El probador
Un nuevo año, un nuevo viaje a Zimbawe y una visita
más a mi amigo Alen en Bulawayo. Desde luego no era el único ni mucho menos que
solía visitarlo, en su casa siempre había gente, normalmente de paso, pero a
veces se le acumulaban los huéspedes, como sucedía algunos fines de semana,
pues los jóvenes cooperantes ingleses que residían en el país tenían la casa de
Alen como punto de encuentro.
Si no coincidía nadie más había espacio suficiente, en
la buhardilla de su casa, directamente sobre la tarima, podía colocar a más de
una docena para dormir, la verdad que era muy acogedora, incluso tenía un gran
televisor y gran cantidad de vídeos, y luego estaba la casa de los empleados,
donde podían quedarse otras 6 personas, por lo menos. Pero aún así a veces no
era suficiente. Trataba de que su casa
permaneciera como residencia en exclusiva para su familia, vivía con su mujer
Lorraine, su anciana madre y tres hijos.
Este año, para aumentar las posibilidades, había
novedades. Ya me había comentado el año
anterior que quería comprar un vagón viejo de los ferrocarriles y
acondicionarlo como vivienda para sus huéspedes ocasionales. Por lo visto no pudo ser, con lo cual lo que
hizo fue tres habitaciones o mini-viviendas independientes alejadas de la casa.
Eran sencillas, una habitación para dormir, con un simple baño y una pequeña
cocina con lo indispensable para cocinar dos personas. Fuera había construido
una barbacoa común para las tres. Esta
vez me quedé en una de ellas. Por
supuesto, para no aburrirme en las noches, tenía plena libertad para moverme e
ir a la buhardilla de la casa a ver televisión. Suerte que Rocky, el enorme y
peligroso perro guardián de la casa me conocía bien y no había temor de que me
atacara.
Pero la novedad más relevante que encontré, la que
verdaderamente me sobrecogió, fue cuando al verle le pregunté cómo iba todo y
me dijo que hacía tres semanas había salido del hospital, le habían operado
para darle un riñón a un amigo. No podía haber mayor generosidad en un ser
humano.
Había vuelto con la idea de comprar, aunque esta vez sólo
pensaba abastecerme en Bulawayo y en Victoria Falls. Los primeros días eran de observación, ver
como estaban los mercados y después decidir. Solía pasar el día entero en la ciudad y no
regresaba hasta última hora de la tarde, cuando ya estaba todo cerrado. El primer día después de mi llegada fui al
centro y entré en la tienda más grande de ropa, lo que aquí sería unos grandes
almacenes, pero sólo de planta baja. Necesitaba comprarme algo. Tan apenas había gente y todas las
dependientas estaban libres, así que me dirigí a la más guapa para
preguntarle. La chica no sólo era
amable, sino que era simpática y tenía un agudo sentido del humor, con la
excusa de comprar algo, me quedé un buen rato con ella.
A las seis de la tarde cerraban las tiendas, también
era la hora en que yo regresaba a la casa de Alen, a no ser que me quedara a
tomar una cerveza, raramente me quedada a cenar, pues andar sólo en la noche
podía ser peligroso. Normalmente compraba comida en el
supermercado y de allí tomaba el transporte para volver. Esta vez, motivado por
la dependienta que había conocido después del mediodía, pasé de nuevo por los
almacenes de ropa. Naturalmente no pensaba comprar nada, sólo quería verla y
hablar con ella otra vez.
No se puede decir que las mujeres de Zimbawe sean muy
guapas, comparadas con las del norte y oeste de África se quedan atrás en
cuestión de belleza, sin embargo la chica de la tienda de ropa me tenía
cautivado, sin ser verdaderamente una belleza, resultaba atractiva, desde luego
por encima de la media, y lo que la hacía más especial, su encanto. Tenía una
sonrisa primorosa y un carácter natural
que contagiaba el buen humor.
Al día siguiente, entre las primeras cosas que hice al
llegar a la ciudad, fui ir a la tienda a verla.
