es que muchas estaban realmente preparadas, algunas traían un completo curriculum, todas habían estudiado una cosa un otra y algunas ya tenían cierta experiencia en administración o como secretarias.  En vista de que la mayoría estaban perfectamente cualificadas para el trabajo, dejé de prestarle atención a sus curriculums para escoger a la que más me interesara en función de su presencia, es decir, a la más guapa y con mejor estructura en las líneas de su cuerpo. Entre tantas chicas, difícil elección.

El promedio de edad estaría entre los 20 y los 30 años, mientras que el promedio de belleza personal era considerablemente aceptable.  Les expliqué a cada una en qué consistía el trabajo, lo esencial era dominar la legua francesa, pues habría que rellenar papeles, redactar peticiones de exportación de materiales y escribir la lista detallada de todos los productos que iba a comprar. Sólo había una condición importante a tener en cuenta, primero iría a comprar a Ambositra, el centro de la artesanía en madera en Madagascar, a unas 6 horas de viaje, y quien fuera la escogida debería estar disponible para viajar conmigo allí entre tanto realizara las compras, que sería mas o menos durante una semana.  Por supuesto el hotel y la comida estaría a mi cargo. Todas estuvieron de acuerdo sin ningún problema. Lo curioso es que entre todas las asistentes se coló un hombre, me dijo que venía en nombre de su mujer, ya que ella no había podido ir. Me dejó su curriculum diciéndome que ella podía hacer muy bien el trabajo, le expliqué que siendo casada era un problema, pues la persona que escogiera tendría que desplazarse una semana conmigo a Ambositra para comprar allí, él sin embargo no lo vió así, dijo que eso no era problema, que podía ir conmigo.  Pero tendrá hijos, ¿no?, pregunté.  Si, dos -dijo él-, pero eso no es problema, se quedan conmigo.  Lo escuché, pero realmente no entraba en mis planes ir acompañado de una mujer casada.

Por último explicaba lo que pensaba pagar por día y todas estuvieron de acuerdo, sin ser mucho, superaba ampliamente el salario local.

Tuve toda la tarde para pensarlo antes de escoger a la que más me hubiera gustado, tenía algunas preferidas en todo el lío de chicas que había visto, pero ninguna definitiva.

A la mañana siguiente el recepcionista volvió a llamarme, había una chica que venía por lo del anuncio. Le dije que eso era para el día anterior, pero de todos modos bajé, total no perdía nada por ver una más. Cuando llegué a la recepción le pregunté dónde estaba la chica. Es ésta, me dijo señalando a la que tenía al lado. La miré sorprendido.  Era tan guapa, tenía un cuerpo tan sublime, que no se me pasó por la cabeza que pudiera ser la que buscaba trabajo.  La hice acompañarme hasta los sofás del fondo, pensando que, a poco que hablara y escribiera francés, ya tenía a la chica que quería.

Se llamaba Anika y tenía 20 años.  Nos sentamos y le expliqué lo que necesitaba, al contestarme ya pude ver que hablaba correctamente francés, y me dijo que lo escribía también, enseñándome a continuación su curriculum. No tenía experiencia en el trabajo, pero había cursado estudios hasta los 18 años y después había recibido enseñanzas para trabajar como secretaria, escribía a máquina, tenía un curso de informática, y algunas otras cosas para prepararse como secretaria.  Todo perfecto, pero a mi me era suficiente con el francés.  Le expliqué las condiciones de trabajo y de salario, estuvo de acuerdo, le parecieron bien, sólo que antes de ir a Ambositra debía contar con el permiso de su madre.  La idea era partir en dos días, estar una semana en Ambositra comprando y después regresar a Antananarivo hasta terminar allí las compras,  por último visitar los diferentes ministerios parta obtener los permisos.  Quedamos que volvería al día siguiente con la respuesta.

