jueves, 31 de mayo de 2012

Madagascar




El collar de plata



Estaba en Tamatave, conocida oficialmente desde la descolonización como Toamasina, en la costa este de Madagascar.  Es una ciudad tropical, la segunda del país en población, y contaba con el único puerto comercial, era el punto donde entraban o salían todas las mercancías del país.  Era una ciudad calurosa, pero los árboles que poblaban la ciudad y la abundante vegetación mitigaban el calor dando sombra en las calles. Me agradaba Tamatave. Tenía una playa inmensa, casi siempre vacía, salvo los domingos, cuando la gente iba allí no a bañarse, sino a pasear, aunque la playa más bonita e idílica se encontraba unos pocos kilómetros más al norte, desierta incluso en domingos, pues no había transporte para ir hasta allí, a lo sumo quienes iban eran los “vazaha” (blancos) residentes en la ciudad.  La verdad que no había mucho que hacer, Tamatave tenía pocos atractivos en si misma, era una ciudad corriente donde la mayor parte de la gente vivía en los suburbios de sencillas casas de madera.
Tamatave

El centro tenía los edificios coloniales, algunos eran bonitos, pero las cosas con cierto interés podían verse en una sola mañana.  El principal punto de atracción para mí se encontraba en el mercado principal, en plena calle como todos en Madagascar, y en los suburbios, donde uno podía estar en contacto con la gente y observar la vida cotidiana.  De manera que pasear, hablar con la gente, explorar en los lugares donde latía la vida, era mi principal pasatiempo hasta que llegaba la noche, cuando después de cenar era la hora de ir a la discoteca, había un par de ellas y las dos muy cerca del hotel donde estaba.

Una de esas mañanas, paseando por un sector de la ciudad, una chica se acercó a mí.  Me saludó cordialmente y me detuve a escucharla, era una chica atractiva, de buen tipo, alta, educada, no parecía la típica chica de discoteca. No sabía lo que quería, como no era normal que una chica le parase a uno caminando en la calle, no imaginaba qué podía querer.  Llevaba un bolso, algo poco frecuente, pues en Madagascar sólo se lleva bolso o cesta cuando se va a comprar al mercado, es decir, sólo las chicas de clase alta suelen usar este complemento, aunque la chica no parecía de esa clase social, sino a la que pertenecía la gran mayoría.  Metió la mano en el bolso y sacó un collar.  Se trataba de un viejo collar de plata, probablemente perteneciente a la familia.  Me lo mostró y me preguntó si quería comprarlo.

Me sorprendió un poco, no esperaba una oferta de este tipo.  No tenía el menor interés por comprar nada, de forma que podía haberle dicho que no me interesaba y seguir mi camino, es lo que suelo hacer con los vendedores callejeros de cualquier lugar cuando me asaltan en la calle con sus variados productos, pero esta vez era diferente, la vendedora era una chica y estaba realmente bien.  Tomé en collar en mi mano y lo observé fingiendo cierto interés, pero en realidad sólo me interesaba mantener un poco de conversación con ella.  Le pregunté por qué lo vendía, ella me contestó: “j´ai besoin d´argent”, es decir, dijo que necesitaba el dinero.
Calle alejada del centro

Me quedé pensativo, el collar no me interesaba, pero tampoco quería decirle que no y marcharme. 

No sé que puedo hacer con él, le dije a modo de excusa.  Ella contestó que podía regalárselo a alguien, una amiga, una novia, mi madre…es de plata auténtica, señaló. 

Yo miraba el collar y la miraba a ella, pensativo. 

Mire, insistía ella, es muy bonito, y no es caro. Así tuve que preguntarle por cuanto lo vendía.  Me dijo el precio, era un precio razonable, se puede decir que era barato, pero realmente para qué lo quería yo, y así se lo dije.  El collar es bonito, es de plata, y yo necesito el dinero, es una buena compra y además me ayuda a mí.

 La verdad que era bueno su argumento.  Empezaba a convencerme.

Finalmente me mostré más decidido a comprarlo, de hecho le dije que podía comprárselo, pero había un inconveniente: no llevaba encima el dinero suficiente.