Al igual que el día anterior, la gran tienda se
encontraba prácticamente vacía, de manera que pude estar con ella un rato. Antes de marcharme la invité a comer conmigo.
Aunque la tienda no cerraba, al mediodía las empleadas tenían una pausa de
media hora que tomaban a turnos. Tuve que insistir, creo que si bien la idea le
gustaba, tenía algún temor de que la criticaran por verla con un blanco. Por supuesto no sería la primera ni iba a ser
una excepción, de hecho en Bulawayo conocí un hombre español que vivía allí y
estaba casado con una mujer negra, eso sí, bastante más joven que él.
Finalmente venció sus temores y aceptó la invitación.
El tiempo de la comida se pasó muy rápido. Antes de que regresara a su trabajo le
propuse pasar a recogerla al terminar en la tarde e ir a tomar algo juntos, su
primera respuesta fue una sonrisa, la segunda que no podía. Yo sabía que ella
también se sentía atraída por mí, pensé que quizá rechazaba la propuesta por
miedo a que alguien conocido la viera conmigo y luego la criticara, de modo que
decidí ir directo y pedirle que se viniera conmigo a la casa, allí podríamos
estar tranquilamente. Ella volvió a reír
moviendo la cabeza, como dando a entender que adivinaba mis intenciones. Al menos
no había dejado de sonreír, era buen síntoma.
Es cierto que no había aceptado mi propuesta, pero
tampoco se podía decir que la hubiera rechazado abiertamente, decir que no con
una sonrisa casi disculpándose, era como un sí a medias, de modo que podía seguir
intentándolo.
Al día siguiente volví a visitarla, las demás
compañeras empezaban a conocerme. Además
de verla, pretendía que al mediodía volviese a comer conmigo, pero se disculpó
y dijo que no podía. Entonces –le dije-, vengo a buscarte a las seis y nos
vamos a tomar algo a un “fast food”. Pareció meditarlo, pero respondió lo
mismo, para acto seguido sorprenderme con su propuesta.
-Si quieres, dijo, cuando termine de trabajar puedo
acompañarte a tu casa.
Ahora el que tardó en reaccionar fui yo, aunque sólo
un par de segundos. Por supuesto la idea me pareció genial. Quedamos que la esperaría
después de las seis de la tarde en la esquina al otro lado de la calle, y desde
allí podíamos irnos juntos.
Antes de la hora convenida, fui al supermercado a comprar
algo de comida y bebida para la cena, y con las bolsas en la mano fui a la
esquina de la calle a esperar. La verdad
que recelaba, parecía extraño que no quisiera ir a tomar algo juntos y sin
embargo estuviera de acuerdo en ir a mi casa.
Pero si, llegó sólo diez minutos después de las seis. De modo que desde
allí fuimos juntos a la parada donde salían los taxis colectivos para Burnside,
la urbanización donde vivía Alen.
Alen solía cerrar la puerta exterior después de
anochecer, llegamos cuando estaba oscureciendo, por suerte aún a tiempo, pues de haber estado cerrada habría tenido
que llamar al timbre y hubiera sido embarazoso dar explicaciones a Alen sobre
mi amiga. Nada más cruzar la puerta
llegó corriendo y ladrando Rocky. Mi
amiga se asustó y se puso detrás de mí. Realmente Rocky impresionaba, era de un
tamaño enorme y con un aspecto de malas pulgas que causaba terror, pero al
llegar hasta nosotros me reconoció y se frenó delante de mí. Lo llamé por su
nombre para calmarlo y le hablé en inglés, la lengua a la que estaba
acostumbrado, a la vez que lo acariciaba. Pese a todo a mi amiga no se le fue
el miedo, seguía aferrada a mi y no me soltó del brazo hasta que entramos en la
habitación. Durante el día con
frecuencia entraban coches de amistades o camionetas de reparto, pero nadie era
capaz de descender del coche hasta que Alen, o Lorraine si no estaba él,
sujetaban al perro o lo metían en la casa.