Desde luego después de conocer a Anika ya me había olvidado de todas las demás. Era una chica preciosa, esbelta con un tipo formidable, elegante, educada, tímida. Quizá ese era uno de los rasgos más destacables de su carácter, que era una chica tímida.  No sabía cuál sería la respuesta de su madre, pero no quería pensar en ninguna otra alternativa que no fuera Anika.

Nos vimos a la misma hora del día siguiente y, por desgracia, la respuesta de la madre fue negativa.  Me quedé desencantado. Anika me dijo que por ella no había problema, quería el trabajo y podía ir, me pidió por favor que la acompañara a su casa, le había dicho a su madre que la acompañaría para ser yo directamente quien hablara con ella, seguramente en cuanto me conociera cambiaría de parecer. Fuimos a su casa sin perder tiempo.

Anika vivía en las afueras de la ciudad con su madre, sus abuelos y un hermano más pequeño, del padre no me dijo nada, seguramente se habrían separado o divorciado.  Cuando llegamos a la casa nos encontramos con algo inesperado, la madre no estaba.  Estuvimos esperándola, pero creo que se había ausentado justo para no estar en casa cuando llegáramos.  Estuve hablando con los abuelos, les expliqué a ellos en qué consistía el trabajo y por qué debíamos ir a Ambositra, les aseguré que podían estar tranquilos, que nada malo le iba a ocurrir a su nieta, que yo me responsabilizaba, incluso saqué mi pasaporte y se lo mostré para que se quedaran con mis datos.  Los abuelos lo entendían, me dijeron que por ellos estaban de acuerdo, pero que era la madre quien tenía que dar el permiso.  Y la madre no llegó.

Tuve que marcharme sin saber qué hacer, le dije a Anika que no podía esperar más, que debía partir al día siguiente.  Ella se quedó en la casa, triste, desilusionada viendo que podía perder un trabajo.  Me dijo que por favor  esperara hasta la tarde antes de tomar una decisión, volvería a pedérselo a su madre cuando llegara a casa, quizá con la ayuda de los abuelos podían convencerla. Le dije que de acuerdo, que íbamos a esperar hasta la tarde.

En realidad, antes de pedirme más tiempo para decidirme, yo ya había desechado  cualquier otra opción que no fuera Anika, por eso las horas siguientes estuve algo temeroso por la respuesta, Anika me estaba gustando demasiado.

-Mañana voy a ir a Ambositra  -dijo al encontrarnos de nuevo en el hotel Términus.

Cuando lo escuché respiré aliviado.

-¿A qué hora vamos a partir?, ¿cómo vamos a ir?  -me preguntó a continuación.

-Pues habría que salir temprano, el viaje es largo, iremos en taxi-brousse. Entonces –dije sin ocultar mi alegría-, tu madre te ha dado el permiso.

Anika no contestó.  Inclinó la vista y luego dijo que su madre seguía negándose a que trabajase para mí, y por lo tanto a que hiciera el viaje. Sin duda recelaba de que la oferta de trabajo fuera real.

-Pero yo necesito el trabajo  -dijo como para justificar su desobediencia.

-Eso quiere decir que no vas a hacer lo que te dice tu madre.

-No, ya tengo 20 años, soy mayor y no tengo por qué hacer lo que mi madre quiera.

-Si, ya eres una persona adulta, pero no desearía que por mi culpa se cree un problema entre tú y tu madre.

-No, no. No será un problema, yo lo arreglaré con ella.

 Al día siguiente después del mediodía, llegamos a Ambositra.  Nos instalamos en el hotel Colonial, el mejor entre los escasos hoteles de la ciudad, un hotel viejo y tradicional, pero con un gran encanto.  Era un hotel antiguo, de la época colonial francesa, ubicado en la parte alta del centro de la ciudad.  Nos dieron habitaciones  contiguas.  El mobiliario estaba en consonancia, de estilo clásico en maderas buenas, la cama alta, el suelo de tarima….era una romántica vuelta a los viejos tiempos.

Ese día ya no había tiempo para empezar a trabajar, pero dimos una vuelta a la ciudad para localizar las tiendas o los lugares donde vendían las artesanías de madera, todo en palisandro y palo rosa, maderas preciosas.  Así ya me hice una idea de por donde empezar al día siguiente.