Naturalmente esto no suponía para ella ningún problema, podíamos vernos más tarde en algún lugar cuando tuviera el dinero, expuso como solución.

 Entonces, le dije, si quieres pasarte por mi hotel, te puedo dar el dinero allí.

 Ella estuvo de acuerdo, sólo preguntó en qué hotel estaba y a qué hora quería que fuese.  Me hospedaba en el hotel La Plage, en el Boulevard de la Liberación, tanto la calle como el hotel muy conocidos en la ciudad, le pregunté si le iba bien después del mediodía, a las tres de la tarde.  Ella respondió que si, de modo que le dí el número de  mi habitación y nos despedimos hasta la tarde.



Intencionadamente, le había mentido en una cosa: no era cierto que no llevara encima el dinero suficiente, lo llevaba.  No tenía interés por el collar, sin embargo si que me interesaba volver a ver a la chica, de modo que el collar podía servirme de excusa para verla de nuevo, y además en la habitación de mi hotel, un lugar mucho más privado que en plena calle.

Continué divagando por la ciudad hasta la hora de comer, a eso de la una del mediodía. Después me fui caminando tranquilamente hasta mi hotel.  El hotel La Plage era un hotel de la época colonial y su dueño un anciano francés, aunque ahora ya estaba algo descuidado y necesitaba una renovación, en otra época debió gozar de cierto esplendor, de todas maneras aún conservaba el encanto de lo antiguo, un edificio sólido, de bonito diseño, grandes ventanales, altos techos, espaciosas habitaciones…
Suburbios

A las tres de la tarde, puntualmente, la chica llamó en la puerta de mi habitación.  La hice pasar y la invité a sentarse.  La habitación era muy amplia, además de los muebles usuales, tenía también dos confortables sillones de madera con la tapicería en verde oscuro y una mesa baja.  Después de hablar un poco, la chica sacó el collar y lo dejó en la mesa.  Eso significaba que debíamos ir al tema de la compra. Me levanté, busqué el dinero que me había dicho y se lo di.  Seguramente podía haber discutido el precio, incluso ella debía esperar que yo quisiera negociarlo para sacarlo por un precio más bajo, en Madagascar todos los precios se negocian, pero conociendo el motivo que la obligaba a venderlo, moralmente no me parecía oportuno.  Ella me dio las gracias con gesto agradecido, y lo guardó en el bolso.

Olvidamos el collar y seguimos hablando de otras cosas, habíamos adquirido cierta confianza y podía permitirme entrar en el terreno personal, no estaba casada ni tampoco tenía novio.  Le dije que me costaba creerlo. Ella aseguró que era verdad.  En realidad la creía, sólo era para hacer más énfasis en que resultaba extraño siendo una chica tan atractiva. Así que empecé a halagarla.  En principio ella se mostraba tímida, sonreía a mis halagos, inclinaba la vista en sentido de humildad, pero luego también se mostró interesada por mi, me preguntó si tenía novia, y por qué no la tenía cuando le dije que no. Quizá para corresponder a mis halagos, ella también se atrevió a lanzarme algún piropo.  Poco a poco, la confianza iba creciendo.

Acerqué mi sillón junto al suyo para poder estar más cerca.  Aunque no se lo decía expresamente, intentaba mostrarle que me gustaba.  En esto no había mentira, era real, me estaba gustando, más incluso de lo que ya me había atraído por la mañana.  Me gustaba su actitud, su sencillez y humildad, la forma profunda de mirar o el modo de entornar sus párpados cuando le regalaba alguna lisonja a sus oídos, y sobre todo me gustaba ella, tal cual era, su rostro, su cuerpo, su sonrisa cuando notaba alguna de mis ocultas intenciones. 