En la habitación no había televisor, pero ni falta que
nos hacía. Desde primera hora de la noche, después de cenar, nos entregamos al
gozo de nuestros cuerpos. Para quienes
se hayan acostado con una mujer negra, entenderán lo que es cuando se dice una
mujer de “carnes prietas”, por su constitución, musculatura, raza o lo que sea,
tienen sus carnes bastantes duras, en especial las piernas y las nalgas. Y para los que no sepan lo que es una mujer
“caliente”, deberían probar una mujer negra.
Ellas no necesitan de prolegómenos, de juegos previos, de romanticismo o
erotismo para enardecer el deseo sexual, creo que ya vienen con él, pues a poco
que uno acaricie sus zonas erógenas basta para que parezcan un hierro al rojo
vivo. Mi amiga no era distinta, aparentemente tenía la piel fina, pero sus
carnes eran duras, su trasero me lo confirmó al primer instante de depositar
mis manos en él, duro y perfectamente redondeado, y no había necesitado ni cinco
minutos para tenerla ardiendo, la profundidad de su coño era el mejor
termómetro para saberlo.
Otra cosa que tienen las mujeres negras es su
fortaleza, nunca se cansan por mucho que uno las folle. Por lo general, es el
hombre quien siempre acaba agotado.
A las siete y media salió de la casa para ir a su
trabajo, que empezaba a las ocho. La
acompañé fuera para protegerla del perro y luego hasta la carretera donde debía
tomar el taxi colectivo a la ciudad, a esas horas tardaban muy poco en pasar.
Antes de irme a Bulawayo Alen vino a verme, él también
iba a la ciudad y podía llevarme. Subí
al coche y partimos. Nada más ponernos en marcha me dijo algo.
-Creo que la noche pasada trajiste una chica.
Se había enterado, no sé cómo, porque sólo estuvimos
fuera de la habitación al llegar y al salir, y desde la casa no se veía la
habitación. No me quedó más remedio que reconocerlo.
-¿Sabes?, no me gusta que traigas ninguna chica aquí,
si deseas estar con una chica es mejor que vayas a un hotel.
Era un claro reproche, pero lo dijo con su amabilidad
y elegancia habitual, sin un mal gesto o una palabra más alta que otra. Tuve
que pedirle disculpas y reconocer mi error, al fin y al cabo yo estaba en su
casa de invitado, no era la mía, por lo tanto debía haberle pedido permiso para
llevar a alguien desconocido. Tenía toda la razón. Le dije que no se preocupara, no volvería a
suceder.
Esa mañana no pasé por la tienda de mi amiga, el
motivo es que ya habíamos quedado en el restaurante de comida rápida que
estuvimos el primer día, a la hora de comer.
Durante la comida tuve que darle la mala noticia,
bueno, al menos para mí, de que no podría volver a la casa. No sabía qué hacer, existía la opción de
cambiarme a un hotel y así tener entera libertad, pero no deseaba irme de la
casa de Alen, allí siempre había estado bien y me había ayudado en todo, además
era un excelente amigo, si me iba podía dar a entender que prefería la compañía
de una chica cualquiera a su amistad.
La acompañé de regreso al trabajo, entramos los dos
dentro y una de sus compañeras tomó el relevo para salir a comer. La tienda
estaba vacía, al igual que las calles, hora de comer y mucho calor,
comprensible. Estuvimos hablando un poco
y entonces se me ocurrió algo.
-Vamos a los probadores, dije.
Deseaba un poco de intimidad con ella y, ya que no
había clientes en la tienda, podíamos aprovechar para ocultarnos en uno de los
probadores.
-¿Qué es lo que quieres hacer allí?, dijo sonriendo,
adivinando mis intenciones.
-Sólo cinco minutos y después me voy.
-Pero mi jefe si ve que no estoy puede buscarme.
Entonces se me ocurrió coger varias prendas de ropa de
mujer.