En la habitación había baño, pero no había agua caliente, bajé a la recepción a decirlo, hacía frío y no podíamos ducharnos sin agua caliente.  El recepcionista me dijo que esperáramos un poco, que en seguida la señora nos iba a subir un cubo de agua caliente para cada uno.

Después de una reconfortante ducha con el agua caliente de un cubo de metal, bajamos al comedor para cenar, la comida la hicimos en el camino y no fue muy buena. El comedor era también un lugar entrañable, su estilo antiguo con los altos techos, el rústico mobiliario, los grandes ventanales de madera y sus grandes cortinajes, los camareros uniformados a la antigua usanza, reflejaban el prestigio pasado.  Sólo faltaba una cosa: los clientes para darle algo de ambiente, sólo estábamos tres mesas y cinco personas cenando.

Pedimos la recomendación del camarero, de entrante una crema de champiñones y después un guiso de cebú.

Sin nada que hacer, nos retiramos pronto a la habitación. Antes de acostarnos estuvimos hablando un rato en mi cuarto, resultaba altamente tentador, tener a Anika allí, con la aparente sumisión de quien acata cuanto le pides y la timidez revelada en su mirada.  Pero no podía permitirme cometer el error de traicionar la confianza que había puesto en mí, con las ardientes y lujuriosas ideas que corrían entre mis pensamientos. No, ya la apreciaba demasiado.
Después de desayunar nos lanzamos a la calle para empezar nuestra tarea.  Anika llevaba un bolso donde portaba un cuaderno y un bolígrafo, su herramienta de trabajo. La verdad que no era difícil encontrar las tiendas que vendían los objetos fabricados por los artesanos de los poblados cercanos a Ambositra, había una calle circular que rodeaba el centro y todas estaban allí. La única que se salía de lo convencional era la tienda de la iglesia, anexa al templo y que era necesario avisar para que la monja encargada fuera a abrir y vender los productos. Al preguntarle cómo era eso de vender allí, me explicó que la misión había organizado cursos de talla para la gente sin trabajo de las aldeas, después habían creado una cooperativa para vender lo que hacían, pero no tenían dónde, así que la iglesia les cedía ese sitio para poder exponer sus trabajos y venderlos si a alguien le interesaba.  Al decirle que era español me dijo: ¡pero si el padre que dirige la misión también es español!. Le pregunté dónde se encontraba la misión y esa misma tarde después de realizar las primeras compras, fuimos a ver al misionero. Ahora la sorpresa nos la llevamos los dos por igual, el padre Antonio no sólo era español, ¡era de Ayerbe!. 

Después de un buen rato de charla, ya al anochecer regresamos al hotel, pero antes me invitó, bueno, nos invitó a los dos, a ir a comer allí con él. Desde luego acepté la propuesta y en los días sucesivos nos volvimos a ver otras dos veces.

En el hotel repetimos el ritual del día anterior, nos duchamos con el cubo de agua caliente que nos subió la empleada, y después volvimos a vernos para bajar al restaurante.  Poco a poco Anika iba tomando confianza, pero aún no había soltado del todo su timidez.

Esta noche había cambiado los pantalones vaqueros por un vestido entallado hasta la rodilla que marcaba los perfiles de un cuerpo divino, le sentaba a la perfección. Observé que se había arreglado un poco más que el primer día. Yo, por el contrario, seguía vistiendo igual, los mismos vaqueros, la misma camisa del día anterior.

Sentados a la mesa esperando al camarero, mirándola a los ojos y sintiendo como se ruborizaba al hacerlo, me di cuenta que la compañía de Anika me agradaba cada vez más.

Al regresar a nuestras habitaciones mientras crujían los peldaños de madera al subir las escaleras, pensaba qué hacer. Prudencia o decisión, calma o acción, era el debate interior que me hacía.

Volvimos a entrar a mi cuarto antes de acostarnos a dormir. Nos sentamos a hablar un rato y aproveché para piropearla por segunda vez, viendo  como de nuevo volvía a sonrojarse.   Tuve la impresión de que no estaba acostumbrada, al menos a las galanterías, posiblemente lo estaba más a los piropos groseros. Sus ojos levemente oblicuos, sus labios ligeramente sonrientes, me decían que le gustaba oír las palabras dulces que yo le destinaba.
Finalmente se impuso la prudencia y la calma, no hice nada por miedo a equivocarme y pagar el error de mi osadía. Tenerla cerca, sentir su mirada, cualquier leve roce, eran igualmente excitante. 
Aunque la deseaba, denía sujetar mis impulsos.
La mañana siguiente amaneció lloviendo. A la hora acostumbrada bajamos al comedor a tomar el desayuno, terminamos y la lluvia no cesaba, llovía de temporal, al parecer en la costa se había iniciado un ciclón y su derivación llegaba hasta el interior. Así no se podía salir a la calle, al primer minuto hubiéramos acabado empapados.  Subimos arriba y le dije a Anika que viniera a mi habitación con el cuaderno de las compras, quería hacer un cálculo de lo que había comprado hasta entonces.  Bastaron dos minutos para hacerme la idea, después decidimos esperar a que parase de llover para salir a la calle.
        Nos asomamos a la ventana para ver llover, podíamos escuchar perfectamente la lluvia repiquetear en el tejado y ambas sensaciones transmitían un efecto bucólico que se colaba en nuestro interior.  Observamos lostejados por debajo de nuestra ventana, los árboles agitando sus ramas como resultado de la lluvia torrencial que caía sobre ellas, los riachuelos improvisados discurriendo por las calles empinadas, todo el conjunto era una visión hipnótica y relajante.

La ventana de madera pintada en color granate no era muy grande, por lo que nos vimos obligados a mirar a través de ella muy juntos.  Mientras escuchábamos a la naturaleza, nosotros permanecimos en silencio, de repente, perdí la atención en lo que sucedía fuera para darme cuenta de lo que acontecía dentro. Nuestros brazos, nuestros hombros, se rozaban, se estaban apoyando el uno contra el otro, casi sin darnos cuenta. Prácticamente estábamos pegados, nuestros rostros se encontraban tan juntos que de haber girado se habrían chocado nuestros labios. La lluvia transmitía la sensación de frío, pero el escalofrío que me recorrió el cuerpo no era de frío, sino de sentir la proximidad de Anika.

Sucedió lo que era ya inevitable, nuestras bocas se unieron. Primero fue un beso sutil, después un torrente que no cesaba de fluir de forma apasionada.

La estreché con fuerza contra mí y pude sentir la carne suave de su cuerpo bajo el vestido, nuestros cuerpos parecían enredados en un nudo imposible de deshacer. Así, sin separarnos, fuimos caminando a pasos torpes y tropezones desde la ventana hasta la cama, aún sin hacer. Nos dejamos caer en ella.

No hubo palabras entre nosotros, sólo hubo miradas que hablaban, cuerpos que se estremecían al contacto de las caricias. Encima de ella, vestidos, aplastándola con mi cuerpo para sentirla y que me sintiera, la miraba cautivado por la delicadeza que encerraba el contorno de su cuerpo y la belleza natural de su rostro de piel clara.

Anika ocultaba su timidez entre sonrisas, pero no hizo ningún gesto de oposición a las iniciativas que yo tomaba para seducirla y excitarla.  Tampoco puso ningún impedimento cuando le quité el vestido y se quedó delante de mi en ropa interior, ni cuando proseguí con suma delicadeza a despojarla de lo único que ya le quedaba a su cuerpo para quedar totalmente desnudo.

En la ausencia de palabras, mis manos y mis labios la fueron preparando con la necesaria habilidad para encontrar en su cuerpo la reacción esperada, siendo sus propios gestos y jadeos, quienes reclamaban que entrara en su cuerpo.

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