El hecho de tener los sillones casi pegados me permitía estar muy cerca de ella, en un momento de la conversación me aventuré a cogerle la mano y ella no hizo nada por rechazarla, la tomó y ese contacto tan simple sirvió para activar un poco más fuerte la emoción que ya sentía al estar a su lado.  Debía reconocer que el simple roce de mi mano con la suya  elevaba un poco más el acaloramiento que transmitía su presencia.  Llevaba puesto un vestido, no era ceñido, ni siquiera bonito, pero podía imaginar perfectamente el hermoso cuerpo que tapaba.
Familia en los suburbios

La cercanía había llevado al roce, y roce inevitablemente había llevado a la excitación. Le dije que podíamos acostarnos la siesta, que estaríamos mejor tumbados en la cama.  Ella volvió a sonreír, mientras negaba con la cabeza.  Viendo mis intenciones, podía haberse levantado y marcharse, ya tenía lo que quería, sin embargo, continuaba allí.  Eso me dio cierta confianza para seguir insistiendo, pero ella siguió negándose. Esta pequeña discrepancia me permitió aproximarme más a ella, juguetear con las manos, estimular su deseo para que dejara de resistirse.  Inesperadamente, ella me sugirió una alternativa.  Me dijo que le gustaría ducharse. Me quedé un poco sorprendido, pero encantado con la sugerencia. 

De acuerdo, dije, pero nos duchamos juntos.  Ella simplemente asintió con un gesto.

Se quitó el vestido con naturalidad y lo dejó sobre el sillón en el que había estado sentada.  La predicción de lo que podía esperar fue acertada, sin el vestido que lo cubría, se reveló de una forma mucho más evidente el espléndido cuerpo que poseía.  Era macizo, armonioso, bello, deslumbrante.  Además era natural, se notaba que estaba poco cuidado, que su piel no estaba tonificada con los clásicos productos de belleza femeninos, tampoco llevaba una gota de pintura o de cosméticos que pudiera realzar la hermosura innata con que la naturaleza la había proveído.

Yo empecé quitándome la camiseta, cuando lo hice ella ya se había sacado el sujetador, dejando al descubierto sus preciosos senos, bien erguidos y redondeados, igualmente sin rastro de cirugía o de elementos artificiales que los realzaran. Como todo lo demás, eran auténticos, simple patrimonio personal. 

El entusiasmo avanzaba veloz por mis sentidos.

Me quité los pantalones apresuradamente.  Para entonces ella ya se había quitado las bragas, al igual que el sujetador, nada sexys, aunque no le hacía falta, su cuerpo era lo realmente sexy y provocador.  Al verlo denudo por completo me quedé fascinado. No pude dejar de pensar que la naturaleza había construido una bella obra de arte.

Sin perder tiempo se dirigió al baño, tuve que quitarme y tirar los calzoncillos sobre la marcha para seguir detrás de ella.

El baño del hotel La Plage era inusual, entre la cabecera de la cama y la pared de la entrada habían colocado un habitáculo de cuatro paredes sin cerrar, a una altura de aproximadamente mi cabeza, es decir, estaba abierto, sin techo, y tampoco tenía puerta, la entrada era libre. Dentro si contenía lo habitual, las paredes eran de azulejos color beige, con un lavabo, un water y una amplia ducha que caía sobre el propio suelo. 

Nos metimos bajo el agua.  A continuación cogí el bote de gel y le pedí que me dejara enjabonarla.  Empecé por la espalda, después le di la vuelta y puse más jabón en su torso, lo extendí con mis manos en movimientos circulares, ascendí a su cuello y lo rodeé con mis manos  frotando sobre él, después volví a descender y cogí sus pechos, los froté con mis manos más suavemente, masajeándolos, gozando de tener en mis manos aquellas primorosas tetas.  Luego fui descendiendo hasta llegar a su coño, lo enjaboné bien, froté mi mano sobre él, arriba y abajo, introduje mis dedos, bajé a sus inglés, a sus muslos, volví a su coño,  deleitándome con la sensación del suave y caliente tacto en esa parte.

Ahora yo, dijo ella.  Y tomó el bote de gel, se puso en sus manos y lo extendió sobre mi pecho.  Frotó primero por mi pecho, en mi cuello,  en la espalda, igual que había hecho yo, y luego, tal como también hice yo, fue descendiendo.  Enjabonó mi pelvis en movimientos circulares, rozó sin querer (o queriendo) mi pene, que hacía tiempo se encontraba altamente sensibilizado, y se levantó como un resorte, quedándose duro y tieso.  Al notarlo le hizo gracia.  Noté que le gustaba el efecto que su desnuda presencia y el roce de su mano provocaban en mí.  Ella tampoco pudo resistirse, lo agarró y comenzó a frotar mi pene.  Yo empezaba a salirme de gozo, la excitación había llegado al punto más alto.
Casas en los suburbios

Imposible quedarme quieto.

Ella me había agarrado el pene situándose de medio lado, como no queriendo mirar la explosión que estaba a punto de provocar.  Puse mis manos en su cintura, volví a masajear su cuerpo bajando a su firme trasero, cogiéndolo en mis manos,  con las dos, extasiado.  Introduje mi mano en su coño pasándola por debajo de sus nalgas, estaba caliente, lo notaba. Ya no podía aguantar más.

La situé en posición, de espaldas a mi, separé sus nalgas para abrir el camino, me pegué a ella por detrás con mi pene erecto y traté de introducirlo en su coño por detrás.  Fue un pinchazo a ciegas que no consiguió su objetivo.  Ella, al sentir mi pene intentando abrirse paso para penetrar en la delicia de su coño, exclamó algo, dio media vuelta y salió corriendo del baño.

La verdad que no esperaba esa reacción, me dejó sólo y completamente empalmado.

Por supuesto no me quedé en el baño, salí corriendo detrás de ella.  Empezamos a perseguirnos alrededor de la cama y del habitáculo del baño, riendo y gritando, sobre todo por los resbalones y el temor a rompernos la crisma.  Por suerte pude atraparla antes de caer al suelo por un resbalón.  Le dije que no podía correr así enjabonada, se iba a resbalar y podía hacerse daño.  La había abrazado para sujetarla, nos quedamos así un momento, pegados los cuerpos desnudos y húmedos, piel contra piel.  Ella no hizo nada por despegarse de mí, nuestros cuerpos estaban agitados, los corazones latiendo aceleradamente. Le hablé al oído, el francés es una legua muy sensual cuando se susurra al oído, besé su cuello, su mejilla, sus labios.  Nos besamos, con suavidad y ternura al principio, pero con ardiente pasión después.

La hice entrar al baño de nuevo, había que aclararse el cuerpo. 

La excitación no se había rebajado en absoluto, permanecía conmigo en toda su amplitud. Inevitablemente, al colocar mis manos de nuevo en su cuerpo, al acariciarlo, al deslizarse alrededor de sus pechos, en la abertura de su sexo húmedo por su propia excitación, no pude refrenarme más y volví a dar rienda suelta a mis deseos desbocados.  Esta vez la preparé más para que no se sorprendiera con mi intención de penetrarla, me situé de nuevo detrás de ella, le indiqué con mis gestos cómo quería que se colocara, y esta vez reaccionó con sumisión, sin oponer resistencia, acomodándose a mis deseos.  Ahora pude penetrar desde atrás plenamente, hasta el fondo de su jugoso sexo.  Fue el éxtasis.  Empezó a gemir y eso me hizo darle con más fuerza desde atrás, intensificando las acometidas, hasta que un fabuloso orgasmo agotó todas mis fuerzas.



Después de este desgaste necesitábamos un poco de relajación y nos fuimos a la cama, tiré las sábanas hacia atrás y nos tumbamos encima.  Había sido un momento sublime y ahora con la tranquilidad de la misión cumplida, sólo quedaba saborearlo en silencio.  Coloqué mi brazo por detrás de su cuello y ella se acurrucó sobre mi pecho.

Se marchó a las seis de la tarde, pronto se haría de noche y debía regresar a su casa.  Antes de marcharse le devolví el collar para que siguiera conservándolo, luego, en la puerta de la habitación cuando nos despedíamos, sonriendo le dije que si pensaba en volver a vender el collar, yo quería tener la opción de recompra.








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