-Vamos con esto, tu estas trabajando y yo quiero
comprar.
-¿Quieres comprar ropa de mujer?.
-Si, por eso necesito a alguien que me sirva de
modelo, para ver como sienta. Si el jefe pregunta por ti, estarás ayudándome a
elegir la ropa.
Así fue como la convencí para irnos a un
probador. Los probadores se encontraban
en una zona separada, y lo mejor, eran muy espaciosos, incluso hasta
acogedores, con su suelo de moqueta, sus paredes de madera, una banqueta de
madera también, sus colgadores, sus espejos…pero sin puerta para cerrar por
dentro, en su lugar había una cortina.
Nos metimos los dos en uno del fondo y cerré la
cortina, al menos al tener la cortina cerrada indicaba que dentro había alguien
probándose.
-Pruébate esto, le dije tendiéndole una blusa.
-Pero ¿quieres comprarla?, dijo ella extrañada.
-No, sólo es para demostrar que te necesito para saber
como cae, como modelo.
Ella obedeció, creo que todavía no entendía el
verdadero objetivo de estar allí.
Se quitó la que llevaba puesta y se quedó con el
sujetador, seguido se puso la que le pedí.
-Te queda muy bien, ahora pruébate esto, le dije
dándole un vestido.
Se sacó la blusa, y claro, también tuvo que quitarse
la entallada falda que llevaba. Se quedó en bragas y sujetador.
La temperatura empezó a subir muy alto. Al ser un probador, tenía la ventaja de poder
verla por delante y por detrás a la vez en los espejos, lo cual doblaba la
excitación que sentía. Le cogí la mano con la que sujetaba el vestido y la
retuve, me acerqué más a ella, me pegué a su cuerpo y la besé en los labios,
empujándola hasta aprisionarla contra la pared. Ella no hizo nada por
detenerme, sólo después de besarla y verse atrapada entre mi cuerpo y la pared,
exclamó en voz baja si estaba loco.
No la dejé que protestara, tapé su boca con otro de
mis besos e incrusté mis genitales sobre su sexo haciendo presión sobre él.
Le quité el vestido de las manos y lo tiré por el
suelo, la abracé, bajé la mano y la puse en su coño, presioné encima, frotando
con mis dedos. Noté como dejaba escapar
un suspiro. Insistí, pero ya no por
encima de sus bragas, sino metiendo la mano dentro. Estaba toda húmeda.
Otra de mis manos agarraba uno de sus pechos que había
sacado fuera del sujetador, lo solté para intentar bajar sus bragas.
-¿Pero qué haces?, dijo sujetando mi mano.
-Estamos solos, no hay gente en la tienda, todo está
tranquilo, podemos hacerlo aquí.
-No, si el jefe se entera me despide.
-No te preocupes, no se va a enterar, sólo son cinco
minutos y además tú estas trabajando, probándote la ropa para mi.
La verdad que mi deseo andaba desbocado, no podía
ponerle freno, y hacerlo en el probador de ropa de una tienda le añadía mucho
picante. Aproveché un momento de dudas para darle un tirón a las bragas con las
dos manos y bajarlas hasta debajo de las rodillas, sin perder un segundo
desabroché el cinturón y bajé la cremallera de mis pantalones cortos para
dejarlos caer al suelo, haciendo lo mismo con mis calzoncillos. Estaba
completamente empalmado.
Ella quería oponer resistencia, pero estaba tan
caliente como yo. Finalmente se dejó llevar. La hice girar de espaldas mientras
seguía acariciándola, tenía un culo espléndido, un flanco perfecto para
atacar. La puse contra la pared lateral,
susurrando le pedí que se apoyara en ella con sus manos y se agachara un poco,
que abriera un poco más sus piernas...
Su sexo, completamente empapado, quemaba.
Le di desde atrás con fuerza, mientras observaba hipnotizado
su culo. Era tal la excitación que fue
un polvo rápido, pero intenso y absolutamente delicioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario